Sánchez Ferlosio. El Jarama. 1955

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By Víctor Villoria

Importancia en la Trayectoria del Autor

Publicada en 1955, El Jarama es la segunda novela de Rafael Sánchez Ferlosio y se sitúa en su etapa inicial, consolidándolo como una de las figuras más relevantes de la literatura española de posguerra tras ganar los prestigiosos Premio Nadal (1955) y Premio de la Crítica (1956).

La obra se inscribe en el contexto de la España franquista de mediados de los años cincuenta, una época de estancamiento social y cultural bajo una férrea censura. Literariamente, la novela se alinea con el realismo social, un movimiento que buscaba retratar la vida cotidiana de la sociedad española, pero lo hace desde una perspectiva radicalmente innovadora. El Jarama es considerada la obra cumbre del “objetivismo” o “conductismo” en España, una técnica narrativa que se limita a registrar acciones y diálogos de manera casi magnetofónica, sin penetrar en la psicología o los pensamientos de los personajes. El narrador funciona como una cámara cinematográfica que observa y describe desde fuera, presentando la realidad sin interpretarla.

Esta innovación estilística es la principal razón de su importancia. La novela rompe con las formas narrativas tradicionales y establece un nuevo paradigma. Sus características más destacadas son:

  • Protagonista colectivo: No hay un héroe individual, sino dos grupos de personajes (los jóvenes excursionistas de Madrid y los parroquianos de la taberna) cuya existencia se narra en paralelo. El verdadero protagonista podría ser el río, el paso del tiempo o la propia conversación banal.
  • Unidad de tiempo y espacio: La acción se concentra en dieciséis horas de un domingo de agosto, en un espacio muy delimitado: las orillas del río Jarama y una venta cercana.
  • Diálogo realista: El lenguaje de los personajes reproduce con absoluta fidelidad el habla coloquial de la época, con sus muletillas, frases hechas y vacilaciones.
  • Tema existencial: Bajo la apariencia de una crónica trivial sobre un día de ocio, la novela explora temas profundos como la monotonía, la huida del tiempo, la banalidad del mal y la fragilidad de la vida. La “amenaza del lunes” se convierte en un símbolo de la rutina opresiva de la que los personajes intentan escapar.

Por estas razones, El Jarama no es solo una obra clave en la bibliografía de Sánchez Ferlosio, sino un hito en la historia de la novela española del siglo XX, inaugurando una nueva forma de realismo que influiría notablemente en generaciones posteriores de escritores.

Resumen General

El Jarama narra la jornada de un caluroso domingo de agosto en las afueras de Madrid. La trama se desarrolla en dos escenarios que funcionan como mundos paralelos: una arboleda a orillas del río Jarama y la taberna cercana de Mauricio.

Por un lado, la novela sigue a un grupo de once amigos de clase trabajadora de Madrid que han ido al río a pasar el día, buscando un escape de la rutina y el calor de la ciudad. Sus horas transcurren entre baños, conversaciones intrascendentes, flirteos, comidas campestres y la audición de música en la radio. A través de sus diálogos, se perfilan sus personalidades, sus pequeñas aspiraciones y sus preocupaciones, siempre con la sombra del regreso a la vida laboral del lunes.

Simultáneamente, la acción se traslada a la taberna, donde el propietario, Mauricio, su familia y un cliente habitual, Lucio, conversan sobre asuntos locales y observan el lento discurrir del día. Sus diálogos, más pausados y anclados en una realidad rural, ofrecen un contrapunto a la energía juvenil del grupo del río.

El conflicto central no es argumental, sino existencial. Se manifiesta en la tensión entre la aparente banalidad de las conversaciones y la inminente llegada de un suceso inesperado y trágico que cambiará drásticamente el tono de la jornada. La novela construye una atmósfera de normalidad casi absoluta para que el golpe final resuene con mayor fuerza, dotando de un nuevo y sombrío significado a las horas previas y convirtiendo una crónica costumbrista en una profunda reflexión sobre el destino y la condición humana.

Fragmentos de la obra

La inmovilidad y el diálogo como acción

Este pasaje inicial establece uno de los dos escenarios principales de la novela: la taberna de Mauricio. Su función es fundamental para presentar la técnica objetivista que define la obra. El narrador se limita a registrar los gestos y, sobre todo, los diálogos de los personajes, funcionando como una grabadora que captura la realidad sin interpretarla ni acceder a la psicología de los personajes. No hay un narrador omnisciente que nos guíe; la información se desprende directamente de lo que se dice y se hace.

La aportación de este fragmento es doble. Por un lado, introduce el ritmo lento y la atmósfera de estancamiento que impregna parte de la novela, donde la acción es mínima y se sustituye por la conversación. Por otro, exhibe la maestría del autor para reproducir el habla coloquial de la época, con sus vacilaciones, repeticiones y temas recurrentes. La insistencia del personaje de Lucio por tener la cortina descorrida, un detalle aparentemente trivial, introduce de manera sutil el tema del agobio y la necesidad de una vía de escape, aunque sea solo visual.


