Miguel Hernández
Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, 28 de marzo de 1942) emergió como una de las voces poéticas más conmovedoras de la literatura española del siglo XX. Su trayectoria vital, marcada por la pobreza, la guerra y la represión franquista, se entrelaza con una obra literaria que evolucionó desde el barroquismo gongorino hasta la desgarradora intimidad de sus últimos versos carcelarios. Figura puente entre la Generación del 27 y la del 36, su poesía sintetiza la tradición clásica con el compromiso social, dejando un legado que trasciende lo literario para convertirse en símbolo de resistencia antifascista.
Infancia y formación autodidacta
Nacido en el seno de una familia humilde dedicada al pastoreo, Miguel Hernández tuvo que abandonar los estudios a los catorce años para trabajar como cabrero, aunque su curiosidad intelectual lo llevó a formarse de manera autodidacta. Su padre, Miguel Hernández Sánchez, tratante de ganado de carácter autoritario, representó la figura opresiva que truncó su educación formal, mientras su madre, Concepción Gilabert, intentaba suavizar las tensiones familiares. Las largas horas en el campo, cuidando el rebaño familiar en la sierra oriolana, se convirtieron en su primera escuela: allí descubrió la fuerza telúrica de la naturaleza que luego impregnaría su obra, desde el ritual del apareamiento de las ovejas hasta el milagro cotidiano del nacimiento de un cordero.
Su formación intelectual se gestó en la biblioteca del sacerdote Luis Almarcha, donde devoró a los clásicos españoles como Garcilaso, Góngora y Quevedo, junto a autores contemporáneos como Rubén Darío. Este acceso limitado pero intenso a la literatura se complementó con su participación en la tertulia literaria de Orihuela, donde conoció a Ramón Sijé (seudónimo de José Marín Gutiérrez), quien se convertiría en su mentor y amigo íntimo. La relación con Sijé, estudiante de Derecho y figura clave en su desarrollo intelectual, le abrió horizontes estéticos y le facilitó sus primeras publicaciones en revistas locales como *El Pueblo de Orihuela* y *Destellos*.
Inicios literarios y consolidación poética
Los primeros pasos creativos de Hernández (1925-1934) muestran una tensión entre el barroquismo culterano y la búsqueda de un lenguaje personal. Su primer poemario, *Perito en lunas* (1933), publicado gracias al mecenazgo de Almarcha, despliega un virtuosismo formal donde las metáforas gongorinas se aplican a elementos rurales: las norias se convierten en “ruiseñores mecánicos” y los almendros en “candelabros coagulados”. Esta etapa de experimentación vanguardista, sin embargo, pronto daría paso a un lirismo más visceral.
El traslado a Madrid en 1931 marcó un punto de inflexión. Aunque inicialmente vivió en la pobreza —llegando a dormir en estaciones de metro—, logró introducirse en los círculos literarios gracias a su tenacidad. Colaboró en *La Gaceta Literaria* de Ernesto Giménez Caballero y trabajó como secretario de José María de Cossío en la redacción del diccionario taurino *El Cossío*, labor que le permitió relacionarse con figuras como Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. La influencia de este último, particularmente su poesía social, sería decisiva en su evolución hacia un compromiso político explícito.
Madurez creativa y compromiso político
El periodo 1935-1939 concentra su producción más reconocida. *El rayo que no cesa* (1936), dedicado a Ramón Sijé tras su muerte prematura, contiene su célebre *Elegía*, considerada una de las cumbres de la poesía funeral española: *”Quiero escarbar la tierra con los dientes,/ quiero apartar la tierra parte a parte/ a dentelladas secas y calientes”*. La obra, estructurada en sonetos y tercetos, trasciende el dolor personal para abordar temas universales como el amor frustrado —inspirado en su relación con la pintora Maruja Mallo— y la rebeldía existencial.
El estallido de la Guerra Civil lo encuentra afiliado al Partido Comunista y comprometido con la causa republicana. Como comisario político cultural, participó en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas (1937) y publicó *Viento del pueblo* (1937), donde el lirismo da paso a un tono épico-militante: *”Volando vienen las balas,/ pero más pronto volamos”*. Su matrimonio con Josefina Manresa en 1937, testimoniado en poemas como *Nanas de la cebolla*, añade una dimensión íntima a su compromiso colectivo.
