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ToggleEL PROCESO DE COMUNICACIÓN Y LA SITUACIÓN COMUNICATIVA: FUNDAMENTOS TEÓRICOS Y DIMENSIONES PRAGMÁTICAS
I. EL PROCESO DE LA COMUNICACIÓN
1.1.1. Definición y elementos del proceso comunicativo
La comunicación constituye un fenómeno complejo que trasciende la mera transmisión de signos verbales, configurándose como un proceso dialéctico en el que múltiples factores interactúan de manera sistémica. Desde la perspectiva teórica clásica, derivada de los trabajos pioneros de Claude Shannon en la teoría matemática de la información, la comunicación se concibe como la transferencia de información entre un emisor y un receptor a través de un canal determinado. No obstante, esta concepción mecanicista resulta insuficiente para abordar la riqueza semántica y pragmática inherente a la comunicación humana, donde la codificación y descodificación implican procesos cognitivos de inferencia y contextualización que van más allá de la mera descodificación matemática de bits.
El modelo clásico identifica una secuencia lineal que comprende el referente extralingüístico, el emisor o destinante que selecciona elementos de un código para formular un mensaje, el canal material de transmisión, el receptor que sintoniza y descodifica la señal, y finalmente la reconstrucción del significado en relación con la realidad comunicativa. Sin embargo, esta secuencialidad presupone una idealización que no contempla las perturbaciones comunicativas o ruidos, entendidos no como meras interferencias acústicas sino como cualquier elemento ausente en la entrada pero presente en la salida que deforma la transmisión del mensaje, desde errores de codificación hasta interferencias contextuales que obliteran la intención comunicativa original.
Para salvaguardar la integridad del mensaje, los hablantes disponen de mecanismos de redundancia lingüística, elementos aparentemente superfluos desde una perspectiva puramente informativa pero imprescindibles desde la óptica comunicativa. La redundancia, lejos de ser un defecto del sistema, constituye una estrategia de seguridad comunicativa que asegura la recepción completa del mensaje pese a los ruidos presentes. Los morfemas de género y número que acompañan al sustantivo ejemplifican esta función protectora, reforzando la información y permitiendo la recuperación del significado incluso ante pérdidas parciales de la señal comunicativa, demostrando que la eficiencia comunicativa no es equivalente a la economía formal.
1.1.2. El referente y el código
El referente constituye la columna vertebral semántica del acto comunicativo, englobando no solo la realidad extralingüística objetiva sino también la situación comunicativa particular que possibilita la interpretación adecuada del mensaje. Como advierte Arsenio Sánchez, el significado de una expresión aparentemente simple como «la hora» se modifica radicalmente según el contexto situacional: la enunciada por un bedel en un instituto no equivale a la pronunciada por una madre al despertar a su hijo, pues cada situación aporta un marco interpretativo que condiciona la recepción del enunciado. Esta dependencia contextual demuestra que el referente no es una entidad estática sino una construcción dinámica que emerge de la interacción entre lo dicho y lo situado.
El código lingüístico, por su parte, se articula como un sistema convencional de signos limitado pero extensible, cuyas reglas de combinación son internalizadas por los usuarios competentes. La naturaleza convencional del código implica que su dominio no es innato sino adquirido mediante procesos de socialización lingüística, y que su eficacia comunicativa depende del grado de compartición entre emisor y receptor. La polisemia de códigos disponibles en una comunidad lingüística (desde registros formales hasta jergas especializadas) refleja la variación funcional del lenguaje, donde cada código constituye una herramienta cognitiva y social para la construcción de mundos simbólicos y la negociación de identidades discursivas.
La distinción entre signo, señal e indicio resulta fundamental para comprender la especificidad de la comunicación lingüística. Mientras que la señal o el indicio pueden carecer de intencionalidad comunicativa (como el humo que señala fuego), el signo lingüístico implica siempre una intención de significar y una integración en un sistema reglado. Esta intencionalidad semiótica distingue la comunicación humana de otros sistemas de transmisión de información, otorgando al lenguaje su capacidad única de referirse a entidades abstractas, contrafactuales o inexistentes, y possibilitando la construcción de realidades simbólicas compartidas que trascienden la mera percepción sensorial.
