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ToggleLas Lenguas de España. Formación, Evolución y Variedades Dialectales
I. Introducción: Panorama del Plurilingüismo Peninsular
1.1. Panorama General del Plurilingüismo en España
España constituye un país de notable diversidad lingüística, caracterizado por la coexistencia de múltiples lenguas en su territorio. Además del castellano, declarado lengua oficial en toda la nación, conviven el catalán, el valenciano, el balear, el gallego y el vascuence, reconocidos como cooficiales en sus respectivas comunidades autónomas según lo establecido en la Constitución de 1978. Esta heterogeneidad no constituye un fenómeno aislado de la modernidad, sino que representa el resultado de complejos procesos históricos de migración, conquista, romanización y contacto lingüístico prolongado que caracterizaron la evolución de la Península Ibérica desde épocas remotas.
La estratificación sociolingüística de España trasciende la simple distinción entre lenguas mayoritarias y minorías lingüísticas. Cada una de las lenguas cooficiales presenta, internamente, una riqueza dialectal considerable: variedades que reflejan factores geográficos, históricos y sociales específicos de cada región. El astur-leonés y el aragonés, aunque no poseen estatus de lenguas autonómicas, perviven como dialectos históricos con presencia en zonas fronterizas y espacios rurales. Asimismo, dentro del territorio hispanohablante operan comunidades de bilingüismo activo, donde hablantes individuales manejan simultáneamente dos o más códigos lingüísticos, generando fenómenos complejos de interferencia y cambio de código.
Esta configuración del espacio lingüístico peninsular presenta implicaciones fundamentales para la planificación educativa y la política lingüística contemporánea. La enseñanza obligatoria en zonas bilingües enfrenta desafíos permanentes en la estandarización ortográfica y la normalización de usos dialectales diversos. El fenómeno de la inmigración ha complejizado aún más este panorama, incorporando nuevas variedades y lenguas maternas que trascienden el dominio tradicional. Las instituciones educativas deben, consecuentemente, desarrollar metodologías que reconozcan la legitimidad del plurilingüismo peninsular, evitando posturas prescriptivistas que asimilen o marginalicen la diversidad lingüística como desviación de normas estándar.
II. Formación y Evolución de las Lenguas de España
2.1. Etapa Prerromana
La Península Ibérica anterior a la dominación romana presentaba un mosaico lingüístico de considerable complejidad, poblada por pueblos de orígenes diversos cuyas lenguas derivaban de múltiples familias y troncos filogenéticos. Los celtíberos ocupaban zonas interiores de la Meseta Central; los pueblos de origen ligur se habían establecido en regiones montañosas del norte; los celtas de Europa Central dominaban amplios territorios peninsulares. En el litoral mediterráneo, fenicios y griegos habían dejado su impronta comercial, mientras que cartagineses e íberos del sur completaban este heterogéneo panorama étnico y lingüístico.
La característica fundamental de esta época era la ausencia de unidad lingüística peninsular, fragmentación que continuaría hasta la imposición del latín como lengua de administración y prestigio. Cada pueblo mantuvo sus propias tradiciones idiomáticas, generando una situación de multilingüismo territorial donde no existían lenguas francas de comunicación interétnica amplia. El vascuence es la única lengua prerromana que logró sobrevivir al proceso de latinización, hecho que lo convierte en supervivencia lingüística excepcional dentro del contexto románico occidental. Las restantes lenguas desaparecieron gradualmente, aunque dejaron sustratos significativos que se perpetuarían en el léxico, la fonética y la morfología de las lenguas románicas posteriores.
Los sustratos prelatinos ejercieron influencias duraderas en la evolución subsiguiente del latín hispánico. Palabras como vega, manteca, lanza y cerveza, derivadas de étimos vascos y celtas respectivamente, se integrarían permanentemente en las futuras lenguas románicas. La toponimia y antroponimia ibérica constituyen el principal registro de esta herencia prerromana, conservando en sus formas la memoria lingüística de pueblos extintos como los tartesios y los turdetanos. La semántica de ciertos sufijos derivativos nominales, como el despectivo -arro/-orro y el diminutivo -eco, proyecta sus orígenes a estos sustratos preindoeuropeos, transmitiéndose a través de los siglos hacia las lenguas modernas.
2.2. La Romanización
El proceso de romanización, iniciado en 218 a.C. con la llegada de legiones romanas y consolidado definitivamente en 19 a.C. bajo Augusto, representa uno de los fenómenos de transformación lingüística más profundos de la historia peninsular. Este proceso no fue uniforme territorialmente: mientras que la Bética meridional experimentó una latinización temprana e intensiva, caracterizada por la adopción de formas lingüísticas conservadoras del latín clásico, regiones como la Meseta Central y especialmente los territorios cántabros, astures y vascos resistieron con mayor tenacidad, retrasando la implantación del latín vulgar como lengua vehicular de la población.
La Tarraconensis, constituida como provincia de tránsito y zona de encuentro entre diversos pueblos, desarrolló características innovadoras en su evolución románica, generando rasgos lingüísticos que se apartaban de la norma clásica. La romanización implicó un fenómeno de bilingüismo prolongado durante el cual las poblaciones autóctonas mantuvieron gradualmente sus idiomas ancestrales mientras progresivamente adoptaban el latín como lengua de prestigio social y poder político. Solamente el vascuence logró mantener su independencia lingüística frente al avance arrollador del latín, fenómeno que constituye excepción singular en el contexto románico occidental y cuya explicación permanece parcialmente oscura en la investigación filológica contemporánea.
El latín que se implantó en Hispania, denominado latín hispánico, no reproducía exactamente la norma clásica de Roma, sino que presentaba características propias del latín vulgar, la modalidad de habla común empleada por colonos, soldados y comerciantes. Este latín hibridado, portador de influencias del sustrato vasco en su sistema vocálico y procedimientos fonológicos, se convirtió en la base común de las futuras lenguas románicas peninsulares. La caída del Imperio Romano no interrumpió la continuidad latinohablante en Hispania, debido a que instituciones como la Iglesia cristiana mantuvieron viva la tradición de prestigio del latín durante toda la Edad Media.
