LA POESÍA ILUSTRADA
MELÉNDEZ VALDÉS: LA POESÍA DEL SIGLO
Juan Meléndez Valdés (1754-1817) es el mejor y mayor exponente de la poesía del siglo XVIII. Nacido en un pueblo de Extremadura, en una familia acomodada de labradores, se traslada pronto a Madrid para cursar estudios. Ingresa después en la Universidad de Salamanca donde estudia Leyes y dará clases después de su licenciatura. Es entonces cuando toma contacto con el grupo ilustrado de Salamanca, al que pertenecían Cadalso, Jovellanos y Tomás de Iriarte. Este contacto será fundamental para la evolución de su poesía, su pensamiento, y su trayectoria personal. Ingresa finalmente en la carrera judicial, y desempeñará destinos en Zaragoza, Madrid y otras ciudades antes de caer en desgracia, a la par que Jovellanos, y ser desterrado por Carlos IV en algunas localidades castellanas. Se encontraba en Madrid poco antes de la invasión francesa en 1808, y, tras algunas dudas y vacilaciones, acepta el cargo ofrecido por José Bonaparte como Ministro de Educación. Acabada la guerra, esta colaboración con el ejército de ocupación le significaría el destierro en 1813. Murió en Montpellier en 1817.
La obra de Meléndez Valdés recorre las tres corrientes principales de la poesía del siglo: la anacreóntica, la ilustrada y la prerromántica, si bien las dos primeras son constantes a lo largo de su obra.
La poesía anacreóntica es, junto con la ilustrada, la más característica del siglo, y tiene como temas la sensualidad, lo breve, el amor tomado como juego inocente, la belleza femenina, la naturaleza descrita idealmente, lo bucólico y pastoril, la fiesta, los placeres sensuales, etc., todo ello con un vocabulario rico en diminutivos, con un léxico amable y suave colorido. La métrica suele ser breve, en arte menor, y con muy distintas combinaciones estróficas. Meléndez Valdés es el máximo representante de esta poesía, de gran éxito durante el dieciocho, y no abandonó el género en toda su vida poética.
También destacó Meléndez Valdés en lo que se conoce como poesía ilustrada, obras poéticas filosóficas o morales, que tenían como fin difundir las ideas ilustradas y que, en ocasiones, también sirvieron para inaugurar Academias, celebrar aniversarios de reinados, etc., y que se publicaron en distintos medios, aunque fueron impresas frecuentemente para la prensa de la época –como El Censor.
Finalmente, y al igual que sucedió con otros autores –como Cadalso o Jovellanos- es también notable la tendencia prerromántica en la última parte de la obra poética de Meléndez Valdés. La naturaleza se acomoda más al estado de ánimo del poeta, al tiempo que los poemas se llenan de imágenes más identificables con el movimiento romántico; así, y describiendo el invierno:
(…)Porque todo fallece y desolado sin vida ni acción yace. Aquel hojoso árbol, que antes al cielo de verdor coronado se elevaba en pirámide pomposo, hoy ve aterido en lastimado duelo sus galas por el suelo. Las fértiles llanuras, de doradas mieses antes cubiertas, desaparecen en abismos de lluvias inundadas con que soberbios los torrentes crecen. (…)
FÉLIX DE SAMANIEGO Y TOMÁS DE IRIARTE:
la poesía al servicio de la moral y de la educación literaria
El siglo XVIII ofrece una variante poética cuya originalidad ha ofrecido una tenaz resistencia al paso de los años: las fábulas versificadas de Samaniego y, en forma distinta, las de Iriarte, se vienen editando y reeditando desde hace más de doscientos años, y aún parecen tener cierta vigencia en el mercado (aunque prosificadas generalmente).
- Tomás de Iriarte (1750-1791) provenía de una conocida familia de escritores y altos funcionarios al servicio de Carlos III. Ascendido también él a un importante puesto público, participa en la conocida tertulia ilustrada de la Fonda de San Sebastián, donde coincide con Fernández de Moratín (padre) y con Cadalso. Escribe numerosas obras teatrales, todas ellas dentro de un riguroso gusto neoclásico, así como poesía lírica, pero su obra más conocida y a la que debe su fama es Fábulas literarias (1782).
Se trata de una serie de historias protagonizadas por animales, tal y como pedía el género, pero que en vez de contenido moral, contenían unos versos finales con alusiones literarias. Así, en la Fábula XXVI, El león y el águila, y a propósito de quien no toma partido, finaliza Iriarte: Murciélagos literarios, / que hacéis a pluma y a pelo, / si queréis vivir con todos, / miraos en este espejo.