1.1.3. Intención y resultado
La intención comunicativa constituye el motor pragmático del acto de habla, determinando las funciones del lenguaje según la teoría de Roman Jakobson, quien establece una correlación sistemática entre los factores del acto comunicativo y las funciones lingüísticas. La función emotiva o expresiva centra su eje en el emisor, exteriorizando estados afectivos y actitudes subjetivas mediante marcadores prosódicos, exclamaciones o selección léxica evaluativa. La función referencial orienta el mensaje hacia el contexto, estableciendo una relación objetiva entre el enunciado y la realidad extralingüística, típica del discurso científico o informativo. La función fática verifica el funcionamiento del circuito comunicativo mediante fórmulas de contacto que aseguran la conexión intersubjetiva.
Junto a estas funciones básicas, Jakobson identifica la función poética, que focaliza la atención en el mensaje mismo mediante recursos estilísticos que realzan la forma; la función metalingüística, que utiliza el lenguaje para hablar del lenguaje y clarificar el código; y la función conativa o imperativa, orientada hacia el receptor con propósitos de influencia o persuasión. Esta clasificación polifuncional demuestra que ningún enunciado es monofuncional, sino que activa simultáneamente múltiples funciones en grados variables, configurando una matriz pragmática compleja donde la intención dominante no excluye la presencia de funciones subsidiarias que enriquecen la comunicación.
El resultado comunicativo trasciende la mera recepción del mensaje para englobar la generación de nuevos actos comunicativos, estableciendo una cadena dialogical donde el receptor se convierte en emisor. Este principio de alternancia recursiva fundamenta la interacción conversacional, donde cada turno de habla responde y anticipa simultáneamente, creando una trama comunicativa en co-construcción. La conversación realiza así un proceso continuo de reCodificación y reinterpretación, donde la comprensión no es un estado final sino un punto de partida para la respuesta, demostrando que la comunicación es inherentemente dialógica y que la subjetividad lingüística se negocia en la interacción dinámica entre participantes.
1.1.4. Fases del proceso de la comunicación
El proceso de codificación onomasiológico se articula como una progresión ascendente desde el contenido conceptual hasta la materialización fonética, atravesando niveles estructurales que configuran la forma lingüística. Frente a un referente, el emisor concibe un mensaje que emerge desde la estructura profunda de la conciencia lingüística, comparable a un submarino sumergido que asciende progressivemente hacia la superficie expresiva. En primer lugar, el contenido se organiza en el nivel semántico donde se seleccionan semas y semantemas que configuran el significado lexemático; subsequentemente, asciende al nivel morfosintáctico donde se articulan los monemas y estructuras gramaticales; finalmente, alcanza el nivel fonológico donde los fonemas y prosodemas materializan la forma sonora o gráfica, possibilitando la emisión comunicativa.
El proceso inverso de decodificación semasiológica sigue una trayectoria descendente que va desde la percepción sensorial hasta la comprensión conceptual. El receptor percibe inicialmente estímulos orales o escritos que activan los procesos fonológicos de reconocimiento acústico-visual; a continuación, desciende al nivel morfosintáctico para identificar unidades gramaticales y relaciones sintácticas; posteriormente, accede al nivel semántico donde se interpretan los significados lexemáticos y se reconstruye la estructura profunda del mensaje. Esta inmersión semiótica culmina con la vinculación del significado reconstruido con la realidad extralingüística, cerrando así el circuito comunicativo mediante la comprensión holística del enunciado.
