El ensayo en la literatura

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Introducción.

            Las formas didáctico-ensayísticas no suelen incluirse en las Poéticas por considerarse una expresión de lengua no literaria, puesto que subordinan los fines estéticos a los didácticos, con el fin de comunicar el pensamiento, pero a pesar de ello, en algunas épocas, estas formas se han visto impregnadas de un fuerte carácter literario.

         Formas originales del ensayo literario.

         Concepto de ensayo.

            Escrito breve de carácter divulgativo que ha venido a ocupar el lugar del diálogo doctrinal en nuestros días. No pretende una exposición detallada y completa de una rama del conocimiento científico sino una revisión subjetiva de algún aspecto, para provocar la reflexión libre y la libre circulación de ideas, intentando siempre fijar su identidad entre lo rigurosamente científico y el predominio de lo estético.

            Este género literario moderno, quizá el más cultivado del mundo, por su brevedad y concisión, ha tenido como vehículo más frecuente la prensa periódica. Su nombre se debe a la primera obra de este tipo que vio la luz, los Essais del francés Montaigne, recopilación de escritos de carácter ensayístico publicada en el siglo XVI, si bien se le atribuye la creación del género al español Fray Antonio de Guevara. Desde la publicación de la obra de Montaigne éste ha sido un género muy cultivado en toda Europa, especialmente en Inglaterra por Addison y Pope entre otros, pero también en España por el Padre Feijoo (siglo XVIII), siendo Alberto Lista el primero en emplear este término para su obra Ensayos literarios y críticos (Sevilla 1844); En el siglo XX, destacan M. de Unamuno, R. de Maeztu, Azorín, Ortega y Gasset, Eugeni d’Ors y el hispanoamericano José Enrique Rodó.

            Este tipo de textos, cuya intención es didáctica se estructura tomando los modelos argumentativo y expositivo, si bien, hay que tener en cuenta el carácter más personal del texto ensayístico frente a la exposición científica o la argumentación de tesis sobre algún tema, por ello, en la estructura en tres partes (planteamiento o tesis, desarrollo o argumentación y conclusión) pueden señalarse recursos literarios, pues es tan importante el contenido como la forma.

            El ensayo es útil como vehículo para la difusión de nuevas teorías y doctrinas, invenciones y hallazgos, pero también para la crítica literaria y de cualquier otro tipo de arte, y permite los más variados tonos, desde el más serio hasta la sátira en estado puro.

         Primeras formas.

            La primera forma de ensayo, según Juan Marichal, fue la epistolar, que tuvo su primera manifestación en una carta de Alonso de Cartagena escrita en 1444 al Marqués de Santillana; en esta carta se adivina ya cierta voluntad de permanencia individual pero también de grupo, pues ya en este siglo se puede reconocer la existencia de un colectivo de autores castellanos que destacan por su interés sobre las nuevas formas de relacionarse con la sociedad y por su individualidad expresiva, que se justifica por un principio tradicional de origen religioso “Todo hombre es de oír…”

            Otros miembros de este grupo son Mosén Diego de Valera, Fernando de la Torre, Teresa de Cartagena y Fernando del Pulgar.

 

            Alonso de Cartagena es autor de cartas y prólogos, entre los que destacan el del libro dedicado a su amigo Fernán Pérez de Guzmán, además de corresponsal del humanista italiano Leonardo Bruni de Arezzo, a quien mostró su interés por el humanismo italiano.

            Entre sus ideas destacan la utilidad intelectual de la minoría aristocrática, que debe mantener el ideal de laboriosidad intelectual, que canalice las energías de los hombres, tanto para sí misma como ante la sociedad; la labor difusora de la cultura, que no se opone ni al dogma religioso ni a la tradición cultural, ya que una de las obligaciones del estudioso era transmitir sus conocimientos (lo cual muestra un profundo interés por comunicarse, posiblemente movido por su condición de converso); y la valoración moral de Séneca por encima de Cicerón.

            Su estilo se caracteriza por lo que él mismo denomina “romance llano”, la pretensión de  llaneza que concentra la intención de utilidad y de normalización para comunicarse en tono cordial.

           

Mosén Diego de Valera es autor de Epístolas en las que destaca su voluntad por opinar, como persona no especializada, sobre todo lo humano. A través de su obra se convierte en intermediario entre los lectores que necesitan guía y la cultura, ya que para él esta es la labor que debe desempeñar el escritor, la de instructor de la humanidad en las buenas costumbres, a través del enlace de su persona con las necesidades espirituales del público inculto, de manera que demuestra un grado de contacto y comunicación con la sociedad mayor que el de Alonso de Cartagena.

           

Fernando de la Torre, a través de su obra Libro de las veinte cartas y cuestiones, presenta una teoría y defensa de la literatura mundana más sistemática que la de Mosén Diego de Valera, ya que entre otras cosas, justifica el derecho de los hombres “sin letras” a expresarse literalmente; por otra parte, la literatura, para este autor, toma sus normas expresivas del mundo (entiéndase que del mundo cortesano en que se mueve) y por ello debe primar la naturalidad frente a la técnica de las normas de “estudio”.

            De este nuevo carácter de la literatura extrae su estilo, que refleja la movilidad emocional e ideológica del escritor y pretende ser “gracioso” a tono con lo que su público (mayoritariamente damas de la corte) esperaba de sus escritos. Sus obras marcaron una cierta feminización de la expresión literaria.

 

            Teresa de Cartagena en sus obras defiende el derecho a la voz literaria de la mujer, iniciando así la tendencia renacentista de la literatura propiamente femenina. La expresión literaria es, para esta religiosa, una forma de comunicación con ella misma en vez de un enlace social; en sus textos semi-literarios como Arboleda de los enfermos y Admiración de las cosas de Dios, en los que ya se adivina la expresión de la distancia psíquica con el mundo que le rodea, característica prerrenacentista, imposible en la mente del hombre medieval que identifica en una misma unidad la persona y los objetos que le pertenecen.

