Carmen Laforet. Nada

La novela debut de Carmen Laforet, “Nada”, es una obra poderosa y evocadora que captura la atmósfera sombría de la España de posguerra a través de los ojos de su joven protagonista, Andrea. Publicada en 1944, la novela ganó el prestigioso Premio Nadal, catapultando a la fama literaria a Laforet, que entonces tenía 23 años.

Trama y Ambientación

La historia sigue a Andrea, una joven huérfana que se muda a Barcelona para estudiar en la universidad. Llena de esperanza y entusiasmo por su nueva vida en la cosmopolita ciudad, las ilusiones de Andrea se desvanecen rápidamente cuando llega a la casa destartalada de su abuela en la calle Aribau.

Personajes y Temas

La novela pinta un vívido retrato de los disfuncionales y a menudo grotescos miembros de la familia con los que Andrea se ve obligada a vivir:

  • Su autoritaria tía Angustias
  • Su violento tío Juan y su esposa Gloria, atrapados en una relación abusiva
  • El enigmático tío Román

Estos personajes encarnan la oscuridad, la pobreza y la violencia emocional que impregnan el hogar. Las experiencias de Andrea en este ambiente opresivo contrastan con su vida en la universidad, donde forma amistades, particularmente con la rica y hermosa Ena.

Esta yuxtaposición resalta temas como:

  • La soledad y la frustración
  • La búsqueda de la libertad y la liberación femenina
  • La rebeldía juvenil y la inconformidad
  • El vacío y la miseria de la sociedad de posguerra

Estilo y Narrativa

Laforet emplea un tono coloquial y utiliza principalmente la narración en primera persona, permitiendo a los lectores experimentar los eventos a través de la perspectiva de Andrea. Los matices existencialistas y nihilistas de la novela capturan perfectamente la desesperación y la escasez que plagaban España en la década de 1940.

Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie.

Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que se formaban entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.

El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida.

Empecé a seguir —una gota entre la corriente— el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado —porque estaba casi lleno de libros— y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.

Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne,↵ sobre mi corazón excitado, estaba el mar.

Debía parecer una figura extraña con mi aspecto risueño y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos camalics.

Recuerdo que, en pocos minutos, me quedé sola en la gran acera, porque la gente corría a coger los escasos taxis o luchaba por arracimarse en el tranvía.

Uno de esos viejos coches de caballos que han vuelto a surgir después de la guerra se detuvo delante de mí y lo tomé sin titubear, causando la envidia de un señor que se lanzaba detrás de él desesperado, agitando el sombrero.

Corrí aquella noche en el desvencijado vehículo, por anchas calles vacías y atravesé el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza.

Autor del audio: Víctor Villoria