Luis Sepúlveda. Un viejo que leía novelas de amor

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By Víctor Villoria

Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda

Importancia en la Trayectoria del Autor

“Un viejo que leía novelas de amor”, publicada en 1989, representa una obra fundamental en la trayectoria literaria de Luis Sepúlveda, consolidándose como su novela más reconocida y exitosa a nivel internacional. Esta obra pertenece a la etapa de madurez temprana del autor chileno, siendo su primera incursión exitosa en el género novelístico tras su experiencia como periodista, activista político y escritor de cuentos.

La novela se inscribe en el contexto de la literatura latinoamericana de finales del siglo XX, cuando los temas ecológicos y la denuncia de la destrucción del medio ambiente comenzaban a cobrar relevancia en la narrativa continental. Sepúlveda, quien había vivido en la Amazonía ecuatoriana durante los años setenta como parte de un programa de la UNESCO, volcó en esta obra su experiencia directa con las comunidades indígenas y su conocimiento profundo de la selva amazónica.

La importancia de esta novela en la bibliografía de Sepúlveda radica en varios aspectos fundamentales. Primero, estableció los temas centrales que caracterizarían toda su obra posterior: la crítica al progreso destructivo, la defensa de las culturas originarias y la relación armónica entre el ser humano y la naturaleza. Segundo, le otorgó reconocimiento internacional al ganar el Premio Tigre Juan en 1989, convirtiéndolo en un referente de la literatura ecológica latinoamericana. Tercero, demostró su capacidad para crear una prosa poética y depurada, alejada del realismo mágico dominante en la época, optando por un estilo más sobrio y directo que se convertiría en su sello distintivo.

La obra también marca un punto de inflexión en la carrera de Sepúlveda al establecer su compromiso literario con la causa ambientalista, tema que se había vuelto urgente tras el asesinato del activista brasileño Chico Mendes en 1988, evento que conmocionó profundamente al autor y al que dedica la novela. De esta manera, “Un viejo que leía novelas de amor” no solo consolida a Sepúlveda como novelista, sino que lo posiciona como una voz literaria comprometida con la defensa del medio ambiente y los derechos de los pueblos originarios.

Resumen General

La novela narra la historia de Antonio José Bolívar Proaño, un anciano de aproximadamente setenta años que vive en El Idilio, un remoto pueblo amazónico ecuatoriano habitado por colonos, buscadores de oro e indígenas shuar. La tranquila rutina del pueblo se ve alterada cuando llega un cadáver: un cazador estadounidense ha sido brutalmente asesinado por una hembra de tigrillo que busca vengar la muerte de sus cachorros.

El protagonista es un personaje singular que ha desarrollado una relación única con la selva amazónica. Tras llegar como colono joven junto a su esposa Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, vivió una experiencia traumática cuando ella murió víctima de las fiebres palúdicas. Posteriormente, Antonio José convivió durante años con los indígenas shuar, quienes le enseñaron los secretos de la selva, convirtiéndolo en un experto rastreador y cazador que comprende las leyes naturales del ecosistema amazónico.

La llegada del dentista Rubicundo Loachamín dos veces al año representa uno de los pocos acontecimientos que rompen la monotonía de El Idilio. Este personaje no solo atiende las necesidades odontológicas de los habitantes, sino que proporciona a Antonio José su mayor tesoro: novelas románticas que lee con devoción en su choza solitaria. Estas lecturas constituyen su única evasión de la realidad circundante, marcada por la ignorancia y la brutalidad de los colonos que no comprenden ni respetan el entorno natural.

El conflicto central se desencadena cuando el alcalde, un funcionario corrupto y sudoroso conocido como “la Babosa”, pretende culpar a los indígenas shuar del asesinato del cazador estadounidense. Antonio José debe utilizar su conocimiento de la selva para demostrar que el responsable es una hembra de tigrillo enloquecida por el dolor tras la muerte de sus crías, cazadas ilegalmente por el extranjero. Esta situación obliga al anciano a emprender una peligrosa cacería para eliminar al animal, enfrentándose no solo al felino sino también a sus propios recuerdos y a la reflexión sobre la destrucción progresiva de la Amazonía.

Fragmentos Significativos de “Un viejo que leía novelas de amor”

La construcción del personaje a través del ritual y la tradición

Este primer fragmento ilustra uno de los elementos más característicos de la narrativa de Sepúlveda: la construcción de personajes a través de rituales cotidianos que revelan dimensiones profundas de su personalidad. La escena establece la relación entre Antonio José Bolívar y las novelas románticas que constituyen su única evasión en el aislamiento amazónico, pero también funciona como un mecanismo narrativo que revela la complejidad emocional del protagonista.

El diálogo ritualizado entre el viejo y el dentista funciona como una ventana hacia la sensibilidad del personaje principal, mostrando cómo un hombre curtido por la dureza de la selva mantiene intacta su capacidad de emoción y su necesidad de belleza. La repetición casi ceremonial de las preguntas y respuestas sobre las novelas revela la importancia que estos libros tienen en la vida del anciano, estableciendo un contraste fundamental entre la brutalidad del entorno y la delicadeza de sus gustos literarios. Sepúlveda utiliza aquí una técnica narrativa que combina el realismo descriptivo con la revelación psicológica, permitiendo que el lector comprenda tanto las circunstancias materiales del personaje como su mundo interior.