 

            Fernando del Pulgar, es el primero de los autores de este grupo que añade al estilo personal cierto nivel técnico. Poseedor de una interesante conciencia social de las posibilidades del individuo, basada en el sentimiento de igualdad, justicia y orgullo individual y en la idea de movilidad y variedad social opuesta a la estructura estamental; pretende, como Mosén Diego de Valera, dar su opinión sobre todo, esta vez desde dentro del círculo de poder al que pertenece, el cual le permite formar parte y crear una sociedad más móvil y justa.

            Su afirmación literaria le lleva a una postura de crítica y reproche hacia los autores latinos clásicos, en especial hacia Cicerón. Además de “ensayista” es también cronista, pues compuso Crónica de los Reyes Católicos y Claros varones de Castilla.

         Etapa renacentista.

            En esta etapa pueden señalarse dos vertientes contrapuestas en el cultivo del género, la de Guevara y la de Santa Teresa

            Para Américo Castro, Fray Antonio de Guevara es el antecedente literario de los ensayistas contemporáneos españoles, a través del cultivo de su ensayo de carácter retórico, que, en opinión de Juan Marichal representa perfectamente el Renacimiento, sin romper con la tradición medieval anterior.

            En sus Epístolas familiares, este obispo castellano se mostraba ante el público con sinceridad y en ocasiones con satírica osadía, para defender la legalidad monárquica ante la guerra de las Comunidades y para dirigir ideológica y socialmente al público cortesano, que no tardó en adoptar algunos rasgos de su prosa.

 

            Santa Teresa de Jesús es el polo opuesto en el cultivo del ensayo, puesto que su estilo se basa en el anti-retoricismo como forma de expresión de la interioridad individual, sobre todo dirigido a un público poco cultivado, y en concreto a las mujeres de las que considera que tienen igual o mayor capacidad que los hombres para las materias religiosas, como defiende en Camino de perfección.

            Junto al rechazo de la artificiosidad, Santa Teresa cultiva también el alejamiento de los valores mundanos, también ornamentales, para centrarse en las virtudes individuales, internas al ser humano, para cuyo cultivo debe emprenderse la interiorización (de ahí el título de su obra)

            Este estilo ensayístico será cultivado siglos después por autores como Miguel de Unamuno, y puede relacionarse, a través de su rebelión contra la artificialidad, con los escritos de Montaigne.

 

            Ya en el siglo XVII destaca Francisco de Quevedo como ensayista por su fantasía moral y su temática de Estado, a través de La hora de todos y Anales de quince días, donde emplea la flexibilidad del género para expresar la realidad externa, para conocer y actuar sobre el mundo, más que como forma de conocimiento interior.

         Evolución en los siglos XVIII y XIX.

         Siglo XVIII.

            En este siglo disminuye el cultivo de la prosa creativa y aumenta el de la crítica y didáctica al ser esta, en forma de ensayo, el mejor vehículo para la transmisión ideológica y de polémicas, tan frecuentes en el siglo; Es de este cultivo asiduo de donde nace el ensayo moderno, con estilo expositivo, que pretende la mayor claridad.

            Los límites de este género en el siglo XVIII no se ajustan a los límites del mismo en nuestro siglo, por lo que, en algún caso engloba obras que ahora no consideraríamos ensayo. Este género en el siglo XVIII destaca por su carácter misceláneo, que le permite mezclar la exposición teórica con la crítica subjetiva del autor; la estructura expositiva y/o argumentativa; la intención divulgativa y cierta voluntad de estilo que mezcla la amenidad con el rigor científico.

            El cauce de difusión más importante para este género fue la prensa escrita, y en concreto los periódicos, que, aunque habían surgido ya en el siglo XVII, es en este siglo cuando se desarrollan plenamente al ser reconocido por parte de los gobiernos como forma de influencia sobre la opinión pública y tomar conciencia de la importancia de mantener informada y sobre todo formada a la población de forma sistemática.

            Entre los ensayistas más conocidos de la época hay que resaltar a Fray Benito Jerónimo Feijoo, a Ignacio de Luzán, Juan Pablo Forner, José Cadalso y a Gaspar Melchor de Jovellanos.

 

            Fray Benito Jerónimo Feijoo (1680-1768) Hijo de unos hidalgos gallegos, nacido en la provincia de Orense, ingresó a los catorce años en el monasterio de Samos de la orden de los benedictinos. Estudió Arte en el Colegio de San Salvador de Lérez, Teología en Salamanca y estudios bíblicos, patrísticos y literarios en León, tras lo cual fue nombrado maestro de novicios en el Colegio de san Vicente de Oviedo, en cuya  universidad ocupó las cátedras de Teología y Sagradas Escrituras. En esa misma ciudad vivió hasta su muerte, recluido en su celda monástica,  lo cual no impidió que tuviera una intensa relación con el mundo exterior y que fuera uno de los españoles más cultos de su tiempo, preocupado siempre por estar al día en las teorías científicas expuestas en el extranjero; de hecho, contaba con una gran biblioteca y un museo de curiosidades y recibía a menudo personalidades españolas y extranjeras, así como abundante correspondencia.

            No puede considerarse su labor como ensayística, tampoco él la consideraba como tal, sino que la denominaba “discursos”, sino más bien como literatura mixta, pues combina la voluntad crítica y didáctica, a la manera de Montaigne y Bacon, pero con elementos propios de la prosa creativa, generalmente a través de la estructura epistolar, que le permitía aportar cierta perspectiva y mostrar mayor grado de objetividad. Como modelos tomó a Francisco de Quevedo y a Baltasar Gracián. Su estilo, de gran espontaneidad pretende comunicar con amenidad a través del uso del lenguaje hablado y natural, llegando a utilizar, en su primera época, latinismos, galicismos e incluso idiotismos.