2.3. El Superestrato Germánico
A partir del año 409 d.C., con la desintegración acelerada del Imperio Romano de Occidente, pueblos germánicos procedentes del norte europeo atravesaron los Pirineos iniciando el proceso de conquista y asentamiento en la Península Ibérica. Suevos, vándalos, alanos y visigodos ejecutaron invasiones sucesivas que fragmentarían definitivamente la relativa cohesión política romana. Los visigodos, finalmente victoriosos, establecieron su reino en el siglo VI con capital en Toledo, instituyendo una estructura administrativa que paradójicamente mantendría la tradición latina de gobierno. A pesar de su dominio político-militar, estos pueblos germánicos adoptaron progresivamente el latín dialectal, abandonando sus lenguas nativas y contribuyendo así a la perpetuación de la latinidad en Hispania.
La influencia lingüística ejercida por los germanos sobre el latín hispánico fue sorprendentemente reducida, especialmente considerando su dominio político durante más de tres siglos. El impacto sobre la fonética fue prácticamente nulo; la morfología apenas recibió aportaciones, limitadas al sufijo -engo (realengo, abadengo, abolengo), de probable procedencia gotohispana. La contribución más relevante se materializó en el léxico especializado, particularmente en campos semánticos bélicos: espuela, guarecerse, bandera, yelmo, guerra, orgullo. Asimismo, la antroponimia visigótica dejó huella perdurable: nombres como Álvaro, Fernando, Rodrigo y Lope perpetuarían la herencia germánica en la onomástica peninsular.
Paradójicamente, la mayor aportación germánica a la evolución románica peninsular fue de carácter indirecto: la disrupción política causada por las invasiones aceleró la fragmentación del latín en dialectos regionales diferenciados, proceso que los germanos, al romanizarse, no consiguieron revertir. Los visigodos contribuyeron a esta divergencia lingüística al abandonar sus lenguas ancestrales en favor de un latín ya estratificado regionalmente, permitiendo que la evolución diferenciada de cada área geográfica se precipitara sin impedimentos de presiones unificadoras de poder político centralizado.
2.4. El Primer Romance Peninsular
El proceso de transformación del latín vulgar hacia los primeros romances peninsulares no constituyó un evento puntual, sino una evolución gradual y progresiva que se extendió aproximadamente desde el siglo V hasta el siglo IX, período en el cual lo hablado se había desviado sustancialmente de la lengua madre, generando modalidades de habla cuya inteligibilidad mutua respecto al latín clásico se había erosionado irreversiblemente. Menéndez Pidal conceptualizó esta fase intermedia como un magma lingüístico, término que enfatiza la fluidez y la ausencia de límites claramente demarcables entre la latinidad agonizante y los protorromances emergentes. Durante esta época de transición, coexistían espacios lingüísticos transicionales donde se superponían caracteres latinos con innovaciones románicas.
Los rasgos lingüísticos más característicos del primer romance peninsular incluyen la reducción de vocales finales a tres formas (-a, -e, -o) en el dominio occidental, frente a la reducción única a -a en Cataluña. La conservación de diptongos latinos ai y au distinguía estas modalidades románicas de sus contemporáneos de otras áreas románicas. Las transformaciones de grupos consonánticos, particularmente -ct- > -ht- (modalidad mozárabe) o -ct- > -it- (resto de territorios), producirían la eventual africada castellana -ch-. La sonorización de oclusivas sordas intervocálicas (p, t, k > b, d, g) se manifestaba en territorios de sustrato celta o vasco, conformando el futuro carácter innovador del castellano.
El magma lingüístico prebisigótico, portador de influencias del sustrato vasco y celta, así como de los sustratos prerromanos, proporcionaría la base estructural sobre la cual se edificarían los futuros sistemas fonológicos y morfosintácticos de las lenguas románicas españolas. La diversificación inicial entre zonas mozarabófonas, gallegoportuguesas, catalanas, navarro-aragonesas y castellanas comenzaba ya durante esta fase proto-románica, anticipando la futura fragmentación política y lingüística que caracterizaría la Edad Media. Este período representa así el verdadero locus de génesis de la diversidad románica hispánica.
2.5. El Superestrato Árabe
La expansión territorial del islam a través del Mediterráneo alcanzó la Península Ibérica en 711 d.C., cuando expediciones militares procedentes del norte de África cruzaron el Estrecho de Gibraltar, conquistando rápidamente la mayor parte del territorio peninsular en pocas décadas. Esta irrupción dramática introdujo en el contexto lingüístico hispanorromance una presencia árabe que persistiría durante aproximadamente ocho siglos, fundamentalmente en las zonas meridionales. El superestrato árabe, a diferencia de sus predecesores germánico y vasco, ejercería una influencia lingüística fundamentalmente de naturaleza léxica antes que estructural, alterando el vocabulario de manera profunda sin modificar sustancialmente los sistemas fonológicos o morfosintácticos heredados del latín.
La penetración árabe en el léxico peninsular alcanzó proporciones extraordinarias, afectando campos semánticos tan variados como la agricultura (acequia, atalaya, noria), la guerra (adalid, alcazaba, adarve), el comercio y la industria (tarea, taza, azufre, arancel, tarifa, aduana), la ciencia (álgebra, alambique), la vida doméstica (arrabal, aldea, alcoba, ajuar, almohada) y la administración (alcalde, albacea). El arabismo también modificó la topografía semántica del castellano mediante términos procedentes del mozárabe, lengua romance que servía de intermediaria entre la población cristiana y las estructuras administrativas árabes. Topónimos como Guadalquivir, Alcalá, Calatayud, Almunia y Albalate perpetúan la herencia árabe en la geografía nominal peninsular.
Paradójicamente, la influencia árabe sobre la fonética y la morfología del castellano resultó notablemente limitada, circunstancia que contrasta dramáticamente con la magnitud del influjo léxico. Solo ocasionalmente encontramos el sufijo -i en formas como baladí y muladí, atestiguando una presencia morfológica árabe sumamente discreta. Esta asimetría refleja la naturaleza del contacto lingüístico: aunque los árabes ejercían dominio político-administrativo, las poblaciones románicas mantuvieron sus propios sistemas lingüísticos fundamentales, incorporando selectivamente términos árabes para conceptos y realidades que requerían la nueva realidad política y económica.