Este modelo estructuralista, sin embargo, ha recibido críticas substanciales por parte de enfoques más recientes que enfatizan la dimensión interaccional y contextual de la comunicación. Los estudios pragmáticos contemporáneos subrayan que la comunicación humana no es una mera operación de codificación-descodificación, sino que implica constantemente la negociación de significados, la inferencia de contenidos implícitos y la coordinación de acciones conjuntas. La existencia de implicaturas conversacionales, actos de habla indirectos y significados no literales demuestra que el proceso comunicativo trasciende la mera decodificación lingüística para incorporar la racionalidad práctica y la competencia social de los interlocutores.
1.2.1. Dimensiones pragmáticas de la comunicación
La teoría de la actividad, fundamentalmente desarrollada en el marco de la psicología soviética por Vigotski y Leontiev, proporciona un marco explicativo que sitúa la comunicación como una forma de práctica social mediada por signos lingüísticos. En esta concepción, cualquier actividad humana, incluida la comunicativa, se articula a partir de una necesidad o interés que motiva la acción, una finalidad o intención que orienta el comportamiento, un plan de actividad compuesto por acciones individualizadas, operaciones específicas para cada acción, y una dependencia constante de la situación concreta en que se realiza la operación. Esta estructura activity teórica permite comprender la comunicación no como un mero intercambio de signos sino como práctica social intencional dirigida a la consecución de objetivos en contextos histórico-culturales determinados.
Desde esta perspectiva, el acto de comunicar emerge de la necesidad de establecer contactos intersubjetivos para transmitir informaciones, expresar estados internos o inducir conductas en los demás. La motivación comunicativa se configura así como un constructo complejo donde lo biológico, lo psicológico y lo social se entrelazan, possibilitando que el mismo contenido proposicional pueda codificarse de manera radicalmente distinta según la relación de fuerzas sociales, la distribución de roles y la evaluación de las consecuencias comunicativas. Por ejemplo, la petición de agua puede materializarse como una súplica deferente («Le ruego me ayude a beber») o como una orden imperativa («Dame agua») según la posición relativa del hablante en la jerarquía social interactuante.
Enrique Bernárdez sintetiza esta complejidad al distinguir dos fases fundamentales en la realización de la actividad mediante actos verbales: la estructuración mínima de la motivación inicial, donde se delimita la intención comunicativa y se evalúan los factores situacionales; y la realización superficial, donde esa motivación se materializa en formas lingüísticas específicas. Ambas fases requieren necesariamente considerar los determinantes no lingüísticos, fundamentalmente de carácter psico-social, de tal manera que incluso las manifestaciones superficiales más formales deben explicarse en parte por factores contextuales que condicionan la selección expresiva y la configuración del estilo discursivo.
1.2.2. Estructuración de la motivación comunicativa
La estructuración de la motivación comunicativa constituye la fase pre-lingüística más decisiva del acto de habla, donde se configuran los parámetros pragmáticos que determinarán la forma final del enunciado. En esta etapa, el hablante evalúa la situación comunicativa, identifica la necesidad discursiva, formula la intención ilocutiva y activa el repertorio de conocimientos enciclopédicos y lingüísticos necesarios para la planificación del mensaje. Esta fase, aunque no es directamente observable, se manifiesta en la adecuación contextual del enunciado, en la selección del registro apropiado y en la anticipación de las inferencias que el receptor podrá realizar, demostrando que la producción lingüística es un proceso top-down guiado por factores pragmáticos macrosociales.
La realización superficial, por contraste, representa la materialización fonética, morfológica y sintáctica de la motivación estructurada. Sin embargo, esta distinción teórica no implica una separación temporal rígida, sino que ambas fases se interpenetran de manera dinámica: la planificación motivacional se revisa y ajusta continuamente en función de los recursos lingüísticos disponibles y de las señales de feedback del interlocutor. Esta flexibilidad procesual evidencia que la comunicación es una actividad creativa y emergente, donde la forma lingüística no es mero envoltorio de un contenido preestablecido sino que participa activamente en la construcción del significado y la negociación de las relaciones interpersonales.