            Feijoo fue un autor tardío, pues comenzó a publicar su obra ilustrada a los 50 años, así, su primera obra impresa, Carta apologética de la medicina escéptica del doctor Martínez, en la que defiende a dicho doctor (a favor de la medicina experimental) frente a Bernardo López de Araujo, fue publicada en 1725.

            Sólo un año después, en 1726, publica el primero de los 8 tomos de su Teatro crítico universal o Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes, que siguió publicándose, tomo tras tomo, hasta 1739. En esta obra, formada por 118 discursos, aplica el método experimental a los errores del vulgo y difunde los ideales de utilitarismo de la ilustración, contribuyendo a difundir ideas tan fundamentales para la Ilustración como la dignificación del trabajo y los oficios, el utilitarismo, el pacifismo como elemento favorable a la economía, el menosprecio de la nobleza hereditaria y ociosa y el cosmopolitismo.

            Su siguiente obra, Cartas eruditas y curiosas, publicada en 5 tomos, entre 1742 y 1760, sigue presentando los mismos objetivos que la anterior: Combatir los errores populares, basados en la tradición o en la superstición; y combatir una idea de la ciencia, la de las universidades de la época, que daba por válidas las afirmaciones científicas de la Biblia, Aristóteles o Santo Tomás sin someterlas a crítica y experimentación racional, hecho que le supuso acusaciones de heterodoxia e incluso de herejía, si bien nunca dejó de defender la validez de la Revelación en Teología.

            La importancia de Feijoo radica fundamentalmente en la divulgación de las novedades científicas y del pensamiento como el positivismo y empirismo de Bacon, Descartes y Newton y el eclecticismo de Luis Vives, dejándose influir por publicaciones cultas como Las memorias de Trevoux.

             En lengua y literatura defendió el cultivo de las lenguas modernas, en las que proponía la introducción de neologismos y préstamos; y en política se muestra como un moralista y pacifista, que entiende las guerras como las principales causantes de la decadencia del país, del que se siente ciudadano, así como del resto del mundo, entendiendo que el patriotismo exacerbado es negativo.

            Su obra provocó numerosas polémicas, por lo que gran parte de su actividad como escritor se centró en defenderse de los ataques de sus detractores, entre los que cabe mencionar Salvador José Mañer que publicó en 1729 el Anti-theatro crítico, ante la que Feijoo publicó Ilustración apologética, que fue nuevamente contestada por Salvador José Mañer, pero como el benedictino había señalado su intención de no continuar con la polémica, en su defensa salió el padre Sarmiento con Demostración apologética, que fue contestada por Mañer en Crisol Crítico. A pesar de toda esta polémica, el Teatro Crítico de Feijoo salió triunfante.

            El franciscano Fray Francisco de Soto y Marne realizó el más furibundo e infundado de los ataques contra Feijoo, a través de las Reflexiones crítico-apologéticas sobre las obras de Feijoo, que fueron contestadas por el benedictino en Justa repulsa de inicuas acusaciones.

            Entre los admiradores del autor se cuentan el padre Sarmiento y el padre Isla, pero también el rey Fernando VI, que prohibió la publicación de cualquier crítica contra el padre Feijoo.

 

            Ignacio de Luzán destaca en este apartado por su Poética, publicada en 1737, que introdujo las reglas del neoclasicismo en la literatura española del siglo XVIII. El racionalismo es la base para su planteamiento preceptivo, que rechaza el subjetivismo de la poesía, así como sus excesos y oscuridad en el Renacimiento y Barroco español, producidos por el conceptismo y culteranismo. En el teatro propone el respeto a las unidades clásicas y es contrario a la figura del gracioso por mezclar géneros y tonos (por tanto, por saltarse el decoro clásico) Para la crítica actual, este autor se basó más en las poéticas clásicas de Aristóteles y Horacio que en la neoclásica de Boileau.

 

            Juan Pablo Forner (1756-1797) es el más destacado polemista del siglo. Entre las controversias que mantuvo destacan tres:

                    Contra las fábulas de Iriarte, a través de la publicación del folleto El asno erudito, si bien, esta polémica tenía su origen en la concesión de un premio literario.

                    Contra el artículo que Massons de Marvillers publicó en la Encyclopédie Méthodique (1782), donde afirmaba que España no había hecho nada por Europa en toda la historia, Forner publicó Oración apologética por la España y mérito literario, que fue redactada a instancias de Floridablanca, y que no sirvió más que para echar más leña al fuego.

                    Contra los autores modernos y en alabanza de los clásicos, escribe Exequias de la lengua castellana, donde narra su entrada en el Parnaso y su contacto con algunos escritores, lo cual le permite realizar un juicio sobre la literatura española.

 

            José Cadalso (1741-1782) Hijo de un rico comerciante de Cádiz, alumno de los jesuitas, aunque a los 9 años fue a estudiar a París, hasta su regreso a España, donde ingresó en el Seminario de Nobles de Madrid, y completó su formación viajando por Europa, lo que le permitió conocer directamente la literatura francesa e inglesa de su época.

            Siguió la carrera militar, a la que ingresó en 1762, y alcanzó el grado de coronel poco antes de su muerte, ocurrida en el sitio de Gibraltar en 1782.

            De carácter pesimista, dejó sin publicar sus mejores obras, y sometió a una fuerte autocensura y autoconcentración las que publicó, para evitar problemas con la censura gubernamental, y quizá por esta causa tampoco se prodigó en las publicaciones periódicas.