2.6. Diversidad Lingüística durante la Reconquista
El territorio peninsular bajo dominio islámico experimentó una fragmentación lingüística sin precedentes, generando espacios de multilingüismo complejo donde románicos de múltiples modalidades coexistían con el árabe en estructuras de diglosia. Los reinos cristianos del norte, particularmente el reino astur-leonés, heredero de las tradiciones visigóticas, iniciaron desde el siglo XI un movimiento de reconquista territorial que revertiría gradualmente la presencia islámica. Este proceso no fue meramente militar; constituyó simultáneamente un fenómeno de repoblación lingüística mediante el cual pobladores procedentes de zonas cristianas recolonizaban territorios reconquistados, llevando consigo sus modalidades de habla y generando nuevas configuraciones dialectales en las zonas de frontera.
El reino astur-leonés, base de la reconquista occidental, carecía internamente de unidad lingüística coherente: en su territorio convivían el gallego, de carácter conservador con influencia de sustratos celtas profundos; el astur-leonés, fuertemente fragmentado en hablas locales; el mozárabe, representando la arcaización en la periferia del territorio cristiano; y el castellano, modalidad innovadora resultante del contacto vasco-románico intenso. El reino de Aragón, nacido en los Pirineos, desarrolló el navarro-aragonés, dialecto de características conservadoras aunque con innovaciones considerables, portador de influencias vascas significativas. Estos reinos, mediante su expansión territorial, imponían progresivamente sus códigos dialectales sobre las poblaciones sometidas.
La expansión del castellano comenzó a establecer su hegemonía lingüística durante este período de reconquista, proceso que se aceleraría en los siglos posteriores. Cataluña, anexionada por Francia durante la Edad Media, experimentó trayectoria diferenciada, desarrollando una estructura política y lingüística independiente que contrastaba con la evolución castellana. El vascuence, operando en regiones geográficamente marginales y sin acceso a la administración feudal, experimentaba simultáneamente una lenta regresión territorial hacia sus espacios nucleares actuales. La multiplicidad dialectal característica de esta época de fragmentación política se reduciría progresivamente conforme el poder político se centralizaba.
2.7. El Mozárabe
El mozárabe constituía la modalidad lingüística de las poblaciones cristianas que permanecieron en territorios bajo dominio islámico, manteniendo su fe religiosa y, parcialmente, su identidad cultural dentro de estructuras políticas musulmanas. Esta lengua, derivada del latín vulgar hispanorromano pero evolucionada independientemente bajo condiciones de prolongado aislamiento de los núcleos cristianos septentrionales, alcanzaba una importancia geográfica considerable: se extendía por la mayoría del territorio peninsular, penetrando incluso en el reino astur-leonés mediante repoblación de cristianos procedentes de zonas islámicas. El mozárabe presenta características de extrema arcaicidad, conservando numerosos pasos intermedios en la evolución románica que se habían simplificado en otros dialectos.
Las características fonéticas del mozárabe incluyen la diptongación de ĕ y ŏ tónicas ante consonantes palatales (nŏcte > nueche, ŏculu > uelio), la conservación de diptongos latinos ai, ei, au, ou sin evolución monoptongante, y la preservación de fricativa f- inicial. Morfológicamente, el mozárabe presenta peculiaridades como el artículo el en contextos bilingües junto al árabe al, o formas pronominales como mib y mibi. Las desinencias verbales procedentes de sum (es, est) sufren diptongación aberrante (yes, yed), fenómeno único en el contexto románico. La conjunción copulativa ed constituye singularidad morfosintáctica.
El mozárabe experimentó progresivo declive a partir de las invasiones almohades y almorávides del siglo XII, momento en el cual la intensificación de la presión islámica sobre poblaciones cristianas aceleró los procesos de migración hacia territorios cristianos septentrionales. En el siglo XIII, apenas subsistía en Toledo junto al castellano emergente, desapareciendo completamente a finales de esa centuria. Los antiguos mozarabohablantes, reubicados en territorios recién conquistados, adoptaron las modalidades románicas locales: los de al-Ándalus occidental adoptaron el castellano; los territorios aragoneses fueron asimilados al aragonés; los levantinos adoptaron el catalán incipiente. Su influencia, no obstante, perseveraría en sustratos léxicos y rasgos fonológicos de las lenguas medievales emergentes.
2.8. El Astur-Leonés
El astur-leonés constituía el dialecto vehicular del reino asturiano en su fase inicial, alcanzando máxima expansión durante los siglos VIII a X, período anterior a la consolidación hegemónica del castellano. Este dialecto derivaba de la evolución del latín vulgar en territorios montañosos del noroeste peninsular, donde la romanización tardía y la presencia de sustratos lingüísticos no latinos ejercieron influencias diferenciadas respecto a otras zonas. El astur-leonés exhibe marcado carácter conservador en numerosos aspectos, particularmente en la preservación de la fricativa f- inicial, característica que compartía con el gallego y el mozárabe pero que el castellano innovadoramente transformaría. La fragmentación dialectal interna resulta pronunciada, reflejando el aislamiento relativo de los valles pirenaicos y la ausencia de instituciones centralizadoras que pudieran asegurar la normalización de usos.
Las características fonéticas distinguidas incluyen la vacilación entre formas como ĕ, ŏ tónicas que emergen como diptongos ia, uo, ua, ue, fenómeno menos sistemático que la diptongación castellana. La transformación de l- inicial en ll- (lupus > llobu) anticipa la palatalización que caracterizaría al castellano. La conservación del grupo -mb- intervocálico (palombina) lo diferencia del castellano, aunque lo aproxima al gallego. El sufijo diminutivo asume formas variadas según territorio, indicando fragmentación morfológica considerable. La epéntesis vocálica ante terminaciones consonánticas contribuye al rasgo de timbre vocálico del astur-leonés medieval.
El astur-leonés experimentaría relegación progresiva conforme avanzaba la reconquista medieval y el poder político castellano se expandía territorialmente. Aunque mantendría cierta vitalidad cultural durante la Edad Media, particularmente en documentación de carácter privado y territorial, su estatus descendería frente a la prestigiosidad creciente del castellano como lengua de poder e innovación. Hacia la modernidad, el astur-leonés se reduciría a hablas rurales y rústicas, empleadas exclusivamente en contextos informales, aunque perviviendo hasta la actualidad como testimonio vivo de esta fase medieval de fragmentación románica. Su evolución representa paradigma del desplazamiento lingüístico de dialectos minoritarios ante hegemonías de dialectos mayores.
