Juan Bautista Arriaza. Poema

La función de las vacas

Grande alboroto, mucha confusión,

voces de “Vaya” y “Venga el boletín”,

gran prisa por sentarse en un tablón,

mucho soldado sobre su rocín;

ya se empieza el magnífico pregón,

ya hace señal Simón con el clarín,

el pregonero grita: “Manda el Rey”,

todo para anunciar que sale un buey.

 

Luego el toro feroz sale corriendo

(pienso que más de miedo que de ira);

todo el mundo al mirarle tan tremendo,

ligero hacia las vallas se retira;

párase en medio el buey, y yo comprendo

del ceño con que a todas partes mira

que iba diciendo en sí el animal manso:

“Por fin, aquí me matan y descanso”.

 

Sale luego a echar plantas a la plaza

un jaque presumido de ligero;

zafio, torpe, soez, y con más traza

de mozo de cordel que de torero;

vase acercando al toro con cachaza;

mas no bien llega a ver que el bruto fiero

parte tras él furioso como un diablo,

vuelve la espalda y dice: “Guarda, Pablo”.

 

Síguese a tan gloriosa maravilla

un general aplauso de la gente;

uno le grita: “Corre, que te pilla”;

otro le dice: “Bárbaro, detente”.

Y al escuchar lo que el concurso chilla,

iba diciendo el corredor valiente:

“Para qué os quiero, pies? dadme socorro.

¿No es corrida de bestias? Pues yo corro”.

 

A las primeras vueltas ya se halla

el toro solo en medio de la arena;

por no saber qué hacerse, va a la valla,

a ver si en algún tonto el cuerno estrena;

mas desde allí la tímida canalla,

que estando en salvo de valor se llena,

al pobre buey ablandan el cogote,

unos con pinchos, y otros con garrote.

 

En esto, con su capa colorada

sale a la plaza un malcarado pillo;

puesto en jarras, la vista atravesada,

y escupiendo al través por el colmillo,

dice con una voz agacharada:

“Echen, échenme acá el animalillo”;

mas viene el buey; él piensa que le atrapa;

quiere echarle la capa, pero escapa.

 

Hecha al fin la señal de retirada,

que en otras partes suele ser de entierro,

pues muere el animal de una estocada

o a las furiosas presas de algún perro,

sale el manso y pastor de la vacada,

y al reclamo del áspero cencerro,

la plaza al punto el buey desembaraza,

quedando otros más bueyes en la plaza.