            Como autor literario, Cadalso es hoy en día reconocido por Cartas Marruecas (iniciadas en 1768, pero publicadas póstumamente) obra de inspiración neoclásica en la que predominan la crítica desde posturas racionales, el criterio de utilidad y la defensa de las reformas sociales. Esta obra está compuesta por 90 cartas entre los marroquíes Gazel, Ben-Beley y el español Nuño, lo cual permite al autor mostrar la realidad española desde tres puntos de vista diferentes, dos de ellos desde el extranjero. En opinión de la crítica, las Cartas son una imitación de las Cartas persas de Montesquieu, si bien, en la actualidad se reconocen también grandes dosis de patriotismo e intención de crítica constructiva que no aparecen en el autor francés.

             También es autor de Los eruditos a la violeta (1772), su primera obra, en la que, a través de la sátira, critica la formación superficial y que obtuvo tal éxito, que escribió el Suplemento al papel titulado “los eruditos a la violeta” y  el buen militar a la violeta, en 1790.

            Además de teatro, cultivó también la poesía, tanto de corte neoclásico como prerromántico y la prosa prerromántica con la obra Las noches lúgubres (1771) quizá movido por la muerte de la actriz Mª Ignacia Sánchez, con la que mantuvo relaciones durante un año. El éxito de esta obra fue la creencia, en su momento, de que se trataba de un texto autobiográfico, filón que los editores aprovecharon para añadirle una “cuarta noche” en la que el protagonista lograba desenterrar a la amada y llevarla a su casa (cosa que no ocurría en la obra de Cadalso, posiblemente porque no lo habría aceptado la censura)

            La crítica actual niega cualquier posibilidad de autobiografismo en esta obra, que estaría basada en La difunta pleiteada, tema tratado por otros autores como Bocaccio, Shakespeare o Lope, y sobre todo en Night Thoughts de Young, tal como declaraba en el subtítulo el propio Cadalso.

 

            Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) Nació en Gijón, en el seno de una familia noble, pero de escasos medios económicos, que le destinó al sacerdocio, por lo que estudió en Oviedo, Ávila, Alcalá y Madrid, donde sus amigos le convencen para que abandone la carrera eclesiástica y entra en la Magistratura, ocupación que llevará a Sevilla en 1767, donde entrará en contacto con la tertulia ilustrada de Olavide; durante su destino posterior en Madrid, durante el reinado de Carlos III, participará en diversas instituciones culturales y mantiene amistad con aristócratas, políticos y escritores de ideología ilustrada.

             La subida al trono de Carlos IV, coincidente con los inicios de la Revolución Francesa, le supuso un destierro a Gijón, donde aprovecha para fundar su mejor obra política, el Instituto Asturiano, antes de regresar a Madrid en 1793, con el cargo de Ministro de Gracia y Justicia, si bien solo ejercerá 8 meses, pues los problemas con la Inquisición le hacen regresar a su ocupación en el Instituto Asturiano y de allí, preso en la Cartuja primero y luego en el Castillo de Bellver, ambos en Mallorca, en 1797. De su encierro sólo fue liberado en 1808 por la invasión napoleónica.

            Este autor fue un reformista al servicio de las instituciones en las que detentó algún cargo. Su obra rezuma pragmatismo e intención didáctica además de una gran calidad literaria. Sus textos pueden clasificarse en varios grupos, el primero de ellos los ensayos, pero no debemos olvidar que también cultivó el teatro (tanto la tragedia como la comedia lacrimógena, propia del prerromanticismo), la poesía neoclásica, la narrativa epistolar y los diarios, en los que narra su estancia en Gijón entre 1790 y 1801 y sus viajes por España, y a través de los que llegamos a conocer su pensamiento.

            El Informe sobre el expediente de la Ley Agraria, publicado en 1794 y redactado en su destierro de Gijón, a petición de la Sociedad Económica de Madrid critica la decadencia de la agricultura española y sus consecuencias de despoblación y crisis económica, pero también propone soluciones a la situación descrita. Se trata de su obra más completa.

            La Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España, encargada por la Academia de Historia y finalizada en 1796 es una crítica al teatro del XVII por la inmoralidad de sus argumentos y la ausencia de reglas, además de una petición al Gobierno para que procure que el teatro sea un espectáculo didáctico.

            Otras de sus obras son la Memoria en defensa de la Junta Central, escrita en 1810; la Descripción del Castillo de Bellver, escrita a partir de 1804 como parte de unas memorias histórico-artísticas de arquitectura, pero en la que incluye no sólo el entorno, la flora y la fauna (en lo que se adivinan rasgos prerrománticos) sino también una reconstrucción del pasado, en la que imagina cómo debió ser la vida en el castillo; El Elogio de Carlos III, en el que alaba la política ilustrada de este monarca; El Elogio de las Bellas Artes y Elogio de Ventura Rodríguez, arquitecto mayor de la corte y el Plan para la educación de la Nobleza. Bases para la formación de un plan general de instrucción y Tratado teórico-práctico de enseñanza, donde muestra su preocupación por las cuestiones pedagógicas.

 

            Otros ensayistas son el Padre Enrique Flórez con su España Sagrada (en 27 tomos, todavía vigente en historia medieval); el Padre Masdeu y su Historia crítica de España y de la cultura española (1783-1805), prohibida por la Inquisición debido a sus críticas contra Roma y su deseo de una Iglesia española independiente; Juan Bautista Muñoz y su Historia general de América, de la que se publicó 1 tomo en 1793; Antonio Ponz, con Viaje de España; Gregorio Mayans y Siscar, con la Retórica (1757), los Orígenes de la lengua española (1713) y la edición del Diálogo de la Lengua de Juan de Valdés; el Padre Sarmiento, autor de Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles; Tomás Antonio Sánchez, que destaca como editor del Poema del Mio Cid en su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV (1779-1790), de las obras de Berceo, del Libro del Buen Amor y del Libro de Aleixandre; el jesuita Lorenzo Hervás y Panduro, padre de la lingüística comparada, con el Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas (1800); Antonio Capmany como autor de La filosofía de la elocuencia (1777) y el Teatro histórico-crítico de la elocuencia castellana; y Esteban de Arteaga, autor de Investigaciones filosóficas sobre la belleza ideal (1789)

         3.2. El siglo XIX.

            El ensayo se convierte en un género literario maduro en el siglo XIX, momento en que se generaliza este apelativo.