Los determinantes no lingüísticos que inciden en ambas fases incluyen variables sociodemográficas (edad, sexo, clase social), variables situacionales (formalidad del contexto, presencia de terceros, grado de intimidad) y variables psicológicas (estado emocional, actitud hacia el tema, imagen de sí mismo). La interacción de estos factores genera una matriz de condicionamientos que hace imposible predicir con exactitud la forma final del enunciado a partir del contenido proposicional únicamente, ya que la misma intención puede realizarse mediante enunciados formalmente divergentes según la evaluación que el hablante haga de la situación comunicativa y de las expectativas del receptor.
1.3.1. Mecanismos de la comunicación contextual
La pragmática lingüística surge como disciplina autónoma al constatar que la comunicación humana no puede explicarse exclusivamente mediante la gramática tradicional, pues una parte sustancial del significado se negocia en el espacio intersubjetivo más allá de las palabras proferidas. Los mecanismos de la comunicación contextual operan cuando la cantidad de código es insuficiente o está incompleta, situación que resulta paradójicamente habitual en la comunicación natural. El ejemplo paradigmático: un señor entrando en una pastelería con una lata en la mano dice «Por favor, me he quedado sin gasolina», y el dependiente responde «Dos manzanas más abajo», demuestra que la comunicación funciona gracias a factores extralingüísticos compartidos: el conocimiento del mundo automovilístico, la inferencia de intenciones y la suposición de racionalidad cooperativa que permite al interlocutor deducir que se solicita información sobre una gasolinera, no que se pretende comprar combustible en la pastelería.
Este fenómeno revela que la información comunicada no reside íntegramente dentro del mensaje, sino que el mensaje funciona como clave de acceso a un complejo sistema de conocimientos compartidos, inferencias pragmáticas y suposiciones culturales. La pragmática estudia precisamente estos mecanismos que permiten que los interlocutores «lean entre líneas», recuperen presuposiciones, calculen implicaturas y construyan significados que van más allá de la composición semántica literal de los enunciados. Esta perspectiva desplaza el énfasis desde la semántica formal hacia la práctica social del significado, donde lo no dicho es tan importante como lo dicho para la consecución de los fines comunicativos.
La distinción entre contexto lingüístico y contexto extralingüístico resulta esencial para la pragmatica. El primero abarca los elementos verbales que se relacionan entre sí dentro de un texto, constituyendo la cohesión y coherencia discursiva. El segundo engloba las circunstancias psicológicas, físicas y socioculturales presentes en el acto de comunicación simultáneamente al acto verbal. Esta distinción no implica un divorcio entre ambos contextos, sino que evidencia que el significado se construye en la interface entre lo dicho y lo situado, donde factores como el estatus social, la proximidad espacial, la intimidad relacional o el conocimiento compartido actúan como marco interpretativo que faculta o limita la comprensión del mensaje lingüístico.
1.3.2. Elementos extralingüísticos
Los elementos extralingüísticos constituyen el substrato pragmático que possibilita y condiciona la comunicación, integrando dimensiones intencionales, deícticas, sociales y espacio-temporales. La intención comunicativa se manifiesta en diversas finalidades: informar hechos objetivos, explicar causas y consecuencias, persuadir sobre posturas ideológicas, prescribir conductas mediante órdenes o recetas, predecir acontecimientos futuros, cuestionar para obtener información, divertir mediante el discurso lúdico o expresarse para automanifestarse. Cada intención activa estrategias lingüísticas específicas: el imperativo para la prescripción, el indicativo temporalmente diversificado para la información, el futuro para la predicción, o la modalización epistémica para la persuasión, demostrando que la forma lingüística está íntimamente ligada a la finalidad pragmática perseguida.
La deixis representa la gramaticalización de factores contextuales, mediante la cual los interlocutores anclan el discurso en el espacio-tiempo comunicativo. Los deícticos personales (yo, tú, él) señalan las personas del discurso; los espaciales (aquí, allí, este, ese) ubican los referentes en relación con el espacio de la enunciación; y los temporales (ahora, mañana, ayer) sitúan los eventos respecto al momento de habla. Estos elementos, vacíos de sentido en el diccionario, adquieren significado únicamente mediante la indexicalidad situacional, pues apuntan a entidades presentes física o mentalmente en el acto comunicativo. La deixis gestual, donde el gesto corporal acompaña y desambigua el deíctico verbal, ejemplifica la fusión entre lo lingüístico y lo situacional en la construcción del significado.