—¿Me dejas que descorra la cortina?
Siempre estaba sentado de la misma manera: su espalda contra lo oscuro de la pared del fondo; su cara contra la puerta, hacia la luz. El mostrador corría a su izquierda, paralelo a su mirada. Colocaba la silla de lado, de modo que el respaldo de ésta le sostribase el brazo derecho, mientras ponía el izquierdo sobre el mostrador. Así que se encajaba como en una hornacina, parapetando su cuerpo por tres lados; y por el cuarto quería tener luz. Por el frente quería tener abierto el camino de la cara y no soportaba que la cortina le cortase la vista hacia afuera de la puerta.
—¿Me dejas que descorra la cortina?
El ventero asentía con la cabeza. Era un lienzo pesado, de tela de costales.
Pronto le conocieron la manía y en cuanto se hubo sentado una mañana, como siempre, en su rincón, fue el mismo ventero quien apartó la cortina, sin que él se lo hubiese pedido. Lo hizo ceremonioso, con un gesto alusivo, y el otro se ofendió:
—Si te molesta que abra la cortina, podías haberlo dicho, y me largo a beber en otra parte. Pero ese retintín que te manejas, no es manera de decirme las cosas.
—Pero hombre, Lucio, ¿ni una broma tan chica se te puede gastar? No me molesta, hombre; no es más que por las moscas, ahora en el verano; pero me da lo mismo, si estás a gusto así. Sólo que me hace gracia el capricho que tienes con mirar para afuera. ¿No estás harto de verlo? Siempre ese mismo árbol y ese cacho camino y esa tapia.
—No es cuestión de lo que se vea o se deje de ver. Yo no sé ni siquiera si lo veo; pero me gusta que esté abierto, capricho o lo que sea. De la otra forma es un agobio, que no sabes qué hacer con los ojos, ni dónde colocarlos. Y además, me gusta ver quién pasa.
—Ver quién no pasa, me querrás decir.

El paisaje y el peso de la historia

Este segundo fragmento describe la llegada del grupo de jóvenes excursionistas al río, el segundo gran escenario de la novela. La descripción inicial del paisaje y la reacción de los personajes (“Pues vaya un río…”) sirven para anclar la narración en un espacio concreto y mostrar el contraste entre las expectativas y la realidad. La técnica sigue siendo objetivista, transcribiendo las impresiones y diálogos del grupo sin filtros.

La principal aportación de este pasaje es la introducción de una dimensión histórica y simbólica bajo la superficie de una conversación banal. La mención explícita a la Guerra Civil y a los muertos en el río Jarama superpone una capa de memoria traumática al ambiente festivo de la excursión. La frase “Y nosotros que nos bañamos tan tranquilos. Como si nada; y a lo mejor donde te metes ha habido ya un cadáver” condensa una de las tensiones centrales de la novela: la convivencia de la vida presente, centrada en el ocio y la evasión, con los ecos de un pasado trágico que yace latente en el propio paisaje.



Iban aprisa, con ganas de ver el río. Cruzaron la carretera y continuaban por un camino perpendicular. Dijo Mely:
—¿Está lejos?
—Aquellos árboles, ¿no ves?
Asomaban enfrente las puntas de las copas. Debía de haber un brusco desnivel, cortado sobre el cauce y la arboleda.
—¿Es grande?
—Ya lo verás.
No llegaron a verlo hasta que no alcanzaban el borde del ribazo. Apareció de pronto. Casi no parecía que había río; el agua era también de aquel color, que continuaba de una parte a otra, sin alterarse por el curso, como si aquella misma tierra corriese líquida en el río.
—Pues vaya un río… —dijo Mely—. ¿Y eso también es un río?
—Será que está revuelto —le replicaba Lucí.
Se habían detenido a mirarlo en el borde del terraplén, que se levantaba de diez a quince metros sobre el nivel de la ribera.
—Me llevé un chasco, hija mía. Ni río ni nada. Vaya un desengaño.
—¿Pues qué querías qué fuese? ¿El Amazonas?
—¿Nunca habíais visto vosotras el Jarama? —dijo Daniel—. El Jarama es siempre así, de ese mismo color.
—Pues a mí no me gusta. Parece que está sucio.
[…]
—Pues en guerra creo que hubo muchos muertos en este mismo río.
—Sí, hombre; ahí más arriba, en Paracuellos del Jarama, allá fue lo más gordo; pero el frente era toda la línea del río, hasta el mismo Titulcia.
—¿Titulcia?
—¿No has oído nombrar el pueblo ese? Un tío mío, un hermano de mi madre, cayó en esa ofensiva, justamente en Titulcia, por eso lo sé yo. Lo supimos cenando, no se me olvida.
—Pensar que esto era el frente —dijo Mely—, y que hubo tantos muertos.
—Digo. Y nosotros que nos bañamos tan tranquilos.
—Como si nada; y a lo mejor donde te metes ha habido ya un cadáver.
Lucita interrumpió:
—Ya vale. También son ganas de andar sacando cosas, ahora.