2.9. El Navarro-Aragonés
El navarro-aragonés constituía un complejo dialectal de considerable extensión geográfica, expandiéndose desde las márgenes del Alto Ebro hasta la frontera con territorios catalanohablantes, abarcando además La Rioja, Sobrarbe, Ribagorza y los condados pirenaicos de Aragón. Este dialecto, formado en contacto intenso con el sustrato vasco considerable de la región, desarrolló características de marcada conservación lingüística, asemejándose en numerosos rasgos al astur-leonés occidental, aunque distinguiéndose mediante mayor presencia de innovaciones que anticipaban transformaciones catalanas. Las Glosas Emilianenses, primer documento escrito preservado en una lengua románica castellana, redactadas en el siglo X en el monasterio riojano de San Millán de la Cogolla, presentan texto en navarro-aragonés, atestiguando así la vitalidad textual de este dialecto en épocas tempranas de la tradición escrita románica.
Los rasgos lingüísticos distintivos incluyen consonantismo compartido con los dialectos leoneses: conservación de f- inicial, mantenimiento de g-, j- iniciales ante e, i átonas (aunque con ensordecimiento de la africada ĵ hacia ĉ, diferenciándose del leonés), y vacilación en vocales tónicas entre formas ie, ia, ua, uo, ue. Simultáneamente, el navarro-aragonés comparte características innovadoras con el catalán incipiente: preservación de pl-, cl-, fl-, reducción de -mb- intervocálico hacia m y -nd- hacia n, y monoptongación de diptongos latinos ai, au hacia e, o. Esta posición intermedia del navarro-aragonés entre leonés occidental y catalán oriental refleja su ubicación geográfica limítrofe y su exposición a influencias múltiples.
El navarro-aragonés, a pesar de su temprana presencia documental y su extensión geográfica apreciable, no consiguió consolidarse como lengua de poder político comparable al castellano emergente. La fragmentación interna del dialecto en hablas locales diferenciadas, la ausencia de tradición literaria culturalmente prestigiosa, y la progresiva absorción de territorios aragoneses bajo hegemonía castellana ocasionaron su marginación gradual. Hacia los siglos posteriores, el navarro-aragonés se reduciría a dialectos residuales de montaña, como el ribagorzano y el riojano, que perviven como variedades de transición entre español y catalán, testimoniando la complejidad de los procesos de desplazamiento lingüístico en zonas fronterizas.
2.10. El Castellano o Español
Según la tesis fundamental de Ramón Menéndez Pidal, el castellano originó en la cuenca alta del río Ebro, territorio que corresponde a la antigua Cantabria meridional y zonas adyacentes de Burgos, región que combinaba influencias del sustrato vasco con romanización tardía pero intensiva. El nacimiento de Castilla como unidad política autónoma, consolidado mediante los actos legendarios del conde Fernán González en el siglo X, proporcionaría el contexto político necesario para la expansión territorial y lingüística del dialecto. El castellano exhibía desde sus orígenes un carácter innovador radical, resultante de la confluencia única de influencia vasca sustrataria, débil latinización romana y contacto intenso con zonas de transición lingüística. Los primeros documentos escritos en castellano, las Glosas Silenses y las Glosas Emilianenses del siglo X, atestiguan la consolidación progresiva de la modalidad hacia la normalización textual.
El castellano medieval, documentado en textos de los siglos XII-XV, exhibe rasgos fonéticos y morfosintácticos de marcada diferencia respecto a sus homólogos románicos coetáneos. La diptongación característica de ĕ, ŏ tónicas hacia ie, ue (pŏrta > puerta, vĕntu > viento) resultaba menos generalizada en sistemas románicos competidores. La transformación de pl-, cl-, fl- hacia ll- (plorare > llorar, clamare > llamar) se realizaba aquí más consistentemente. La pérdida de f- inicial, mediante transformación hacia h- aspirada que posteriormente se amortigó, constituía innovación radical incomparable. Los afijos, particularmente -iello > -illo (castiello > castillo), sufrían transformaciones morfofonológicas específicas. El impulso de innovación lingüística reflejaba, metafóricamente, la actitud expansionista de la sociedad política castellana en ascenso.
El momento de maduración lingüística del castellano coincide con la expansión territorial del reino de Castilla durante el siglo XIII, cuando la reconquista se aceleró dramáticamente, permitiendo que Castilla se autoproclamara poder hegemónico de la cristiandad peninsular. En tiempos de Alfonso X el Sabio (1252-1284), el castellano fue deliberadamente elegido para reemplazar al latín como lengua de cultura y administración, dignificándose socialmente. Esta transformación de estatus generó un corpus literario de calidad considerable: historia, ciencia, arte y diálogos filosóficos fueron vehiculados en castellano, estableciendo normas de prestigio literario que fortalecían la conciencia de lengua-nación. La estructura sintáctica del español alfonsí exhibía complejidad considerable mediante subordinación elaborada, aunque simultáneamente características de coordinación enfática mediante et, que. Vocablos cultos de origen latino fueron deliberadamente incorporados (horizontón, septentrión) para incrementar capacidad expresiva.
La evolución del español durante los siglos XIV-XV testimonia progresiva regularización y normalización de usos idiomáticos anteriormente vacilantes. La apócope de -e, frecuente en documentos tempranos, retrocede notablemente. La fricativa f- inicial comienza a representarse como h-, aunque la pronunciación permanece variable. El sufijo -iello se generaliza como -illo. Las formas verbales, particularmente imperfectos y condicionales, se estabilizan en desinencias -ía, sustituyendo formas anteriores -íe, -ié. La segunda persona plural verbal sufre transformación mediante pérdida de -d- en desinencias -des (amáredes > amares, viéredes > vieres). Hacia finales del siglo XV, el español ha alcanzado configuración estructural aproximadamente comparable a la modalidad actual. La aparición en 1492 de la Gramática castellana de Nebrija, primera gramática de lengua romance en Europa, simboliza la culminación de este proceso de consolidación normativa. Los Reyes Católicos, mediante unificación político-territorial de Castilla y Aragón, facilitan la exportación del español a ultramar, iniciando proceso de expansión global sin precedentes.
