Poco después, llegaron hasta ese preciso lugar los JXUwMDI4JXUwMDE1JXUwMDE3JXUwMDAxJXUwMDE2JXUwMDAyJXUwMDEyJXUwMDFjJXUwMDBkJXUw
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de los dos jóvenes, que pasaron de largo, sin fijarse en el cactus y sin sospechar lo que ocultaba. Nadie halló a los dos enamorados. Parecía que se los había JXUwMDJjJXUwMDA2JXUwMDEzJXUwMDA2JXUwMDA2JXUwMDA1JXUwMDBi
la tierra.
Días más tarde, los muchachos recibieron la visita del dios que los había ayudado:
–Gracias por JXUwMDJiJXUwMDFjJXUwMDBjJXUwMDBjJXUwMDFkJXUwMDAwJXUwMDE3JXUwMDE3JXUwMDFjJXUw
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, Pachacámac –dijo Munaylla–. Aquí estamos a salvo. Querríamos seguir así para siempre.
–¿Pero no deseáis recobrar vuestra forma humana? –les preguntó el dios, extrañado.
–No. Ahora nos sentimos seguros y no tenemos que JXUwMDMwJXUwMDFkJXUwMDFjJXUwMDFi
–respondió Pumahima.
El gran dios atendió los ruegos de los jóvenes y de nuevo les concedió su deseo: permanecerían así para siempre.
Meses más tarde llegó la JXUwMDI4JXUwMDAyJXUwMDFiJXUwMDA0JXUwMDBjJXUwMDE3JXUwMDEzJXUwMDE3JXUwMDEz
. Entonces, Munaylla ansió ver el cielo y respirar el aire fresco del campo. Día tras día fue empujando con su cabeza la verde JXUwMDNkJXUwMDBiJXUwMDE4JXUwMDE5JXUwMDAzJXUwMDE4JXUwMDAxJXUwMDA3JXUwMDEz
que la cubría. Hasta que por fin asomó en forma de una espléndida flor de pétalos sedosos y brillantes colores. Y así dice la leyenda que nació la flor del cactus.
Desde aquellos lejanos tiempos, Pumahima defiende a su amada con las JXUwMDNkJXUwMDE2JXUwMDAzJXUwMDE5JXUwMDA3JXUwMDBmJXUwMDEy
de su cuerpo vegetal. Y sin faltar a la cita, todas las primaveras, ella reaparece y saluda al mundo convertida en bella flor.