Bajarse al moro.
Este es el comienzo de Bajarse al moro una obra de teatro de gran éxito estrenada en 1985 y de la que se hizo una versión cinematográfica. Un grupo de jóvenes convive en un piso urbano y buscan su sitio en el mundo, entre la marginalidad y la integración. Su convivencia genera amor y desamor, sentido de la lejanía de la sociedad y diferencias entre los principios y la realidad.
Técnicamente cumple casi todas las características del teatro creado tras la dictadura franquista: interés por temas muy actuales; lenguaje directo; mejoras escenográficas, didascalia, etc.
ACTO PRIMERO. Escena primera
Habitación destartalada en una calle céntrica del Madrid antiguo. Posters por las paredes y un colchón en el suelo cubierto de almohadones. Sobre una mesa, revistas pop, como «Víbora», «Tótem», y otras. En un rincón una señal de tráfico, y en el otro una jardinera municipal. Sobre ella una jaula con un hámster. En el centro una mesita con aire moruno y unos sillones de mimbre de antes de la guerra. Además hay tiestos y otros cachivaches inesperados, como una cabeza de esclavo egipcio con una gorra puesta, y cosas por el estilo encontradas en el Rastro. A la derecha, formando un recodo, se ve la puerta que da a las escaleras de salida a la calle. A la izquierda, una ventana por la que entran los ruidos de la ciudad. Y al fondo, una cocinilla, una puerta que da al lavabo, y otra que da a un cuarto pequeño. Por las paredes anda una flauta, un mantón de manila, unos bafles que no suenan, un armario, una colección de llaves, la cara de Lennon, el espejo de la cenicienta y un horóscopo chino. Y, sin embargo, a pesar del aparente desorden, hay algo acogedor, relajante y bueno para los que están mal de los nervios; porque es un lugar tranquilo y pacífico donde el caos que uno lleva dentro se encuentra lógico y con ganas de tomar asiento. Al comenzar nuestra historia, en escena está Jaimito, un muchacho delgaducho de edad indefinida, haciendo sandalias de cuero. Suena «Chick Corea» en un casette. Es la una de la tarde y entra el sol por la ventana de la habitación.
(Se abre la puerta de la calle, y aparece la cabeza de Chusa, veinticinco años, gordita, con cara de pan y gafas de aro).
CHUSA.— ¿Se puede pasar? ¿Estás visible? Que mira, ésta es Elena, una amiga muy maja. Pasa, pasa, Elena.
(Entra, y detrás Elena con una bolsa en la mano, guapa, de unos veintiún años, la cabeza a pájaros y buena ropa).
CHUSA.— Este es Jaimito, mi primo. Tiene un ojo de cristal y hace sandalias.
ELENA.— (Tímidamente). ¿Qué tal?
JAIMITO.— ¿Quieres también mi número de carnet de identidad? No te digo. ¿Se puede saber dónde has estado? No vienes en toda la noche, y ahora tan pirada como siempre.
CHUSA.— He estado en casa de ésta. ¿A que sí, tú? No se atrevía a ir sola a por sus cosas por si estaba su madre, y ya nos quedamos allí a dormir. (Saca cosas de comer de los bolsillos). ¿Quieres un bocata?
JAIMITO.— (Levantándose del asiento muy enfadado, con la sandalia en la mano). Ni bocata ni leches. Te llevas las pelas, y la llave, y me dejas aquí colgao, sin un duro… ¿No dijiste que ibas a por papelillo?
CHUSA.— Iba a por papelillo, pero me encontré a ésta, ya te lo he dicho. Y como estaba sola…
JAIMITO.— ¿Y ésta quién es?
CHUSA.— Es Elena.
ELENA.— Soy Elena.
JAIMITO.— Eso ya lo he oído, que no soy sordo. Elena.
ELENA.— Sí, Elena.
JAIMITO.— Que quién es, de qué va, de qué la conoces…
CHUSA.— De nada. Nos hemos conocido anoche, ya te lo he dicho.
JAIMITO.— ¿Otra vez? ¿Qué me has dicho tú a mí, a ver?
CHUSA.— Que es Elena, y que nos conocimos anoche. Eso es lo que te he dicho. Y que estaba sola.
ELENA.— (Se acerca a Jaimito y le tiende la mano, presentándose). Mucho gusto.
(Jaimito la mira con cara de pocos amigos, y le da la sandalia que lleva en la mano; ella la estrecha educadamente).
JAIMITO.— ¡Anda que…! Lo que yo te diga.
CHUSA.— (A Elena). Pon tus cosas por ahí. Mira, ese es el baño, ahí está el colchón. Tenemos «maría» plantada en ese tiesto, pero casi no crece, hay poca luz. (Al ver la cara que está poniendo Jaimito). Se va a quedar a vivir aquí.
José Luis Alonso de Santos, Bajarse al moro, 1985