Romances
Índice
La ermita de San Simón
En Sevilla está una ermita
cual dicen de San Simón,
adonde todas las damas
iban a hacer oración.
Allá va la mi señora,
sobre todas la mejor,
saya lleva sobre saya,
mantillo de un tornasol,
en la su boca muy linda
lleva un poco de dulzor,
en la su cara muy blanca
lleva un poco de color,
y en los sus ojuelos garzos[1]
lleva un poco de alcohol[2],
a la entrada de la ermita,
relumbrando como el sol.
El abad que dice misa
no la puede decir, no,
monacillos que le ayudan
no aciertan responder, no,
por decir: amén, amén,
decían: amor, amor.
Romance de la gentil dama y el rústico pastor
Este es el primer romance de tradición oral que se puso por escrito en 1421. Parece, por la forma de comportarse los personajes, que se inspira en las pastorelas francesas.
Estase la gentil dama
paseando en su vergel,
los pies tenía descalzos,
que era maravilla ver;
desde lejos me llamara,
no le quise responder.
Respondile con gran saña[3]:
-¿Qué mandáis, gentil mujer?
Con una voz amorosa
comenzó de responder:
-Ven acá, el pastorcico,
si quieres tomar placer;
siesta es del mediodía[4],
que ya es hora de comer,
si querrás tomar posada[5]
todo es a tu placer.
-Que no era tiempo, señora,
que me haya de detener,
que tengo mujer y hijos,
y casa de mantener,
y mi ganado en la sierra,
que se me iba a perder,
y aquellos que me lo guardan
no tenían qué comer.
-Vete con Dios, pastorcillo,
no te sabes entender[6],
hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadica en la cintura,
blanca soy como el papel,
la color tengo mezclada
como rosa en el rosel,
el cuello tengo de garza,
los ojos de un esparver[7],
las teticas agudicas,
que el brial[8] quieren romper,
pues lo que tengo encubierto
maravilla es de lo ver[9].
-Ni aunque más tengáis, señora,
no me puedo detener.
Romance de Galiarda
Frente al intento de reparación del honor familiar, el joven seductor reacciona con una actitud despectiva hacia la joven que ha accedido a la relación sexual. Es de destacar la astucia de Galiarda, que cuestiona la veracidad de las palabras del amante muerto y disipa las dudas sobre su honestidad.
«Galiarda, Galiarda,
¡oh, quién contigo holgase[10],
Y otro día de mañana
con los mil moros lidiase!
Si a todos no los venciese,
luego matarme mandases,
porque con tan gran sabor
muy gran esfuerzo tendría»
—«De dormir con vos, Florencios,
de dormir , sí dormiría,
pero eres muchacho y niño,
en cortes te alabarías».
Miró al cielo Florencios,
su espada empuñado había:
«Con esta muera, señora
con esta muera mi vida,
si jamás por pensamiento
tal cosa me pasaría».
Aquella noche Florencios
cuanto quisiera hacía,
y otro día de mañana
a todos se lo decía:
«Esta noche, caballeros,
dormí con una doncella,
que en los días de mi vida
no vi yo cosa más bella.»
Todos dicen a una voz:
«Cierto, Galiarda es ella».
Oídolo ha su hermano,
tomado ha en sí la querella:
«Por Dios te ruego, Florencios,
que te casases con ella».
“No quiero hacer, caballeros,
por mí, cosa tan fea
que es tomar yo por mujer
la que tuve por manceba.”
Aun no acabara Florencios
de decir aquella nueva,
cuando todos a una voz
luego dicen: “¡Muera, muera!
¡Muera el que ha deshonrado
a Galiarda la más bella!”
Galiarda que lo supo
¡oh que dolor recibiera!
“Pésame, mis caballeros,
hagáis cosa tan mal hecha;
lo que aquel loco decía
no era cosa creedera.
Hasta sabello de cierto
no le habíades de dar pena[11].”
Romance del enamorado y la muerte
“Este curioso romance, desconocido en todas las colecciones, menos del Romancerillo de Milá, se conserva en la tradición del noroeste de España (Asturias, León, Zamora), en Cataluña y entre los judíos españoles de Grecia. Procede de un romance de Juan del Encina que comienza: Yo me estaba reposando, durmiendo como solía, muy divulgado en el siglo XVI. Es una de tantas elegías amorosas. La tradición reelaboró el tema convirtíéndolo en un singular esbozo dramático de amor y muerte.”
Un sueño soñaba anoche
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
“¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías”.
“No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía”.
“¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!”
“Un día no puede ser,
una hora tienes de vida”.
Muy deprisa se calzaba,
más deprisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
“¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña! “.
“¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue a palacio,
mi madre no está dormida”.
“Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería”.
“Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,
mis trenzas añadiría”.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
“Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida”.
[1] Azulados.
[2] Polvos de antimonio para sombrear los párpados.
[3] Enfado.
[4] Se refiere a que son las doce. En latín se llamaba la hora sexta (siesta)
[5] Si quieres que te albergue.
[6] No sabes lo que te conviene.
[7] Gavilán.
[8] Vestido fino de seda.
[9] El retrato físico es original porque es la propia dama la que se describe. Es el modelo de belleza de la Edad Media.
[10] Tener una relación sexual.
[11] Matar.