- Félix María de Samaniego, (1745-1801) es el otro gran fabulista del siglo. También de familia ilustre, como Iriarte, escribe sus Fábulas morales (1781) para los alumnos del seminario de Vergara, de cuya Sociedad vascongada de amigos del país es participante. Amigo de polémicas y de versos de dudoso gusto, tomó sin embargo los argumentos de otros fabulistas europeos –del francés La Fontaine, sobre todo- para su famoso libro. Enemistado con Iriarte desde que éste publicó sus Fábulas… por entender que se trataba de un plagio, lo cierto es que la intención es muy distinta, puesto que en el caso de Samaniego se trata de una finalidad moral, no literaria, lo que justifica las moralejas de estas cortas historias rimadas. Así sucede en la conocidísima fábula de La cigarra y la hormiga, que finaliza condenando la despreocupada actitud de la cigarra: “¡Hola! ¿conque cantabas / cuando yo andaba al remo? / Pues ahora, que yo como,/ baila, pese a tu cuerpo.”
El género de la fábula, tal y como lo trataron Iriarte y Samaniego, tenía plena explicación en su tiempo: era una literatura didáctica, sencilla, que conseguía con creces su objetivo, que no era otro que el mostrar el camino recto, honrado y éticamente correcto –sobre todo en el caso de Samaniego- a todos aquellos lectores, generalmente de poca cultura o estudiantes, que se acercaban a su lectura. De otro lado, ambos popularizaron un género que había tenido una larga trayectoria en la literatura española, desde la Edad Media hasta el Siglo de Oro, y del que Samaniego e Iriarte son magníficos continuadores.
OTROS POETAS
Nos interesa aquí ocuparnos de otras firmas poéticas que escriben pasado el medio siglo, puesto que la producción poética anterior a esta fecha es sobre todo continuidad de la del barroco, si no en las formas sí en los contenidos mitológicos y sensuales. La única reseña realmente importante es la de Ignacio de Luzán (1702-1754), autor de una Poética (1737), cuyas normas influirían notablemente en los literatos del siglo dieciocho, tanto en poesía como en teatro.
Son dos tertulias las que nos apuntan los nombres de conocidos e importantes poetas dieciochescos, todos ellos ilustrados, y que escriben y desarrollan su obra vencida la mitad del siglo. Es el caso de los escritores de la tertulia madrileña de la Fonda de San Sebastián y los conocidos como Grupo de Salamanca.
- Entre los primeros destacan, ante todo, dos: Nicolás Fernández de Moratín –padre de Leandro, el dramaturgo- y José Cadalso, ya tratado anteriormente por su obra en prosa. Tanto el uno como el otro, y exactamente igual que los poetas más importantes de la época, cultivan con gusto la poesía anacreóntica en todas sus variantes mitológicas y sensuales.
- Dentro del grupo salmantino vuelve a aparecer Cadalso –omnipresente pese a la cortedad de su vida- y Meléndez Valdés. Como tantos poetas de la Ilustración recorren el mismo camino anacreóntico para acabar rindiendo tributo a una poesía más llana y a veces casi prosificada con el fin de adaptarse al propósito reformador e ilustrado de lo que se ha dado en llamar poesía neoclásica. Esta poesía, también conocida como ilustrada, se vincula con frecuencia a discursos en Sociedades de amigos del país, Academias, premios literarios, etc.
En este paso de la poesía anacreóntica a la ilustrada –que no fue tal, porque la primera siguió cultivándose en las primeras décadas del siglo XIX- tuvo una importancia enorme el influjo de la gran figura ilustrada de la época: Jovellanos. Presente bien físicamente o por amistad en ambas tertulias o grupos literarios, el mejor prosista del siglo fue también poeta de primer orden, y suya es la sugerencia hecha –en forma de Epístola-en el tercer cuarto de la centuria sugiriendo a los salmantinos la transición hacia una poesía más acorde con las nuevas inquietudes sociales, más pedagógica y de contenido didáctico. Y sin embargo ello no fue excusa para que él mismo, en su Epístola del Paular, anteceda otros nuevos tiempos para una poesía más íntima, personal y con un tratamiento de la Naturaleza cercano al de la una nueva sensibilidad, la romántica. Es en estas Epístolas donde se encuentra el mejor poeta que fue Jovellanos, hombre universal, de gran cultura y talento, y que siempre fue un referente para los intelectuales del setecientos.