Samaniego. Fábulas.

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A pesar de que no destacan por su calidad literaria las fábulas de Samaniego siguen teniendo validez, no solo porque recuperan otras clásicas sino porque ya forman parte de la cultura popular.

La cigarra y la hormiga

Cantando la cigarra

pasó el verano entero

sin hacer provisiones

allá para el invierno;

los fríos la obligaron

a guardar el silencio

y a acogerse al abrigo

de su estrecho aposento.

Viose desproveída

del precioso sustento:

sin mosca, sin gusano,

sin trigo y sin centeno.

Habitaba la hormiga

allí tabique en medio,

y con mil expresiones

de atención y respeto

la dijo: «Doña hormiga,

pues que en vuestro granero

sobran las provisiones

para vuestro alimento,

prestad alguna cosa

con que viva este invierno

esta triste cigarra,

que, alegre en otro tiempo,

nunca conoció el daño,

nunca supo temerlo.

No dudéis en prestarme,

que fielmente prometo

pagaros con ganancias,

por el nombre que tengo».

La codiciosa hormiga

respondió con denuedo,

ocultando a la espalda

las llaves del granero:

«¡Yo prestar lo que gano

con un trabajo inmenso!

Dime, pues, holgazana,

¿qué has hecho en el buen tiempo?».

«Yo», dijo la cigarra,

«a todo pasajero

cantaba alegremente,

sin cesar ni un momento».

«¡Hola! ¿con que cantabas

cuando yo andaba al remo?

 

  Pues ahora, que yo como,

baila, pese a tu cuerpo».

 

Félix María Samaniego, Libro I. Fábula II

 

La lechera

Llevaba en la cabeza

una Lechera el cántaro al mercado

con aquella presteza,

aquel aire sencillo, aquel agrado,

que va diciendo a todo el que lo advierte

«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!»

 

Porque no apetecía

más compañía que su pensamiento,

que alegre la ofrecía

inocentes ideas de contento,

marchaba sola la feliz Lechera,

y decía entre sí de esta manera:

 

 «Esta leche vendida,

en limpio me dará tanto dinero,

y con esta partida

un canasto de huevos comprar quiero,

para sacar cien pollos, que al estío

me rodeen cantando el pío, pío.

 

»Del importe logrado

de tanto pollo mercaré un cochino;

con bellota, salvado,

berza, castaña engordará sin tino,

tanto, que puede ser que yo consiga

ver cómo se le arrastra la barriga.

 

»Llevarélo al mercado,

sacaré de él sin duda buen dinero;

compraré de contado

una robusta vaca y un ternero,

que salte y corra toda la campaña,

hasta el monte cercano a la cabaña».

 

Con este pensamiento

enajenada, brinca de manera

que a su salto violento

el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!

¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,

huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.

 

¡Oh loca fantasía!

¡Qué palacios fabricas en el viento!

Modera tu alegría,

no sea que saltando de contento,

al contemplar dichosa tu mudanza,

quiebre su cantarillo la esperanza.

 

No seas ambiciosa

de mejor o más próspera fortuna,

que vivirás ansiosa

sin que pueda saciarte cosa alguna.

 

No anheles impaciente el bien futuro;

mira que ni el presente está seguro.

 

Félix María Samaniego, Libro II, Fábula II

 

El zagal y las ovejas

 

Apacentando un Joven su ganado,

gritó desde la cima de un collado:

«¡Favor!, que viene el lobo, labradores».

Éstos, abandonando sus labores,

acuden prontamente,

y hallan que es una chanza solamente.

Vuelve a clamar, y temen la desgracia;

segunda vez los burla. ¡Linda gracia!

Pero ¿qué sucedió la vez tercera?

Que vino en realidad la hambrienta fiera.

Entonces el Zagal se desgañita,

y por más que patea, llora y grita,

no se mueve la gente escarmentada,

y el lobo le devora la manada.

 

¡Cuántas veces resulta de un engaño,

contra el engañador el mayor daño!

 

Félix María Samaniego, Libro II. Fábula IV

 

 

El hombre y la culebra

A una Culebra que, de frío yerta,

en el suelo yacía medio muerta

un labrador cogió; mas fue tan bueno,

que incautamente la abrigó en su seno.

Apenas revivió, cuando la ingrata

a su gran bienhechor traidora mata.

 

Félix María Samaniego, Libro II. Fábula VII

 

La gallina de los huevos de oro

Érase una Gallina que ponía

un huevo de oro al dueño cada día.

Aun con tanta ganancia mal contento,

quiso el rico avariento

descubrir de una vez la mina de oro,

y hallar en menos tiempo más tesoro.

Matóla, abrióla el vientre de contado;

pero, después de haberla registrado,

¿qué sucedió? que muerta la Gallina,

perdió su huevo de oro y no halló la mina.

 

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante

enriquecerse quieren al instante,

abrazando proyectos

a veces de tan rápidos efectos

que sólo en pocos meses,

cuando se contemplaban ya marqueses,

contando sus millones,

se vieron en la calle sin calzones.

 

Félix María Samaniego, Libro V. Fábula VI

 

El cuervo y el zorro

En la rama de un árbol,

bien ufano y contento,

con un queso en el pico,

estaba el señor Cuervo.

Del olor atraído

un Zorro muy maestro,

le dijo estas palabras,

a poco más o menos:

«Tenga usted buenos días,

señor Cuervo, mi dueño;

vaya que estáis donoso,

mono, lindo en extremo;

yo no gasto lisonjas,

y digo lo que siento;

que si a tu bella traza

corresponde el gorjeo,

juro a la diosa Ceres,

siendo testigo el cielo,

que tú serás el fénix

de sus vastos imperios».

Al oír un discurso

tan dulce y halagüeño,

de vanidad llevado,

quiso cantar el Cuervo.

Abrió su negro pico,

dejó caer el queso;

el muy astuto Zorro,

después de haberle preso,

le dijo: «Señor bobo,

pues sin otro alimento,

quedáis con alabanzas

tan hinchado y repleto,

digerid las lisonjas

mientras yo como el queso».

 

Quien oye aduladores,

nunca espere otro premio.

 

Félix María Samaniego, Libro V. Fábula IX

La alforja.

En una alforja al hombro

llevo los vicios:

los ajenos delante,

detrás los míos.

Esto hacen todos;

así ven los ajenos,

mas no los propios.

 

Félix María Samaniego,

La zorra y las uvas.

Es voz común que a más del mediodía

en ayunas la Zorra iba cazando.

Halla una parra, quedase mirando

de la alta vid el fruto que pendía.

Causábale mil ansias y congojas

no alcanzar a las uvas con la garra,

al mostrar a sus dientes la alta parra

negros racimos entre verdes hojas.

Miró, saltó y anduvo en probaduras;

pero vio el imposible ya de fijo.

Entonces fue cuando la zorra dijo:

“¡No las quiero comer! ¡No están maduras!”

No por eso te muestres impaciente

si se te frustra, Fabio, algún intento;

aplica bien el cuento

y di: ¡No están maduras!, frescamente.

Félix María Samaniego, Libro IV. Fábula VI