El emisor deja rastros indelebles de su identidad social y personal en el acto de habla, manifestados en la selección de formas de tratamiento, el grado de complejidad sintáctica, la modulación prosódica y el estilo discursivo. Las expresiones según el tipo de receptor revelan la vigilancia social del hablante, quien adapta su registro considerando variables como edad (tutoeo o ustedeo), sexo, posición social (honoríficos como «señoría» o «doctor»), cultura y grado de intimidad. El espacio social condiciona discursos especializados: el aula genera el discurso pedagógico, el tribunal el jurídico, el laboratorio el científico, y el mercado el económico-comercial, cada uno con léxico, sintaxis y pragmática propios que distinguen comunidades de práctica discursiva.
Los principios de cooperación y cortesía regulan la interacción conversacional. El principio de cooperación de Grice postula máximas de cantidad (proporcionar la información necesaria), cualidad (decir la verdad), relación (ser relevante) y modalidad (ser claro y ordenado). Su incumplimiento genera implicaturas conversacionales que el receptor debe inferir. El principio de cortesía, desarrollado por Lakoff y posteriormente por Brown y Levinson, introduce el concepto de imagen social (face) que los interlocutores buscan preservar, generando estrategias de atenuación, indirectividad y solidaridad que mitigan las amenazas al autoestima y la libertad de acción del interlocutor, fundamentalmente en culturas con alta distancia de poder.
1.4.1. Planificación discursiva
La planificación discursiva constituye la fase pre-locutiva donde se articulan las decisiones estratégicas que determinarán la configuración textual final. Esta planificación obedece a la intención comunicativa primaria pero se ve condicionada por múltiples variables: las características psicológicas y sociales del emisor (su competencia lingüística, su imagen deseada, su actitud temática), las del destinatario (su competencia receptiva, sus conocimientos previos, su posición social), las relaciones interpersonales (grado de solidaridad, distancia de poder, intensidad del contacto), el lugar físico y social de la comunicación, y el tiempo histórico y discursivo de la enunciación. Esta matriz de condicionantes hace que la planificación no sea un mero ejercicio de selección léxica sino un proceso de toma de decisiones sociopragmáticas complejas.
La planificación se concreta en varias operaciones cognitivas: elegir el tema y activar los conocimientos almacenados sobre él; contextualizar respetando la finalidad textual y las características del destinatario; relacionar contenido y contexto atendiendo a la intención, los conocimientos presupuestos, la información novedosa y los términos adecuados; y organizar la información distribuyéndola en una estructura secuencial con inicio, desarrollo y final claramente delimitados. Esta arquitectura discursiva se manifestará a través de tres tipos de actos de lenguaje: los actos locutivos que construyen el mensaje según el código (fonéticos, gramaticales, semánticos); los actos ilocutivos que adquieren valor pragmático en el contexto (afirmar, prometer, ordenar); y los actos perlocutivos que persiguen efectos específicos en el receptor (persuadir, convencer, intimidar).
La incidencia de la pragmática en la producción resulta especialmente relevante en la creación de textos escritos, donde la ausencia de canales paralingüísticos exige una explicitación lingüística mayor. El escritor debe anticipar las dificultades de comprensión del lector, proporcionar marcas de cohesión discursiva abundantes, estructurar la información jerárquicamente y señalar explícitamente las relaciones lógicas entre ideas. Esta compensación contextual demuestra que la producción escrita es una actividad metapragmática de alto nivel, donde el autor construye simultáneamente el contenido y el contexto interpretativo que possibilitará su comprensión, negociando constantemente la tensión entre economía expresiva y claridad comunicativa.
