Claudio Rodríguez. Viento de primavera

Este poema de Claudio Rodríguez explora la llegada de la primavera y su efecto transformador en el mundo y en el ser humano. El poeta describe cómo la nueva estación trae consigo una energía renovadora que contrasta con la inercia y el cansancio del invierno.

La imagen del viento es particularmente poderosa en este poema. Rodríguez lo presenta como una fuerza vital que “ventea la ropa”, “orea el trabajo” y “barre la casa”. Este viento primaveral no solo limpia y renueva el entorno físico, sino que también “engrasa nuestras puertas / duras de oscura cerrazón”, sugiriendo una apertura mental y emocional. El viento se convierte así en un símbolo de cambio y renovación, capaz de transformar tanto el mundo exterior como nuestro interior.

El contraste entre el invierno y la primavera se manifiesta en imágenes corporales. El poeta habla de un “cuerpo aún frágil de la primavera” que ronda “en torno al invierno / de nuestro corazón”. Esta yuxtaposición resalta la lucha interna entre el deseo de renovación y la resistencia al cambio, un tema recurrente en el poema.

Rodríguez utiliza también la metáfora de la resurrección, sugiriendo que la llegada de la primavera es tan poderosa que “ni aún el cuerpo resiste / tanta resurrección”. Esta imagen evoca no solo el renacimiento de la naturaleza, sino también la posibilidad de un renacimiento espiritual y emocional en los seres humanos.

Finalmente, el poema concluye con la imagen del “viento de primavera”, un símbolo que engloba toda la fuerza transformadora de la estación. El poeta sugiere que algún día todos comprenderemos plenamente el significado de esta frase, implicando una futura armonía entre los seres humanos y los ciclos naturales, una comprensión más profunda de la renovación y el cambio.

Ni aún el cuerpo resiste
tanta resurrección, y busca abrigo
ante este viento que ya templa y trae
olor, y nueva intimidad. Ya cuanto
fue hambre, ahora es sustento. Y se aligera
la vida, y un destello generoso
vibra por nuestras calles. Pero sigue
turbia nuestra retina, y la saliva
seca, y los pies van a la desbandada,
como siempre. Y entonces,
esta presión fogosa que nos trae
el cuerpo aún frágil de la primavera,
ronda en torno al invierno
de nuestro corazón, buscando un sitio
por donde entrar en él. Y aquí, a la vuelta
de la esquina, al acecho,
en feraz merodeo,
nos ventea la ropa,
nos orea el trabajo,
barre la casa, engrasa nuestras puertas
duras de oscura cerrazón, las abre
a no sé qué hospitalidad hermosa
y nos desborda y, aunque
nunca nos demos cuenta
de tanta juventud, de lleno en lleno
nos arrasa. Sí, a poco
del sol salido, un viento ya gustoso,
sereno de simiente, sopló en torno
de nuestra sequedad, de la injusticia
de nuestros años, alentó para algo
más hermoso que tanta
desconfianza y tanto desaliento,
más gallardo que nuestro
miedo a su honda rebelión, a su alta
resurrección. Y ahora
yo, que perdí mi libertad por todo,
quiero oír cómo el pobre
ruido de nuestro pulso se va a rastras
tras el cálido son de esta alianza
y ambos hacen la música
arrolladora, sin compás, a sordas,
por la que se llegará algún día,
quizá en medio de enero, en el que todos
sepamos el por qué del nombre: «viento
de primavera»

Claudio Rodríguez, Don de la ebriedad, 1953

Autor del audio: el propio autor

Fuente: Cecilia