ÁLVAREZ DE TOLEDO, GABRIEL
Romance a Cristo Crucificado
De cuatro aceradas puntas
con cruda violencia roto,
vierte el divino cadáver
cuatro sangrientos arroyos.
Bárbara impiedad le ciñe
de espinas diadema tosco
en que le añade al tormento
nuevas puntas el oprobio.
En la esfera de su frente
la infame nube de abrojos
palideces de su bulto
inunda en licores rojos.
¡Oh coronas! ¡Oh laureles!
Venid a aprender el modo
de halagar como apreciables
hiriendo como injuriosos.
¿Es éste, es éste el semblante
en quien los ángeles todos,
con temblor reverentes,
fijan los sedientos ojos?
¿Éste, a cuyos sacros rayos
el serafín respetoso
en las abrasadas plumas
oculta trémulo el rostro?
¿Cómo, gran Sol de justicia,
sufres que en vuelo afrentoso
los vapores de la culpa
suban a empañar tu solio?
Pero quieres que deshechos
esos infieles estorbos,
subiendo a tu luz injuria,
bajen piedad a mi polvo;
Que mal el velo purpúreo
cela su oculto tesoro,
pues si le emboza en afrentas
le descubren los embozos.
¿Cómo, a pesar del tormento,
se ostenta el sagrado rostro
más divino en lo paciente
que antes se mostró en lo hermoso?
Vuelto hacia la tierra espera,
que al hombre, a sus voces sordo,
como enamorado busca
y busca como piadoso.
La sangre que sobra al pecho
ofrece inclinado el rostro,
que al amor sobran piedades
si falta crueldad al odio.
Desnudo el sagrado cuerpo,
sufre que el rencor rabioso
con dura irrisión le labre
nuevas cruces de sus ojos.
Ya de la ofrecida tierra
el racimo misterioso,
exploradores robados
muestran de la cruz los hombros.
La cándida vestidura,
teñida en el sacro mosto,
se queja de que ha pisado
el duro lagar él solo.
Yo veo que mis errores,
cuando a decirlos me postro,
a la voz de confesarlos
eco responde piadoso.
La muerte es la vida.
Esto que vive en mí, por quien yo vivo,
es la mente inmortal, de Dios criada
para que en su principio transformada,
anhele al fin de quien el ser recibo.
Mas del cuerpo mortal al peso esquivo
el alma en un letargo sepultada,
es mi ser en esfera limitada
de vil materia mísero cautivo.
En decreto infalible se prescribe
que al golpe justo que su lazo hiere
de la cadena terrenal me prive.
Luego con fácil conclusión se infiere
que muere el alma cuando el hombre vive,
que vive el alma cuando el hombre muere.