El español durante los siglos XVI-XVII, épocas de apogeo imperial, se estabiliza en configuración fonética próxima a la actualidad. Las vacilaciones entre variantes de vocales átonas (sofrir/sufrir) desaparecen. La fricativa f- inicial, después de aspirada h-, cesa de pronunciarse hacia finales del siglo XVI, permaneciendo solamente como marca gráfica. Las sibilantes sordas y sonoras se reducen a pronunciación sorda uniforme. La distinción entre ç sorda y z sonora, mediante transformación lenta a lo largo del XVII, adopta pronunciación interdental θ uniforme que caracteriza al castellano moderno. Los grafemas medievales g, j + e, i átonas (pronunciada como fricativa palatal sorda/sonora francesa) y x (pronunciada como africada ch francesa) se reforman en XVII hacia j actual con pronunciación velar postpalatal. La oposición v/b, preservada hasta el XVI, se desmorona, unificándose ambas fricativas. Influencias lexicales italianas (avería, bonanza, novela) penetran masivamente, junto con galicismos tempranos. Al finalizar la Edad Moderna, el español había consolidado estructura lingüística reconocible como proto-español moderno.
El español contemporáneo, con más de 450 millones de hablantes globales y aproximadamente 45 millones en el territorio peninsular, representa fenómeno sociolingüístico de magnitud singular. La generalización del yeísmo, pérdida de distinción entre ll y y, se ha vuelto prácticamente universal, especialmente en generaciones jóvenes urbanas. La pérdida de -s implosiva en contextos meridionales españoles y americanos modifica el sistema de marcación de pluralidad. La relajación de grupos consonánticos, particularmente en habla rápida (examen, esato, perfecto), refleja tendencias de simplificación fonológica. El contacto con lenguas extranjeras ha introducido nuevos fonemas finales de palabra mediante préstamos: club, parking, stress. La formación de siglas y su pronunciación forzada (pesoe, no soe; ugeté, no ugt) constituye fenómeno lingüístico contemporáneo.
La morfosintaxis del español actual presenta tendencias hacia simplificación considerable. Las perifrasis verbales, especialmente haber + que + infinitivo, ir a + infinitivo, poder + infinitivo, adquieren predominio funcional. La reducción de -ado a -ao en habla coloquial avanza progresivamente (estao, pescao). La adopción de construcciones con venir + participio (El problema viene provocado por el paro) refleja influencia gramatical procedente de contactos multilingües o traducción. El léxico incorpora masivamente anglicismos modernos (hall, office, offset, spot) junto con neologismos formados mediante derivación productiva o acronimia (cantautor, eurovisión). Los errores frecuentes de norma, documentados en estudios sociolingüísticos contemporáneos, incluyen introducción de -s en pretérito perfecto (dijistes, vinistes), pronunciación interdental aberrante de -d final y -ct- como -z (Madriz, exacto), dequeísmo (pienso de que no), queísmo (me alegro que vengas), leísmo y laísmo persistentes, y generaciones jóvenes muestran preocupación decreciente por observancia de normas ortográficas tradicionales.
2.11. El Dominio Lingüístico Catalán
El catalán constituye el sistema lingüístico romance que, tras experimentar transformaciones considerables durante milenios de evolución, consolidó estatus de lengua autónoma con clara conciencia metalingüística y proyección cultural de magnitud equiparable al castellano. El dominio lingüístico catalán abarca Cataluña, la Comunidad Valenciana y las islas Baleares, aunque sus variantes reciben denominaciones diferentes por razones históricas y administrativas: catalán, valenciano y balear respectivamente. La cuestión de la unidad lingüística del catalán ha sido objeto de controversias historiográficas de considerable intensidad: mientras que la lingüística académica internacional reconoce la pertenencia del valenciano y balear al sistema catalán, argumentando la presencia de características compartidas, posiciones políticas locales enfatizan la diferenciación terminológica. La Academia Valenciana de la Llengua (institución desde 2001) reconoce formalmente que el valenciano constituye variedad del sistema lingüístico catalán, aunque deliberadamente evita esta denominación directa.
Las cuestiones de parentesco romanístico del catalán han sido objeto de intensos debates historiográficos durante siglos. Durante la Edad Media, fue designado frecuentemente como lemosín, nomenclatura que lo aproximaba al occitano provenzal, lengua de poesía de elevado prestigio que ejerció influencia considerable sobre la poesía trovadoresca catalana durante la Edad Media. Estudiosos como Meyer Lübke y Friedrich Díez argumentaban que el catalán constituía dialecto del provenzal, tesis que fue posteriormente reformulada por los mismos autores tras investigación más profunda. Menéndez Pidal y Amado Alonso defendían su iberorromanismo, atendiendo a situación geográfica compartida con la Península y sustratos lingüísticos comunes, reconociendo simultáneamente similitudes innegables con dialectos occitanos. Joan Coromines y Germà Colón, investigadores posteriores, subrayaban el eclecticismo caracterológico: el catalán representaba lengua hispánica portadora de rasgos ultrapirenaicos significativos, ocupando posición de puente entre áreas ibérica y francesa meridional.
El paso del latín vulgar al catalán proto-medieval fue progresivo y lento, extendiéndose aproximadamente entre los siglos VI y XI. La base sustrataria incluía elementos ibéricos y celtas profundos. Los primeros textos escritos en catalán datan de la segunda mitad del siglo XII, derivando del Forum Iudicum (derivación del Liber Iudiciorum visigótico) y las Homilies d’Organyà (colección de sermones en prosa). Estos documentos posteriores testimonian estabilización de características romanísticas diferenciadas: el sistema vocálico desarrolla mayor complejidad que sistemas coetáneos (siete fonemas vocálicos en posición acentuada), la palatalización de l- inicial hacia ll- anticipa posteriores transformaciones. La tradición literaria medieval catalana fue floreciente: la mística de Ramón Llull y la poesía de Ausias March representan culminación textual de considerable refinamiento. En prosa, autores como Arnau de Vilanova contribuyeron significativamente al desarrollo de registro culto.
El período medieval y renacentista temprano representa la época de máximo esplendor del catalán como lengua de cultura y poder político. La Casa de Barcelona proporcionaba protección institucional; Cataluña participaba activamente en comercio mediterráneo mediante expansión política en Sicilia, Nápoles y zonas insulares. Sin embargo, con la unificación de Castilla y Aragón a finales del siglo XV mediante matrimonio de los Reyes Católicos, comenzaría lento pero progresivo declive de la prestigiosidad del catalán. El establecimiento de la corte real castellana se acompañó de políticas de centralización administrativa que favorecían el castellano. Durante los siglos XVI-XVII, el catalán retrocedió en dimensiones de uso formal. La Guerra de Sucesión (1701-1714) aceleró significativamente la regresión: Felipe V, actuando bajo principios centralizadores típicos del absolutismo borbónico, suprimió formalmente los fueros catalanes y prohibió el uso oficial del catalán, permitiendo su supervivencia solamente en registros familiares y rurales.