Antonio José Bolívar Proaño leía novelas de amor, y en cada uno de sus viajes el dentista le proveía de lectura.
—¿Son tristes? —preguntaba el viejo.
—Para llorar a mares —aseguraba el dentista.
—¿Con gentes que se aman de veras?
—Como nadie ha amado jamás.
—¿Sufren mucho?
—Casi no pude soportarlo —respondía el dentista.
Pero el doctor Rubicundo Loachamín no leía las novelas.
Cuando el viejo le pidió el favor de traerle lectura, indicando muy claramente sus preferencias, sufrimientos, amores desdichados y finales felices, el dentista sintió que se enfrentaba a un encargo difícil de cumplir.
Pensaba en que haría el ridículo entrando a una librería de Guayaquil para pedir: «Déme una novela bien triste, con mucho sufrimiento a causa del amor, y con final feliz». Lo tomarían por un viejo marica, y la solución la encontró de manera inesperada en un burdel del malecón.

La demostración del conocimiento empírico frente a la autoridad ignorante

Este extenso fragmento constituye el núcleo narrativo donde se establece el conflicto central de la obra y se demuestra la superioridad del conocimiento empírico adquirido a través de la experiencia directa con la naturaleza frente a la incompetencia de la autoridad oficial. Sepúlveda utiliza esta escena para establecer la credibilidad de Antonio José Bolívar como conocedor profundo de la selva, mientras simultáneamente expone la ceguera, los prejuicios y la corrupción del funcionario gubernamental.

La técnica narrativa empleada se basa en la demostración práctica: el autor permite que el conocimiento del protagonista se revele a través de su capacidad para leer los signos que otros no comprenden. El fragmento funciona como una lección de observación forense aplicada al entorno natural, estableciendo las bases científicas que justificarán las acciones posteriores del personaje. La descripción detallada del proceso de análisis del cadáver no solo establece la trama, sino que revela la metodología del pensamiento del protagonista, su respeto por la evidencia empírica y su comprensión profunda de los ciclos naturales y el comportamiento animal.


—Disculpe. Usted está cagando fuera del tiesto. Esa no es herida de machete. —Se escuchó la voz de Antonio José Bolívar.
El alcalde estrujó con furia el pañuelo.
—Y tú, ¿qué sabes?
—Yo sé lo que veo.
El viejo se acercó al cadáver, se inclinó, le movió la cabeza y abrió la herida con los dedos.
—¿Ve las carnes abiertas en filas? ¿Ve cómo en la quijada son más profundas y a medida que bajan se vuelven más superficiales? ¿Ve que no es uno, sino cuatro tajos?
—¿Qué diablos quieres decirme con eso?
—Que no hay machetes de cuatro hojas. Zarpazo. Es un zarpazo de tigrillo. Un animal adulto lo mató. Venga. Huela.
El alcalde se pasó el pañuelo por la nuca.
—¿Oler? Ya veo que se está pudriendo.
—Agáchese y huela. No tenga miedo del muerto ni de los gusanos. Huela la ropa, el pelo, todo.
Venciendo la repugnancia, el gordo se inclinó y olisqueó con ademanes de perro temeroso, sin acercarse demasiado.
—¿A qué huele? —preguntó el viejo.
Otros curiosos se acercaron para oler también los despojos.
—No sé. ¿Cómo voy a saberlo? A sangre, a gusanos —contestó el alcalde.
—Apesta a meados de gato —dijo uno de los curiosos.
—De gata. A meados de gata grande —precisó el viejo.

La explicación científica y la denuncia ecológica

Este fragmento representa la culminación del análisis forense realizado por Antonio José Bolívar y funciona como una síntesis de los temas centrales de la novela. Aquí convergen la denuncia ecológica, la crítica al extractivismo depredador y la demostración de la sabiduría indígena frente a la ignorancia destructiva de los colonizadores. Sepúlveda emplea una técnica narrativa que combina la explicación científica con la denuncia social, mostrando cómo el conocimiento profundo de la naturaleza permite no solo comprender los hechos, sino también prever sus consecuencias.

El discurso de Antonio José Bolívar funciona como una lección de ecología práctica que revela las complejas interrelaciones entre las especies y los ciclos naturales. La explicación del comportamiento de los tigrillos no es meramente informativa, sino que establece una crítica implícita a la caza indiscriminada y al desprecio por las leyes naturales. El fragmento también demuestra la capacidad del protagonista para anticipar las consecuencias de la transgresión ecológica, estableciendo la premisa narrativa que impulsa el resto de la trama. La caracterización del cazador como “gringo hijo de puta” no es gratuita, sino que forma parte de la denuncia del neocolonialismo extractivo que destruye los ecosistemas amazónicos.


—Piense, excelencia. Tantos años aquí y no ha aprendido nada. Piense. El gringo hijo de puta mató a los cachorros y con toda seguridad hirió al macho. Mire el cielo, está que se larga a llover. Hágase el cuadro. La hembra debió de salir de cacería para llenarse la panza y amamantarlos durante las primeras semanas de lluvia. Los cachorritos no estaban destetados y el macho se quedó cuidándolos. Así es entre las bestias, y así ha de haberlos sorprendido el gringo. Ahora la hembra anda por ahí enloquecida de dolor. Ahora anda a la caza del hombre. Debió de resultarle fácil seguir la huella del gringo. El infeliz colgaba a su espalda el olor a leche que la hembra rastreó. Ya mató a un hombre. Ya sintió y conoció el sabor de la sangre humana, y para el pequeño cerebro del bicho todos los hombres somos los asesinos de su camada, todos tenemos el mismo olor para ella. Deje que los shuar se marchen. Tienen que avisar en su caserío y en los cercanos. Cada día que pase tornará más desesperada y peligrosa a la hembra, y buscará sangre cerca de los poblados. ¡Gringo hijo de la gran puta! Mire las pieles. Pequeñas, inservibles. ¡Cazar con las lluvias encima, y con escopeta! Mire la de perforaciones que tienen. ¿Se da cuenta? Usted acusando a los shuar, y ahora tenemos que el infractor es gringo. Cazando fuera de temporada, y especies prohibidas.

Autor

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    Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías. Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!

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