1.4.2. Procesos interpretativos
La comprensión discursiva contemporánea trasciende la mera interpretación semántica para incorporar la reconstrucción del contexto de producción y el análisis de los elementos formales como marcas de perspectiva ideológica y organización retórica. La reconstrucción del significado del contenido informativo exige identificar informaciones explícitas e implícitas, distinguir presuposiciones de implicaturas, interpretar sentidos figurados (metáforas, ironías, elipsis) y seleccionar los significados relevantes para construir una interpretación global coherente con los conocimientos previos del receptor. Esta hermenéutica activa implica que la comprensión no es una decodificación pasiva sino una construcción dinámica donde el lector/oyente proyecta sus esquemas cognitivos sobre el texto y lo enriquece con inferencias pragmáticas.
La reconstrucción del contexto de producción resulta crucial para la interpretación adecuada, especialmente en textos científicos, jurídicos o literarios donde la intención comunicativa no es transparente. Esta reconstrucción implica identificar la intención comunicativa (informar, persuadir, expresarse), reconocer las características del emisor (su competencia, su ideología, su posición social), determinar las relaciones entre interlocutores (solidaridad, distancia, conflicto), situar el lugar social de la interacción y el tiempo de producción, y relacionar toda esta información con los conocimientos enciclopédicos del receptor. Solo mediante esta contextualización histórica y social puede evitarse la comprensión anacrónica o ideológicamente sesgada del texto.
Finalmente, la reconstrucción de los elementos formales implica interpretar la estructura dominante (narrativa, descriptiva, argumentativa), los procedimientos retóricos (metaforización, elipsis, paralelismo), los elementos paralingüísticos (entonación, pausas, ritmo) y las marcas deixis espacio-temporal. Esta análisis formal no busca meramente identificar figuras retóricas sino comprender su función pragmática: cómo organizan la perspectiva, cómo crean efectos de sentido, cómo manipulan la atención del receptor y cómo construyen una voz enunciativa particular. La interpretación integral del texto requiere así articular contenido, contexto y forma en una síntesis hermenéutica que revele la complejidad de la práctica comunicativa como actividad socialmente situada y históricamente condicionada.
II. CONCEPTO DE SITUACIÓN
2.1.1. Componentes situacionales
La situación comunicativa se define como el conjunto de elementos extralingüísticos presentes simultáneamente en la mente de los hablantes y en la realidad física exterior en el momento de la comunicación. Esta definición operativa, desarrollada sistemáticamente por Arsenio Sánchez, incluye tres tipos de datos fundamentales: los datos no físicos (conocimientos previos, creencias compartidas, presuposiciones culturales), los datos físicos (entorno material, presencia de objetos, características de los interlocutores) y los datos cenestésicos (gestos, mímica, entonación, estados anímicos). Esta tripartición refleja la multidimensionalidad de la situación, que no es mera escena física sino construcción mental intersubjetiva que activa esquemas interpretativos y guía la producción discursiva.
Los datos no físicos constituyen el marco cognitivo que possibilita la comprensión, incluyendo el conocimiento enciclopédico compartido sobre el mundo, las convenciones sociales, las normas culturales y la memoria interactiva de relaciones previas entre los interlocutores. Sin este substrato cognitivo, incluso los enunciados lingüísticamente perfectos resultarían opacos o ambiguos. Por ejemplo, la expresión «Esta operación ha sido un éxito» adquiere significado diverso según se enuncie en una clase de matemáticas (operación aritmética), en un banco (operación financiera) o en un hospital (intervención quirúrgica), y solo el conocimiento previo del espacio social permite la interpretación adecuada. Los datos físicos, por su parte, anclan la comunicación en lo concreto: la disposición espacial de los interlocutores, la presencia de artefactos que pueden ser señalados, la iluminación o el ruido ambiental que condicionan la percepción.