Prisión y obra final
Tras la derrota republicana, intentó exiliarse por Portugal pero fue capturado y condenado a muerte, pena conmutada posteriormente a 30 años de prisión. En las cárceles de Huelva, Sevilla y Alicante, escribió su obra cumbre: *Cancionero y romancero de ausencias* (1938-1941). Estos poemas, muchos escritos en trozos de papel higiénico o en los márgenes de cartas a su esposa, muestran un desnudamiento expresivo sin precedentes: *”Tristes armas si no son las palabras./ Tristes, tristes./ […]/ Me defiendo/ con ellas como un árbol con sus hojas”*. La tuberculosis contraída en prisión acabó con su vida a los 31 años, dejando inconclusa una trayectoria que Dámaso Alonso calificó como *”el genial epílogo de la Generación del 27″*.
Legado y vigencia
La obra hernandiana sintetiza tradición y vanguardia: mientras sus primeros textos dialogan con Góngora y los clásicos del Siglo de Oro, su etapa final anticipa la poesía desarraigada de posguerra. Su figura, mitificada como *”el poeta pastor”* y mártir del franquismo, ha sido reivindicada por generaciones posteriores a través de musicalizaciones (Serrat, Sabina) y estudios académicos que destacan su capacidad para transformar la experiencia vital en arte universal. La Casa Museo de Orihuela y su epistolario preservan el testimonio de quien, en palabras de Neruda, *”escribió con sangre de soldado y lágrimas de hombre”*.
Perito en lunas, 1933
“Perito en Lunas” es el primer libro de poemas del destacado poeta español Miguel Hernández, publicado en 1933. Incluye 42 poemas, todos ellos escritos en octavas reales, una forma poética que recuerda a Luis de Góngora, un referente importante para la Generación del 27, a la que Hernández se adscribe tardíamente. El libro fue escrito tras el primer viaje de Hernández a Madrid, donde entró en contacto con la obra de la Generación del 27, especialmente con su vertiente neogongorina.
Aunque Hernández no se adhirió plenamente al surrealismo hasta conocer a Aleixandre y Neruda en 1934, su estilo en “Perito en Lunas” es característicamente gongorino. Este estilo se caracteriza por un lenguaje complejo y metafórico que oscurece el contenido de los poemas, convirtiéndolos en “acertijos poéticos”. Esto se debe a la destreza verbal e imaginativa del autor, que eleva objetos cotidianos a la categoría de objetos artísticos.
Por otro lado, el título del libro, “Perito en Lunas”, refleja la contraposición entre el trabajo material (el pastor) y la vocación espiritual del poeta. La luna simboliza al poeta vocacional, mientras que el perito es el pastor por obligación. Esta dualidad se manifiesta en la lucha interna del poeta entre dedicarse a su arte o a las responsabilidades familiares y laborales.
“Perito en Lunas” ha sido criticado por su complejidad y oscuridad, pero también ha sido elogiado por su originalidad y destreza técnica. El libro es una manifestación del quehacer poético de Hernández, quien se presenta como un artesano inteligente y oculto en sus poemas. Estamos ante una obra inaugural que muestra la habilidad de Miguel Hernández para fusionar tradición y vanguardia, creando un estilo único que anticipa su posterior evolución poética.
Toro
¡A la gloria, a la gloria toreadores!
La hora es de mi luna menos cuarto.
Émulos imprudentes del lagarto,
magnificaos el lomo de colores.
Por el arco, contra los picadores,
del cuerno, flecha, a dispararme parto.
¡A la gloria, si yo antes no os ancoro,
-golfo de arena-, en mis bigotes de oro!
Por el mejor lugar de tu persona
Por el lugar mejor de tu persona,
donde capullo tórnase la seda,
fiel de tu peso alternativo queda,
y de liras el alma te corona.
¡Ya te lunaste! Y cuanto más se encona,
más. Y más te hace eje de la rueda
de arena, que desprecia mientras junta
todo tu oro desde punta a punta.
Anda, columna, ten un desenlace
Anda, columna; ten un desenlace
de surtidor. Principia por espuela.
Pon a la luna un tirabuzón. Hace
el camello más alto de canela.
Resuelta en claustro viento esbelto pace,
oasis de beldad a toda vela
con gargantillas de oro en la garganta:
fundada en ti se iza la sierpe, y canta.
Subterfugios de luz, lagartos, lista
Subterfugios de luz, lagartos, lista
encima de la palma que la crea;
invención de colores a la vista,
si transitoria, del azul, pírea.
A la gloria mayor del polvorista,
rectas la caña, círculos planea:
todo un curso fugaz de geometría,
principio de su fin, vedado al día.