 

            Durante el Romanticismo puede considerarse tres tipos de ensayo, relacionados con tres grupos diferentes de ensayistas, los primeros son los exiliados, verdaderos introductores de la tendencia romántica en España, entre los que destacan José María Blanco Crespo (Alias Blanco-White) y los gaditanos José Joaquín de Mora y Antonio Alcalá Galiano; el segundo grupo está formado por los críticos e investigadores literarios que permanecieron en España como Bartolomé José Gallardo, Agustín Durán y Eugenio de Ochoa. El tercer grupo está formado por los pensadores dedicados a diferentes ramas del saber como Juan Donoso Cortés y Jaime Balmes.

 

            Juan Donoso Cortés es en sus escritos ensayísticos un apasionado polemista, como queda demostrado en Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (1851), que llegó incluso a traducirse al francés. Este autor es pesimista en sus planteamientos y se fundamenta en el sentimiento religioso como salvación social, su estilo es grandilocuente y efectista, muy apasionado y expresivo.

 

            Jaime Balmes defendió el punto de vista conservador y católico en sus escritos, entre los que destaca El protestantismo comparado con el catolicismo, réplica algo soberbia a la Histoire de la civilisation en Europe de Guizot. Este autor se caracteriza por la serenidad razonadora unida al estilo claro y preciso, aunque sin interés literario.

            Sobre todos los autores citados como ensayistas del Romanticismo debe reconocerse a Mariano José de Larra como el más destacado, a pesar de que no se dedicó realmente al ensayo sino al artículo de costumbres, en el que pueden reconocerse algunos de los rasgos del género ensayístico, así como la intención de crítica social, política e incluso literaria.

            El propio autor, al recoger su obra en Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres los clasificó en tres apartados:

 

  • Artículos de costumbres, entendido este término como medio para realizar consideraciones filosóficas y sociales, extraer conclusiones sobre el carácter de un pueblo o meditar sobre la vida en general. En estos artículos, Larra trasciende el puro costumbrismo, dotando a sus visiones de una fuerte carga crítica, por lo que también podrían considerarse artículos de crítica social y moral, centrados en la sociedad española, que fustiga en su atraso, ignorancia y ramplonería, rechazando el casticismo y denunciando la pereza, chapucería y despreocupación por el trabajo bien hecho como males del país, en textos como La vida en Madrid y Vuelva usted mañana. Muchos de sus artículos se ocupan de aspectos concretos de la vida española, mientras que otros se alzan a un plano existencial y expresan aquella concepción desengañada y trágica de la vida que caracteriza a su autor, como puede comprobarse en El mundo todo es máscara y en La Nochebuena de 1836 (1837)

 

  • Artículos de crítica literaria, que interesan sobre todo como testimonio de las letras del momento y de la evolución de los gustos del autor. Atención especial le mereció la vida teatral, pues le preocupaba la decadencia de este género, por lo que propuso la creación de una Escuela de Arte Dramático, la educación del público y la aparición de dramaturgos con criterios en artículos como Reflexiones acerca del modo de hacer resucitar el teatro español (1836) En sus primeros artículos literarios se nota su formación neoclásica de raíz francesa, pero a partir del Discurso de Agustín Durán comienza a valorar más positivamente el Romanticismo. Su gran manifiesto literario se halla en el artículo titulado Literatura, en el que propugna la naturaleza cultural de la literatura y defiende la libertad de creación literaria.

 

  • Artículos políticos en los que se percibe la controvertida ideología de este periodista. Dentro de lo posible, Larra fustigó, ante todo, al absolutismo y a los carlistas, pero también dejó constancia de su desacuerdo con cierta política liberal. En conjunto, estos artículos, entre los que sobresalen El día de difuntos de 1836, en el que Larra une el destino de España al de su propio corazón (no hay esperanza ni para España ni para el propio Larra) y Fígaro dado a los redactores del Mundo, en donde critica el gobierno de Calatrava y aborda la cuestión colonial; nos dan un panorama de la política de su tiempo.

 

            La segunda mitad del siglo XIX tiene como autores más destacados a Juan Valera y Clarín en el ensayo crítico mientras en el ámbito cultural, político y social cabe destacar a los tradicionalistas, entre los que destaca Marcelino Menéndez Pelayo y los liberales (basados en la tendencia Krausista) entre los que deben mencionarse Julián Sanz del Río y Francisco Giner de los Ríos.

 

            Juan Valera, crítico antes que literato, se menciona como ensayista por sus estudios sobre literatura, publicados con el título de Del Romanticismo en España y de Espronceda, Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas.

 

            Leopoldo Alas, “Clarín”, es un crítico profundamente conocedor de la literatura europea de su época, que sabe combinar a la perfección las corrientes krausistas, positivistas y espiritualistas que entonces imperan, llevando a cabo en Solos y Paliques juicios sobre sus contemporáneos, a veces algo sarcásticos y belicosos.

 

            Marcelino Menéndez Pelayo es el representante en la segunda mitad del siglo de la tendencia tradicionalista ya iniciada por Jaime Balmes y José Donoso Cortés en la etapa romántica. Este autor destaca por su erudición, así como por su patriotismo y profunda religiosidad, más que evidentes en obras como La ciencia española, Historia de las ideas estéticas, Orígenes de la novela y su texto más polémico Historia de los heterodoxos españoles.