Los datos cenestésicos complejizan la situación al incorporar la corporeidad comunicativa: la postura, los gestos deícticos, la mímica facial, la entonación y el ritmo vocal revelan estados internos que pueden reforzar, contradecir o matizar el mensaje verbal. En la comunicación cara a cara, estos elementos paralingüísticos constituyen hasta el 70% de la información social transmitida, demostrando que la situación es un campo semiótico multimodal donde lo verbal y lo no verbal se integran en una totalidad comunicativa. La situación es, en definitiva, un constructo dinámico que evoluciona con cada turno de habla, donde los interlocutores constantemente renegocian los elementos pertinentes y crean nuevos contextos para la interpretación mutua.
2.1.2. Registros discursivos
El concepto de registro, desarrollado por Halliday en el marco de la lingüística sistémico-funcional, designa los usos lingüísticos que se definen en función de la situación y el contexto comunicativo. Cada registro constituye un código socialmente reconocido que el hablante activa según evalúe la situación, y que le permite transmitir información no solo sobre el contenido proposicional sino sobre sí mismo (su identidad social), sobre la relación establecida con el interlocutor (distancia o solidaridad) y sobre la situación comunicativa (formalidad, especialización, intimidad). Los registros no son estilos individuales sino construcciones sociales que reflejan la organización de la comunidad lingüística y la distribución de capital simbólico entre sus miembros.
La variación registral se organiza según tres parámetros interrelacionados: campo (qué se está hablando, el área temática), tenor (quién participa, las relaciones sociales) y modo (cómo se comunica, el canal y la función). El campo determina el léxico técnico o cotidiano, el tenor regula la formalidad y las formas de tratamiento, y el mode condiciona la organización textual (oral espontánea vs. escrita planificada). Por ejemplo, el registro académico se caracteriza por léxico especializado, sintaxis compleja y modalidad escrita, mientras que el registro coloquial emplea léxico común, sintaxis paratactica y modalidad oral con abundantes marcas deixis y apelativos. Esta variació registral no refleja meramente diferencias situacionales sino jerarquías sociales y distribuciones de poder simbólico.
El dominio de múltiples registros constituye una competencia comunicativa esencial en sociedades complejas, donde la movilidad social y la participación en diversas comunidades de práctica requieren la capacidad de cambio registral adecuado. La incompetencia registral (emplear un registro coloquial en un contexto formal o viceversa) genera efectos sociales de estigmatización o rechazo, evidenciando que los registros no son meras variantes formales sino marcadores de legitimidad social. La enseñanza de la lengua debe, por tanto, focalizarse no solo en la gramática estándar sino en la conciencia registral, possibilitando que los hablantes reconozcan, analicen y produzcan adecuadamente los registros demandados por diferentes situaciones comunicativas, desarrollando así su capacidad de translingüística y su agencia comunicativa.
2.2.1. Interdependencia lingüístico-situacional
Las relaciones entre lengua y situación se configuran como una interdependencia dinámica donde ambos polos se constituyen mutuamente. Siguiendo a Arsenio Sánchez, hablar es siempre un acto global en el que la libertad del locutor es muy relativa: el mensaje viene predeterminado tanto por las posibilidades del código lingüístico como por las exigencias de la situación. Esta co-determinación implica que ningún enunciado es independiente de su contexto de uso y que, recíprocamente, la situación adquiere sentido a través de la verbalización que la articula. La lengua, en consecuencia, no tiene función meramente descriptiva de una realidad preexistente sino que performa la situación, creando los marcos interpretativos que la hacen comprensible para los interlocutores.
La complementariedad entre elementos lingüísticos y situacionales se manifiesta en proporciones variables: en algunas comunicaciones la implicación del locutor en la situación real es tal que las palabras emitidas son mínimas (gestos, miradas, deixis gestual suficientes), mientras que en otras el distanciamiento es tan grande que se requiere sustituir los elementos situacionales por descripciones lingüísticas detalladas. Esta distribución semiótica refleja el grado de compartición de contexto: cuanto más conocimiento situacional comparten los interlocutores, menor necesidad de explicitación verbal. La comunicación eficiente, por tanto, no es la más explícita sino la que alcanza el equilibrio óptimo entre lo dicho y lo supuesto, lo nombrado y lo señalado.