El siglo XIX testimonia resurgimiento cultural denominado Renaixença, movimiento paralelo a renacimientos románticos en otras partes de Europa. La reacción contra el centralismo castellano, estimulada por industrialización de Cataluña y emergencia de burguesía ilustrada nacionalista, generó impulso para restauración literaria. Pau Ballot publica Gramática Catalana (1814); Buenaventura Aribau compone Oda a la patria (1833), poema que marca frecuentemente el inicio simbólico del movimiento. Rubió i Ors propugna que el catalán sea única lengua literaria legítima. Los Juegos Florales se reinstituyen en 1859. Jacint Verdaguer, poeta de poder extraordinario, encarna la culminación del resurgimiento, demostrando viabilidad del catalán como medio de expresión literaria de máxima calidad. Prat de la Riba funda en 1907 el Institut d’Estudis Catalans; Pompeu Fabra publica Normas Ortográficas (1913) y Gramática Normativa (1918), normalizando sistemáticamente el idioma. El Modernisme y posteriormente el Noucentisme irradian influencias culturales hacia toda Europa, demostrando que Cataluña era contribuyente activo a la modernidad cultural occidental.
El siglo XX catalán experimenta ciclos dramáticos de represión y recuperación. La Segunda República Española reconoce cooficialidad de catalán-castellano mediante Estatuto de 1932, concediendo derechos educativos y universitarios. El Diccionari General de la Llengua Catalana (1932) actualiza léxico de manera sistemática. Sin embargo, la Guerra Civil (1936-1939) y posterior dictadura franquista representan trauma lingüístico considerable: la enseñanza en catalán fue prohibida; instituciones fueron clausuradas; escritores enfrentaban represión. A pesar de ello, intelectuales como Josep Pla y Salvador Espriu continuaron escribiendo en catalán, manteniendo viva la tradición literaria. El retorno a la democracia tras muerte del dictador Generalísimo Francisco Franco en 1975 inaugura era de normalización lingüística sistemática. Leyes sucesivas de la Generalidad de Cataluña implementaron programas de inmersión educativa; el catalán fue restituido como lengua de la administración autonómica; medios de comunicación, teatro, cine y publicidad fueron catalizadores de generalización. La Ley de Normalización Lingüística (1983) estableció mecanismos institucionales para recuperación sistemática. El proceso resultó ser, relativamente, no traumático, gracias al legado literario brillante, tradición de estudios lingüísticos profundos, actividad editorial contemporánea y éxito relativo de programas de inmersión educativa.
Actualmente, el catalán se habla por más de seis millones de personas en Cataluña, Baleares, mayor parte de la Comunidad Valenciana, el Principado de Andorra (donde es lengua única oficial), el Rosellón francés, y la ciudad de Alguer en Cerdeña italiana. La lengua disfruta de cooficialidad con el castellano en Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana; es única lengua oficial en Andorra. El uso del catalán ha aumentado en contextos públicos; es vehículo de administración autonómica y local; medios de comunicación, actividades culturales, eventos internacionales (olimpiadas, congresos, ferias) han fortalecido proyección. Es posible estudiarlo en universidades españolas e Institutos Cervantes de múltiples países. No obstante, persisten desafíos: inmigrantes procedentes de zonas castellanohablantes o de países con lenguas no románicas encuentran dificultades para adquirir catalán; interferencias entre castellano-catalán en contextos escolares generan problemas de aprendizaje, particularmente en dimensión ortográfica.
2.12. El Gallego
El gallego constituye sistema lingüístico románico que se sitúa en la costa noroeste peninsular, abarcando históricamente el reino medieval de Galicia y manteniéndose en esta región hasta la actualidad. La evolución del latín vulgar hacia el gallego se caracterizó por un proceso de conservación arcaica considerable, resultado de la situación periférica de Galicia dentro del territorio cristiano peninsular durante la Edad Media. Aunque formó unidad lingüística común con el portugués durante la Edad Media temprana en la modalidad denominada galego-portugués, la separación política de Portugal (1139) comportó gradualmente diferenciación lingüística progresiva. El sustrato celta profundo de Galicia, perpetuador de la población lusitana prerrománica, dejó huella indeleble en rasgos particulares del sistema fonológico gallego. Topónimos como Lugo, Tui, Navia, Deva, Neme testimonian esta herencia prelatingüe.
Las características fonéticas del gallego incluyen conservación de f- inicial (ferro, falar, foxa), rasgo compartido con astur-leonés, portugués y mozárabe, pero perdido en castellano. El sistema vocálico gallego exhibe distinciones de timbre vocálico considerable: la vocal a tónica puede realizarse como a abierta o e cerrada según contextos consonánticos (pano/peno), fenómeno denominado diferenciación vocálica. Los diptongos ie, uo de origen tónico resultan menos generalizados que en castellano: formas como pedra, terra, vento coexisten con formas diptongadas, sugiriendo proceso de diptongación menos sistemático. La aspiración de x medieval hacia h, similar al castellano, se generalizó sin posterior pérdida. Los grupos consonánticos -mb-, -nd-, -ng- se mantienen más conservadoramente: cambio, mundo, lengua. La formación de diminutivos mediante -iño, -iña anticipa la estructura románica occidental.
La tradición literaria medieval gallego-portuguesa constituyó una de las más brillantes de la Europa medieval. La lírica trovadoresca alcanzó refinamiento extraordinario en composiciones de autores como Martín Codax, Nuno Fernández de Guzmán, Johan de Guilhade y Pedro Montfort, cuyos poemas de amor (cantigas de amor) y composiciones satíricas (cantigas de escarnio) fueron recogidas en los cancioneros conservados. Las cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, compuestas en gallego-portugués, atestiguan la prestigiosidad de la modalidad lingüística incluso dentro del dominio castellano emergente. No obstante, la fragmentación política entre Galicia y Portugal ocasionó progresivamente divergencia lingüística. El portugués, a partir del siglo XVI, alcanzaría estatus internacional mediante expansión imperial; el gallego permanecería relegado al territorio galaico, sin acceso a instituciones de poder político centralizado.