 

            Julián Sanz del Río y Francisco Giner de los Ríos son los dos autores más visibles del grupo liberal, paladines del Krausismo en España y enfrentados a la postura tradicionalista antes comentada. El último de estos dos autores es el precursor de la filosofía de los jóvenes del ’98 a través de textos como Estudios literarios, Principios elementales del Derecho y Educación y enseñanza, donde se revela como sociólogo y estudioso de la evolución cultural y la literatura, preocupado por el hombre nuevo, moralmente íntegro e intelectualmente cultivado.

         El ensayo en el siglo XX.

         El ensayo regeneracionista y noventayochista.

            En torno a la derrota española en 1898 se llevó a cabo entre la minoría intelectual del país el debate sobre la regeneración de la vida social y política en los ámbitos económicos y jurídicos, pero que llegó a impregnar todos los ámbitos y a influir en ensayistas como Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Joaquín Costa, Ramiro de Maeztu, José Martínez Ruiz, “Azorín” y Ramón Menéndez Pidal.

 

            Ángel Ganivet, hombre de sólida cultura, gran conocedor de los filósofos griegos y de la literatura nórdica, se muestra como ensayista lúdico y paradójico, pues combina el irracionalismo con el senequismo en sus epistolarios y obras, de las cuales merece mencionarse Idearium español (1897), donde puede comprobarse su profunda preocupación por España y las contradicciones en que cae el Regeneracionismo. Otra de sus más interesantes obras es El porvenir de España, donde recoge las cartas abiertas que cruzó con Miguel de Unamuno a través del periódico El defensor de Granada.

            Introdujo en España el género de la novela-ensayo, con títulos como La conquista del reino de Maya por el último conquistador Pío Cid y Los trabajos del infatigable creador Pío Cid.

 

            Miguel de Unamuno recoge en su libro Recuerdos de niñez y mocedad, publicado en 1908, artículos periodísticos de los años 1891 y 1892 en los que se plantea el conflicto fe-razón, a partir de su crisis religiosa e intranquilidad espiritual que le son características a lo largo de su existencia; se trata de uno de sus primeros textos de carácter ensayístico, pues también seguirá cultivando este género en En torno al casticismo (1895), publicado en la revista La España Moderna; Del sentimiento trágico de la vida (1912) y La agonía del cristianismo (1925) (ambos incluidos en el índice de libros prohibidos en 1957)

            En todas estas obras se muestra preocupado por España, entendiendo que su auténtico espíritu nacional reside en Castilla, condicionada por su clima y paisaje, pero no en la visión castiza de ésta sino en la europeizada, que persigue el progreso de la sociedad rural, donde se halla la intrahistoria y la tradición, motores de dicho progreso.

            La crisis personal se agudizará con la prohibición de estas dos últimas obras, por lo que irá abandonando su preocupación social para centrarse en la inestabilidad personal, se alejará de posturas progresistas y regeneracionistas y se interesará por la visión espiritual del individuo, pues entiende que el progreso está movido no por la economía sino por el equilibrio espiritual de los individuos.

            Otros de sus textos son Vida de Don Quijote y Sancho (1905), donde presenta a este hidalgo ficticio como símbolo de la esencia espiritual del pueblo español; los tres ensayos de 1900 ¡Adentro!, La ideocracia y La fe; Paisaje del alma (1902); De mi país (1903); De mi vida (1903, con carácter autobiográfico); Mi religión y otros ensayos (1910); Soliloquios y conversaciones (1911); Cómo se hace una novela (1927); Diario íntimo (inédito hasta 1966) y los libros de viajes Por tierras de Portugal y España (1911) y Andanzas y visiones españolas (1922)

 

            El aragonés Joaquín Costa (1844-1911) es el máximo representante del Regeneracionismo al proponer que la sociedad española requería una revolución desde arriba, si bien, con el tiempo sus ideas irán cambiando, al tomar conciencia de que su ideal revolucionario es imposible, por lo que abogará por una revolución desde abajo que se combine con un gobernante autoritario e ilustrado, con conciencia social.

            En su mayoría sus obras son artículos periodísticos, pero también redactó más de cuarenta libros, de entre los que cabe citar Colectivismo agrario en España (1898), El problema de la ignorancia del derecho (1901), Oligarquía y caciquismo como forma actual de gobierno en España: Urgencia y modo de cambiarla (1901) y Agricultura armónica (1911, en los que el objetivo último es siempre europeizar España, para mejora la forma de vida, elevar el nivel intelectual y entrar en contacto con el progreso extranjero.

 

            Ramiro de Maeztu (1874-1936) es un personaje peculiar desde sus inicios, pues este vasco, hijo de vasco e inglesa, se trasladó a vivir unos años a Cuba con su familia y al regresar a España se dedicó por entero al periodismo, siendo corresponsal de guerra en la Primera Guerra Mundial,  publicando artículos progresistas en los periódicos más destacados de su época y constituyendo, junto con Azorín y Baroja, el “Grupo de los Tres”.

            Desde posturas progresistas combativas, fue evolucionando hacia el conservadurismo y al final de su vida el cambio ideológico lo llevó hacia el catolicismo y tradicionalismo, aunque nunca abandonó la inquietud social ni el pensamiento de Nietzsche como guía. Por su antimarxismo y planteamientos antidemocráticos y antiliberales durante la Dictadura de Primo de Rivera, a la que apoyó, se le concedió el cargo de embajador en Argentina, y más tarde, su pensamiento ultraderechista le llevará a fundar Acción Española, revista que también dirigió desde 1931. Murió fusilado en 1936, por lo que durante la posguerra fue considerado un mártir de la causa vencedora.