Las relaciones dinámicas constantes entre situación, interlocutores y habla crean un sistema en evolución perpetua donde cada enunciado modifica levemente la situación, reconfigurando las posibilidades para el turno siguiente. Esta co-adaptación emergente hace que la comunicación sea un proceso no lineal donde la situación no es un contenedor estático sino un flujo de acontecimientos discursivos que se auto-organizan. La función narrativa del lenguaje, que permite referir hechos no presentes ni visibles, demuestra la capacidad de la lengua para crear situaciones virtuales dentro de la situación actual, ampliando el horizonte comunicativo más allá del aquí y ahora inmediato. Esta transposición situacional es fundamental para la transmisión cultural y la construcción de identidades colectivas.
2.2.2. Configuración del significado
La configuración del significado en la comunicación humana depende de la connivencia intersubjetiva entre los participantes, entendida como el conjunto de suposiciones compartidas, conocimientos mutuos y acuerdos tácitos que possibilitan la comprensión. Para que exista diálogo verdadero, es necesario que haya grandes connivencias entre los interlocutores, pues de otro modo cada enunciado generaría malentendidos o requeriría constantes negociaciones metacomunicativas que paralizarían la interacción. Estas connivencias no son innatas sino construidas discursivamente a lo largo de la interacción, mediante la confirmación de suposiciones, la reparación de malentendidos y la acumulación de experiencia compartida. El habla, en este sentido, no solo transmite información sino que crea las condiciones de posibilidad para su propia comprensión futura.
La visión de los hechos puede ser distinta para los interlocutores según su posicionamiento social, su experiencia previa y sus intereses comunicativos. Esta perspectivalidad inherente hace que la comunicación no sea una mera transferencia de objetos semánticos sino una negociación de versiones del mundo. La lengua permite presentar una situación distinta de la actual mediante la evocación narrativa, la argumentación contrafáctica o la planificación hipotética, possibilitando que los interlocutores construyan mundos posibles y exploren alternativas sin necesidad de experimentarlas directamente. Esta función virtualizadora constituye una de las herramientas más poderosas de la especie humana para la adaptación y la innovación social.
Desde un punto de vista objetivo, la situación puede reducirse a una forma abstracta seleccionando unos pocos elementos básicos, pero esta reducción analítica elimina la riqueza dinámica y la especificidad concreta que la hacen operativa. La situación real es siempre una sucesión de momentos que evoluciona sin necesidad de verbalización constante, donde los gestos, la mímica y la presencia de objetos bastan para mantener la comunicación. La alternancia entre momentos de alta densidad lingüística y momentos de comunicación no verbal crea un ritmo semiótico que estructura la interacción, demostrando que la lengua y la situación forman un continuum comunicativo donde la frontera entre lo verbal y lo extralingüístico es permeable y funcionalmente complementaria.
BIBLIOGRAFÍA
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- SÁNCHEZ, A.: Una metodología de la lengua oral. Escuela Española. Madrid, 1983. Investigación pionera sobre la situación comunicativa que establece las bases empíricas para el estudio de los componentes situacionales en la lengua oral.
- SEARLE, J.: Actos de habla. Ed. Cátedra. Madrid, 1990. Sistematización de la teoría de actos de habla con la distinción entre fuerza ilocutiva y contenido proposicional, fundamental para la pragmática analítica.
- VIGOTSKI, L.S.: Pensamiento y lenguaje. Ed. Paidós. Buenos Aires, 1987. Aunque no citado directamente, sus desarrollos sobre la teoría de la actividad y el carácter social del lenguaje fundamentan la dimensión socio-pragmática del tema.
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Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Lengua y Literatura actualmente JUBILADO.
Mí último destino fue la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevaba más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho fui asesor en varios centros del profesorado y me dediqué, entre otras cosas, a la formación de docentes; trabajé durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante estuve en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías.Ahora, desde este retiro, soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo materiales útiles para el área de Lengua castellana y Literatura. ¡Disfrútala!
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