El gallego experimentó durante los siglos XVI-XVII marginación considerable en favor del castellano, que se impuso progresivamente en contextos formales. El latín, como lengua de iglesia y poder administrativo, coexistía con castellano en contextos de prestigio, mientras que el gallego se relegaba a registro coloquial rural. Esta diglosia funcional caracterizaría al gallego durante siglos posteriores: mientras que la escritura en castellano o latín gozaba de prestigio, la escritura en gallego prácticamente desaparecía. El folclore oral, especialmente la música popular, mantendría vigencia del gallego, pero su ausencia de registros formales causaría erosión progresiva de su complejidad morfosintáctica, simplificación que los lingüistas posteriores atribuirían parcialmente a la prolongada ausencia de normativa escrita.
El siglo XIX gallego testimonia resurgimiento paralelo al Renaixença catalán, denominado Rexurdimiento. Rosalía de Castro, poeta de genio excepcional, escribió en gallego sus composiciones más significativas, demostrando viabilidad de la lengua para expresión literaria de máxima belleza. Su Cantares gallegos (1863) constituye obra de referencia fundamental. Manuel Murguía, historiador e impulsor del movimiento, propugnaba la reivindicación de identidad gallega mediante lengua. Aunque el movimiento fue menos intenso que el catalán, generó conciencia de legitimidad lingüística en capas intelectuales gallegas. La publicación de obras en gallego aumentó progresivamente durante el siglo XX. Sin embargo, la Guerra Civil causó represión traumática: la enseñanza en gallego fue prohibida; el franquismo persiguió la expresión cultural gallega; emigración rural fue masiva, desplazando hablantes hacia territorios hispanohablantes.
La recuperación democrática post-1975 permitió normalización lingüística progresiva. La ley de normalización gallega (1983) estableció mecanismos para expansión del uso formal. La educación en gallego fue reinstituida; administración autonómica empleó la lengua; medios de comunicación comenzaron emisiones en gallego. No obstante, el gallego experimenta desafíos contemporáneos mayores que sus homólogos catalán y vasco: la emigración rural sostenida ha disminuido el número de hablantes nativos; los inmigrantes procedentes de otras regiones españolas o extranjeros encuentran dificultades para adquirir la lengua; la interferencia del castellano en contextos bilingües ocasiona cambios lingüísticos considerables. El fenómeno de erosión lingüística, documentado en estudios sociolingüísticos recientes, muestra que generaciones jóvenes urbanas presentan competencia decreciente en gallego, especialmente en registros escritos formales. No obstante, el gallego disfruta de cooficialidad con el castellano, protección legal y tradición literaria reconocida internacionalmente.
2.13. El Vascuence
El vascuence, denominado también euskera en la lengua misma, constituye fenómeno de excepcionalidad absoluta dentro del panorama lingüístico europeo: única lengua preindoeuropea que ha perdurado en el territorio europeo hasta la actualidad, resistiendo milenios de presión de lenguas indoeuropeas vecinas. Ubicado en el territorio montañoso fronterizo entre España y Francia en el Pirineo Occidental, el vascuence cubre aproximadamente siete mil kilómetros cuadrados de territorio, habitado por aproximadamente setecientos mil hablantes. Su filiación lingüística permanece controvertida: mientras que investigadores como Lafon y Trombetti han propuesto conexiones con lenguas caucásicas del norte o hipótesis ibéricas, la tesis predominante en la lingüística contemporánea rechaza estas conexiones como no demostrables, considerando el vascuence como lengua aislada sin parentesco demostrablemente comprobado con otros sistemas lingüísticos.
Los rasgos estructurales del vascuence lo caracterizan como idioma sumamente diferenciado del contexto románico circumdante. El sistema consonántico es complejo, con series de oclusivas no aspiradas, aspiradas y pretensionadas. El sistema vocálico incluye cinco vocales básicas (a, e, i, o, u) sin distinción de cantidad. La sintaxis es ergativo-absolutiva, asignando marcación de caso diferenciada según si el argumento está en posición de agente (ergativo) o paciente (absolutivo), sistema radicalmente diferente de los sistemas nominativos de lenguas románicas vecinas. La morfología verbal es extraordinariamente compleja: el sistema verbal vasco incorpora marcadores múltiples de concordancia (sujeto, objeto directo, objeto indirecto, reflexividad), expresando simultáneamente tiempo, aspecto, modo. La flexión nominal incluye sistemas de casos considerables: nominativo, absolutivo, ergativo, dativo, genitivo, locativo (con múltiples subdivisiones locativas), inativo, elativo, alativo, ablativo, inésivo, directivo. La negación, tanto verbal como nominal, posee expresiones especializadas. Los procesos de derivación e inflexión generan paradigmas de complejidad considerable.
La historia documentada del vascuence resulta extraordinariamente escueta en comparación con otros sistemas lingüísticos románicos. Los primeros textos conservados en vasco datan del siglo XVI: el Linguae Vasconicae Primitiae (1545) de Etxeberri constituye primer impreso en vasco. Antes de este período, la lengua fue transmitida oralmente exclusivamente, sin tradición escriba institucionalizada. Los misioneros jesuitas, particularmente, facilitaron la recopilación de textos en vasco mediante catecismos y materiales de adoctrinamiento. No obstante, el número total de textos vascos anteriores al siglo XIX permanece extraordinariamente limitado. Esta ausencia de registro escrito durante siglos estimuló hipótesis de que el vascuence carecería de la complejidad cultural para institucionalización formal, hipótesis que posterior investigación ha desmentido categóricamente: la complejidad lingüística intrínseca del vasco es comparable a cualquier lengua europea, y su falta de textualidad obedeció a factores políticos, no lingüísticos.