La dinámica del grupo y el conflicto latente

Este pasaje se desarrolla en el agua y es un ejemplo paradigmático del funcionamiento del “protagonista colectivo”. La novela no se centra en un individuo, sino en las dinámicas de interacción del grupo. Una broma de Tito a Mely desencadena un conflicto que escala rápidamente, mostrando la fragilidad de la armonía y las tensiones subyacentes entre los personajes.

La aportación fundamental de esta escena es demostrar cómo el conflicto narrativo en El Jarama no surge de grandes acontecimientos, sino de micro-sucesos y de las fricciones de la convivencia. El narrador registra la pelea y las posteriores recriminaciones con la misma distancia objetiva, permitiendo que las alianzas, los celos y los resentimientos se manifiesten únicamente a través del diálogo y las acciones. Se observa cómo la fiesta, concebida como una huida de la rutina, genera sus propias tensiones, y cómo el grupo se fractura y recompone constantemente, revelando su compleja estructura interna.



Tito se burlaba:
—¡Quiere ser Esther Williams…! ¡Se lo ha creído…!
—¡¡Idiota!!
Tito se acercó a ella y la cogió por un tobillo y tiraba, riéndose.
—¡¡Suelta, asqueroso, suéltame…!! —gritaba Mely, agitando los brazos, para no hundir la cabeza.
Vino Fernando por detrás y saltó a las espaldas de Tito, hasta sumergirlo del todo. Mely, ya libre, miraba el forcejeo inestable de Fernando y adivinaba al otro debatiéndose por debajo del agua.
—¡Eso es! ¡Tenlo un rato! ¡Por idiota!
En seguida Fernando salió disparado hacia arriba, y apareció la cabeza de Tito, entre espuma.
—¡Me alegro! ¡Te está bien empleado! —le dijo Mely, mientras él respiraba tratando de recobrar todo el aire perdido.
Se volcó de repente.
—¡Fernando, Fernando, que te va por detrás…!
Se amasaron en una lucha alborotada y violenta; un remolino de sordos salpicones, donde se revolvían ambos cuerpos y aparecían y desaparecían los miembros resbaladizos, los músculos crispados y las cabezas que querían ansiosamente respirar. Mely al fin se asustó al ver la boca angustiosa de Fernando asomarse un momento en el borbollón, para volverse a sumergir.
—¡Santos! —gritó—. ¡Sebastián! ¡Que se van a hacer daño! ¡Venir!
Acudieron los otros y en seguida la lucha se deshizo. Ahora Tito y Fernando se miraban agotados, jadeantes y tosiendo, sin poder hablar; se frotaban el cuello y el pecho con las manos.
[…]
—Si es que este tío es una bestia —protestó Fernando—. No tiene ni noción. ¿Pues no se me pone a pelearse en el agua? Así claro que las pasamos moradas los dos y ya no hay forma de separarse, por la congoja que te entra de que quieres sacar la boca a toda costa y respirar…
¡El tío atontao…!
—Mira, Fernando, vamos a dejarlo, si tú quieres —dijo Tito—. Más vale que te calles.
—¡Pues no! ¡No me callo!
Se acercó a Tito y le gesticulaba contra el pecho.
—Tiene razón Fernando —dijo Mely. Sebas se interponía entre los dos.
—Venga ya —les decía—. Si estáis en paz. Dejarlo y no riñáis.
Tito miró hacia Mely, resentido.
—¡Sí, señor! —reforzaba Fernando—. Además, no me vuelvas a dirigir la palabra en todo el día.
—Descuida, hijo, ni tampoco en un mes —dijo Tito.
Y ponía una cara triste y se dio media vuelta y se alejaba hacia la orilla, ayudándose por el agua con las manos.
—¡Naturalmente! —dijo Fernando hacia los otros.
Paulina miraba a Tito alejarse y decía con pena:
—¡Mira tú que bobada…! No sé por qué teníais que reñir esta mañana, tan a gusto que veníamos todos… Meter la pata y nada más.
—Eso él. A mí no me lo digas.
—Claro que sí —dijo Mely—; fue el imbécil de Tito el que…
Santos la interrumpía:
—Pues tú tampoco no malmetas a nadie. Siempre te gusta meter cizaña; parece que la gozas.
—Yo no meto cizaña, ¿sabes? Tito me vino a molestar. Y a mí ni ése ni nadie me pone las manitas encima, ¿te enteras?

Autor

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    Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías. Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!

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