Claudio Rodríguez. El baile de las Águedas.

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By Víctor Villoria

 “El baile de las Águedas” de Claudio Rodríguez

“El baile de las Águedas” es un poema de Claudio Rodríguez, uno de los grandes poetas españoles del siglo XX. El título hace referencia a la festividad de Santa Águeda, una celebración tradicional en Castilla y León en la que las mujeres bailan y toman protagonismo en la fiesta del pueblo. El poema está incluido en su primer libro, Don de la ebriedad, publicado cuando el autor tenía solo 19 años.

En el poema, el hablante (la voz que habla en el poema) se siente fuera de la fiesta. Observa a los demás bailar y disfrutar, pero él mismo no participa. Comienza diciendo: “Veo que no queréis bailar conmigo y hacéis muy bien”, lo que transmite una sensación de soledad y de no pertenencia. Este sentimiento de estar apartado, como un forastero, es una de las claves del poema.

Claudio Rodríguez recuerda en el texto otros tiempos, quizás su infancia o una época anterior a la Guerra Civil española, en la que la gente se unía más fácilmente en las fiestas del pueblo. Sin embargo, ahora, aunque está en medio de la celebración, se siente solo y extraño. El poema transmite nostalgia por una época en la que todo parecía más sencillo y la vida comunitaria era más fuerte.

El poema no solo habla de una fiesta, sino también de la experiencia humana de sentirse a veces fuera de lugar, de añorar lo que ya no existe y de buscar, sin éxito, la conexión con los demás. Claudio Rodríguez utiliza un lenguaje sencillo y cercano, pero con una gran carga emocional, lo que hace que el lector pueda identificarse fácilmente con los sentimientos de soledad y de búsqueda del poeta.

En resumen, “El baile de las Águedas” es un poema sobre la soledad, la nostalgia y la dificultad de pertenecer a un grupo, a través de la imagen de una fiesta popular en la que el protagonista se siente ajeno. Claudio Rodríguez logra transmitir emociones universales, y por eso su poesía sigue siendo muy valorada y cercana para muchos lectores, incluso para quienes no están habituados a leer poesía.

Veo que no queréis bailar conmigo
y hacéis muy bien. ¡Si hasta ahora
no hice más que pisaros, si hasta ahora
no moví al aire vuestro estos pies cojos!
Tú siempre tan bailón, corazón mío.

¡Métete en fiesta; pronto,
antes de que te quedes sin pareja!

¡Hoy no hay escuela! ¡Al río,
a lavarse primero,
que hay que estar limpios cuando llegue la hora!

Ya están ahí, ya vienen
por el raíl con sol de la esperanza
hombres de todo el mundo! Ya se ponen
a dar fe de su empleo de alegría
¿Quién no esperó la fiesta?
¿Quién los días del año
no los pasó guardando bien la ropa,
para el día de hoy? Y ya ha llegado.

Cuánto manteo, cuánta media blanca,
cuánto refajo de lanilla, cuánto
corto calzón. ¡Bien a lo vivo, como
esa moza se pone su pañuelo,
poned el alma así, bien a lo vivo!

Echo de menos ahora
aquellos tiempos en los que a sus fiestas
se unía el hombre como el suero al queso.

Entonces sí que daban
su vida al sol, su aliento al aire, entonces
sí que eran encarnados en la tierra.

Para qué recordar. Estoy en medio
de la fiesta y ya casi
cuaja la noche pronta de febrero.
y aún sin bailar: yo solo.

¡Venid, bailad conmigo, que ya puedo
arrimar la cintura bien, que puedo
mover los pasos a vuestro aire hermoso!

¡Águedas, aguedicas,
decidles que me dejen
bailar con ellos, que yo soy del pueblo,
soy un vecino más, decid a todos
que he esperado este día
toda la vida! Oídlo.

Óyeme tú, que ahora
pasas al lado mío y un momento,
sin darte cuenta, miras a lo alto
y a tu corazón baja
el baile eterno de Águedas del mundo,
óyeme tú, que sabes
que se acaba la fiesta y no la puedes
guardar en casa como un limpio apero,
y se te va, y ya nunca…
tú, que pisas la tierra
y aprietas tu pareja, y bailas, bailas.

Ni aún el cuerpo resiste
tanta resurrección, y busca abrigo
ante este viento que ya templa y trae
olor, y nueva intimidad. Ya cuanto
fue hambre, ahora es sustento. Y se aligera
la vida, y un destello generoso
vibra por nuestras calles. Pero sigue
turbia nuestra retina, y la saliva
seca, y los pies van a la desbandada,
como siempre. Y entonces,
esta presión fogosa que nos trae
el cuerpo aún frágil de la primavera,
ronda en torno al invierno
de nuestro corazón, buscando un sitio
por donde entrar en él. Y aquí, a la vuelta
de la esquina, al acecho,
en feraz merodeo,
nos ventea la ropa,
nos orea el trabajo,
barre la casa, engrasa nuestras puertas
duras de oscura cerrazón, las abre
a no sé qué hospitalidad hermosa
y nos desborda y, aunque
nunca nos demos cuenta
de tanta juventud, de lleno en lleno
nos arrasa. Sí, a poco
del sol salido, un viento ya gustoso,
sereno de simiente, sopló en torno
de nuestra sequedad, de la injusticia
de nuestros años, alentó para algo
más hermoso que tanta
desconfianza y tanto desaliento,
más gallardo que nuestro
miedo a su honda rebelión, a su alta
resurrección. Y ahora
yo, que perdí mi libertad por todo,
quiero oír cómo el pobre
ruido de nuestro pulso se va a rastras
tras el cálido son de esta alianza
y ambos hacen la música
arrolladora, sin compás, a sordas,
por la que sé llegará algún día,
quizá en medio de enero, en el que todos
sepamos el porqué del nombre: «viento
de primavera»

Claudio Rodríguez, Alianza y condena, 1965

Autor

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    Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías. Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!

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