El vascuence medieval experimentó considerable fragmentación dialectal, resultado de aislamiento geográfico en regiones pirenaicas de difícil acceso. Los dialectos principales, denominados tradicionalmente batzuk, incluyen vizcaíno (Vizcaya), guipuzcoano (Guipúzcoa), labortano (Laburdi francés), suletino (Soule francés), roncarés (Valle de Roncal), salasino (Valle de Salazar), batañés (Valle de Baztán). Estos dialectos presentan variaciones fonéticas y léxicas considerables: el vizcaíno mantiene consonantismo arcaico -tx-, -ts- que otros dialectos palatalizan; el labortano conserva -n final de palabra donde otros dialectos palataliza. La inteligibilidad mutua entre hablantes de dialectos distantes resulta parcial, aunque la exposición prolongada a múltiples dialectos facilita comprensión mutua. La diversidad dialectal causó posteriormente dificultades considerables para establecimiento de norma escrita unificada.
El vascuence experimentó durante los siglos XVI-XVIII marginación progresiva en favor del castellano. Aunque la región vasca, particularmente Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, mantenían cierta autonomía administrativa mediante sus fueros, el castellano se imponía como lengua de poder político superior. La educación formal ocurría exclusivamente en castellano o latín; la Iglesia empleaba el latín; la administración imperial empleaba castellano. El vascuence permanecía relegado a contextos familiares y rurales. Esta diglosia secular causaba progresivamente mayor porcentaje de población que utilizaba castellano como primera lengua, especialmente en contextos urbanos. Los siglos XVII-XVIII testimonian flujo de migración rural hacia ciudades como Bilbao, donde el vascuence experimentaba desplazamiento acelerado.
El siglo XIX vasco testimonia emergencia de movimiento de reivindicación identitaria, aunque de carácter diferente que los movimientos catalán y gallego. Sabino Arana Goiri, en 1894, funda el Euzko Alderria (Partido Nacionalista Vasco), articulando ideología de independencia política basada parcialmente en reivindicación lingüística. La Academia de la Lengua Vasca fue fundada en 1918 con objetivo de normalizar el idioma. Luis Mitxelena, eminente dialectólogo, propugnó creación de estándar escrito unificado denominado Batua (literalmente «unificado»), basado sintéticamente en características de múltiples dialectos. El Batua fue presentado públicamente en 1967, proporcionando instrumento normativo que permitía literaria y administrativa en lengua común inteligible para vascoparlantes de múltiples territorios dialectales. Esta innovación normativa permitió expansión de uso formal sin eliminación completa de dialectos regionales.
La Guerra Civil española ocasionó represión traumática hacia el vascuence: la enseñanza en vasco fue absolutamente prohibida; la escritura en vasco fue perseguida; intelectuales vascos enfrentaban represión. El franquismo consideraba al nacionalismo vasco amenaza al unitarismo español. Sin embargo, paradójicamente, la represión fortaleció la identificación entre lengua vasca e identidad nacional, creando conciencia de que el vasco era marcador fundamental de diferencia cultural. La tradición literaria vasco continuó en exilio; textos fueron publicados clandestinamente. La transición democrática post-1975 permitió transformación radical. La Ley de Normalización del Uso del Vascuence (1982) estableció marcos jurídicos para expansión formal. La educación bilingüe fue implementada; administración autonómica empleó vascuence; medios de comunicación iniciaron emisiones en vasco; la Universidad del País Vasco ofrece programas completamente en vasco. El Gobierno Vasco invirtió recursos masivos en revitalización: subvenciones para empresas que emplean vasco; programas de inmersión educativa; financiamiento de medios de comunicación en vasco.
Actualmente, el vascuence experimenta revitalización parcialmente exitosa, aunque desafíos persisten. Aproximadamente 700.000 personas hablan vasco en el territorio vasco español y francés, con variaciones considerables en competencia activa. El número de hablantes fluidos ha aumentado entre generaciones más jóvenes, particularmente en contextos urbanos. Las escuelas de inmersión en vasco han generado nuevos hablantes competentes de generaciones que de otro modo habrían adquirido solamente castellano. No obstante, la presencia abrumadora del castellano (y francés, en territorio francés) ocasiona que el vasco permanezca minoritario en la mayoría de contextos. El cambio lingüístico hacia castellano continúa en generaciones de inmigrantes procedentes de otras regiones españolas. El vascuence disfruta de cooficialidad con castellano en Comunidad Autónoma Vasca y Navarra; es reconocido como lengua propia en Navarra con estatus parcial de cooficialidad. A pesar de desafíos, el vascuence representa caso de relativa exitosidad en revitalización de lengua minoritaria, demostrando que políticas lingüísticas sistemáticas, combinadas con inversión considerable, pueden revertir tendencias históricas de desplazamiento lingüístico.
BIBLIOGRAFÍA
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- Fernández-Ordóñez, Inés: Las lenguas de España. Madrid, Taurus, 2011. Compendio actualizado que integra perspectivas sociolingüísticas contemporáneas sobre contacto de lenguas, bilingüismo y políticas lingüísticas en contexto español.
- García de Diego, Vicente: Elementos de dialectología española. Burgos, Editorial Aldecoa, 1959. Clasificación sistemática de dialectos españoles con mapas lingüísticos que ilustran distribución geográfica de innovaciones fonológicas y características regionales.
- Lleal Galceran, Coloma: La lengua en la historia de Cataluña. Barcelona, Editorial Teide, 1990. Exposición integral de procesos de normalización lingüística en contexto catalán, particularmente papel de estándar de Fabra en consolidación de lengua escrita.
- Menéndez Pidal, Ramón: Orígenes del español: Estado lingüístico de la Península Ibérica hasta el siglo XI. Madrid, Espasa-Calpe, 1926. Obra fundamental que establece marco teórico para evolución de lenguas románicas peninsulares, particularmente tesis sobre origen castellano en Cantabria y magma lingüístico medieval.
- Mitxelena, Luis: Lengua e historia. Madrid, Paraninfo, 1988. Reflexión erudita sobre naturaleza del vascuence como lengua aislada y contribución de Mitxelena a estandarización mediante Batua, con análisis de dialectos vascos históricos.
- Monteagudo, Henrique: Historia social da lingua galega. Vigo, Galaxia, 1999. Análisis sociohistórico del gallego enfatizando dinámicas de marginación durante siglos XVI-XX y procesos contemporáneos de revitalización institucional post-1975.
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Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Lengua y Literatura actualmente JUBILADO.
Mí último destino fue la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevaba más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho fui asesor en varios centros del profesorado y me dediqué, entre otras cosas, a la formación de docentes; trabajé durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante estuve en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías.Ahora, desde este retiro, soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo materiales útiles para el área de Lengua castellana y Literatura. ¡Disfrútala!
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