            Son tres sus obras más destacadas: Hacia otra España (1899), que recoge una serie de artículos escritos de forma precipitada para ocuparse de la decadencia española en la Generación del ‘98; Don Quijote, Don Juan y la Celestina. Ensayos de empatía (1926), en el que realiza una búsqueda del modelo moral español; y Defensa de la Hispanidad (1934) en que defiende la labor evangelizadora de España, propia de su ideal católico progresista.

 

            José Martínez Ruiz, “Azorín”, (1873-1967) como también Ramiro de Maeztu, con quien forma el Grupo de los Tres (además de con Pío Baroja), este periodista rebelde y subversivo se caracteriza por seguir una evolución ideológica interesante, desde posturas anarquistas combativas en los primeros años hasta el conservadurismo más recalcitrante en su última época.

            Exiliado en París durante la Guerra Civil española, regresará en 1939, estableciéndose hasta el final de sus días en Madrid.

            La gran obsesión de este ensayista es el tiempo, no en su paso inexorable sino en su falta de finalidad, y es desde este punto de vista desde donde mira a España y pretende encontrar su auténtica esencia en la historia y sobre todo en la intrahistoria (los aspectos cotidianos), se hace evidente la influencia en este aspecto de la filosofía de Nietzsche y su mito del “Eterno Retorno”, sobre el que basará la solución a su problema y todo su entramado estético.

            Entre los méritos ensayístico-literarios de este alicantino deben señalarse el haber descubierto el paisaje castellano, entendido como historia menuda, para la literatura y el haber aproximado los clásicos literarios al siglo XX, pues en ellos se eterniza la esencia de lo nacional.

            En sus primeros ensayos, este autor rechaza el pasado cultural e histórico de España, hasta tal punto que considera negativos el Siglo de Oro y el siglo XVIII, por haber precipitado la decadencia española con su atmósfera intelectual; pero pronto descubrirá en el pasado rasgos propios del “alma del pueblo”, como expone en Los pueblos (1905), La ruta de Don Quijote (1905, formado por 16 artículos, la mayoría publicados en El Imparcial para la celebración del tricentenario de la primera publicación del Quijote), España (1908) y Castilla (1912, de carácter insólito, pues incorpora personajes del pasado al presente, como si fueran hombres cotidianos y recopila no sólo ensayos sino también cuentos y poemas)

            A partir de 1919 la actividad periodística de Azorín se centra en la crítica literaria, de forma “sui generis”, muy subjetiva, como también lo había sido su anterior etapa ensayística, si bien debe otorgársele el mérito de haber renovado este género en España. En su revisión de los clásicos, este autor se propone encontrar en la literatura un testimonio de la continuidad del “alma española” y revivir a los clásicos, como él mismo señala en Clásicos y modernos (1913), que junto a Lecturas españolas (1912), Valores literarios (1914) y Al margen de los clásicos (1915) forman el grueso de su producción crítica en este aspecto.

            El estilo de Azorín es sencillo, claro y preciso, centrado en el detalle (lo que se dio en llamar “primores de lo vulgar”) a través de la técnica impresionista que busca la sensación que aporte la esencia de la vida, es por eso que sus textos están plagados de elementos sensoriales, abundando los adjetivos antepuestos y escaseando los verbos, que se limitan a cumplir su labor de atribución, pues para evocar el pasado no se sirve de la acción (del verbo) sino del nombre arcaico, lo cual le exige una gran riqueza léxica en la que hay cabida tanto para los arcaísmos como para los neologismos.

 

            Ramón Menéndez Pidal es el más importante filólogo del siglo XX, catedrático de Filología Románica en Madrid y miembro de la Real Academia Española de la Lengua, de la que también fue director.

            En muchos de sus ensayos, redactados en prosa ágil y clara, que le acercan a los autores novecentistas o posmodernistas, comenta el carácter de los españoles, y propone la “España total”, fruto de la reconciliación de las “dos Españas”.

         El ensayo posmodernista o novecentista.

            La promoción novecentista está formada por intelectuales universitarios, de tendencia europeísta, que rechazan la España de la Restauración y en algunos casos la Dictadura de Primo de Rivera y defienden el progresismo y el krausismo. Sus escritos ensayísticos, conferencias y artículos tienen gran peso político.

            Entre los miembros de este grupo de autores cabe destacar a Eugeni d’Ors, de la “escuela de Barcelona” y José Ortega y Gasset, de la “escuela de Madrid”.

 

            Eugeni D’Ors (1881-1954) escritor barcelonés conocido por el pseudónimo Xènius, instalado en Madrid desde 1922, momento en que cambia su lengua materna por el castellano como vehículo de sus ensayos. Incansable viajero por el extranjero, estaba en Francia en 1936, pero el estallido de la Guerra le hará volver y pronunciarse a favor de los vencedores. Fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua y Secretario perpetuo del Instituto de España y ocupó cátedra en la Universidad de Madrid al final de su vida.

            Frente a la vitalidad del Modernismo finisecular, Eugeni D’Ors es el abanderado en Barcelona del Intelectualismo característico del Novecentismo, que se veía a sí mismo representante del orden, claridad y racionalidad clásicas.

            Su modelo intelectual queda plasmado ya en su novela La ben plantada (1911) y será desarrollado en sus escritos Glossari (que se desarrolla a lo largo de su vida, en principio en catalán pero a partir de 1921 en castellano con el título de Nuevo Glosario, y en 1947 como Novísimo Glosario, publicando las últimas de sus glosas en el diario Arriba) y La ciencia de la cultura (publicado póstumamente en 1964)

            La “Glosa” e un artículo breve y conciso, en el que desarrolla un tema intelectual del que se extrae una lección filosófica en lo que el autor denominaba “pasar de la Anécdota a la Categoría”. La elaboración de este glosario es para su autor una misión o servicio político y cultural ya que con él acerca la cultura europea de su tiempo a los lectores; el mismo servicio cree hacer en toda su producción, tanto en sus tres conferencias formativas ante la Residencia de Estudiantes: De la amistad y del diálogo (1914), Aprendizaje y heroísmo (1915), Grandeza y servidumbre de la inteligencia (1918), como en su crítica de arte Tres horas en el Museo del Prado (1922), Lo barroco (1936), Goya (1928-1929), Picasso (1930) y Teoría de los estilos, donde no pretende establecer juicios de valor estético sino hallar el significado de cada una de las obras de arte, dentro de la evolución histórica, en un ejercicio de “ciencia de la cultura”.

            En su valoración artística establece la existencia de dos momentos el clásico, basado en el orden y la claridad, al que atribuye carga positiva, y el barroco, basado en el caos y la decadencia, al que considera negativo. También sus estudios históricos titulados La civilización en la historia (1943) están basados en este planteamiento, que es desarrollado plenamente en su obra filosófica El secreto de la filosofía (1964) Otras de sus obras son Epos de los destinos (1943) y La vall de Josafat, dentro del género biográfico, la novela Oceanografia del tedi y la pieza teatral Guillermo Tell.

            El estilo de este autor es cultista y didáctico, lleno de neologismos y adjetivos intelectuales, que combina con el pintoresquismo y lo plástico que toma de las fórmulas populares en un estilo muy particular e irónico.

 

             José Ortega y Gasset (1883-1955), filósofo formado en Alemania, catedrático de metafísica en la Universidad de Madrid e intelectual con aspiraciones de liderazgo social, político y cultural a través del periódico El sol en 1917 y la Revista de Occidente en 1923, además de la editorial del mismo nombre y el acta de diputado en Cortes que obtiene en 1931, a parte de impulsar en su exilio argentino, a raíz de la Guerra Civil, la “Colección Austral”. En 1945, a su regreso del exilio fundará el Instituto de Humanidades, en el que colaborarán sus discípulos, que pueden considerarse, junto con él, la “Escuela de Madrid”.

            El estilo de este autor es claro y plástico, apoyado en muchas ocasiones en metáforas, que le acercan a la literatura y a una amenidad impensable para la filosofía desde su enfoque habitual, lo cual puede tener su origen en la necesidad de acercar a los españoles, poco acostumbrados a textos de elevado nivel intelectual, los planteamientos filosóficos del siglo XX.

            Su pensamiento pasó por tres etapas, desde la liberal o de preparación (1902-1914), basada en una concepción elitista que defiende el papel rector de las minorías selectas sobre la masa, en su juventud respaldada por influjo del idealismo neokantiano y que tiene como obra más destacada Las meditaciones del Quijote (1914) pasó a una etapa de maduración (1915-1923) en la que rechaza tanto el racionalismo como el vitalismo para integrarlos en una razón vital, opuesta a razón pura: el raciovitalismo, pilar básico de toda su filosofía, que se condensa en la célebre frase “Yo soy yo y mi circunstancia”. Para Ortega pensar es dialogar con las circunstancias; no se puede separar el yo pensante del mundo en el que piensa. La vida humana, “mi vida”, entendida como interacción del yo con la circunstancia, es la realidad fundamental para la consideración filosófica. El enfoque de esta segunda etapa queda resumido en El tema de nuestro tiempo (1923), mientras que su última etapa, de madurez (1924-1955) continua con el raciovitalismo, aunque enriquecido con nuevos aspectos como el sentido histórico de la vida, que aparece en Dilthey y la idea de la vida (1933-1934), y la visión dinámica y dramática de la vida, entendida como lucha entre el “yo” y el “mundo” (en consonancia con Heidegger) que aparece en Goethe desde dentro (1933), Historia como sistema (1936-1941) y en Ideas y creencias (1940)

            En el ámbito político, Ortega es aristocrático y conservador, tal como expresa en La rebelión de las masas (1930), y en lo referente a España, sigue reflexionando sobre “el problema de España” en España invertebrada (1921), donde considera que la fuerza motora del país, Castilla, ha decaído, por lo que el país entero caerá en decadencia, siguiendo el camino de todo el continente y su único remedio será la europeización, pero no como forma de integrarse en una unidad mayor sino para interpretar a la española el mundo.

            Ortega ha ejercido una fuerte influencia sobre críticos y autores literarios, en principio al entender que la crítica literaria era el más eficaz de los medios para regenerar España, pero más tarde, entendiendo que la obra literaria es un mundo privilegiado donde poder observar las reacciones del individuo frente al medio. Este cambio de orientación en la labor crítica se produce a partir de 1915, año en que comienza a considerar que cada obra debe estudiarse como producto individual de su autor, y no dentro de unos cánones estéticos, de manera que el estilo responde a una selección del creador, tanto de los recursos formales como de la relación de su obra con el resto de producciones de su momento.

            Uno de los trabajos más interesantes dentro de la labor crítica de Ortega y Gasset es La deshumanización del arte (1925), en el que propone su teoría estético-crítica en la que el arte es una consecuencia directa de la vida, y como ella es cambiante y efímero, también habla en este texto sobre el arte de vanguardia, que considera alejado de la vida, deshumanizado e intranscendente y por tanto con pocas posibilidades para triunfar ampliamente entre el público.

         El ensayo vanguardista.

            Los ensayistas más relevantes de este período se mueven por la preocupación social y política y se expresan a través de un estilo experimental y de ruptura, propio de la Vanguardia.

 

            José Bergamín, fundador de la revista Cruz y raya, nos ofrece una modalidad nueva del ensayo y la crítica literaria, que aparecen impregnados de trascendencia poética y religiosa, a través del cual realiza un incisivo análisis del ser español y da una originalísima visión de nuestros clásicos, guía de sus reflexiones sobre España. Su estilo es netamente conceptista, tanto en los aforismos El cohete y la estrella como en los ensayos: El arte de birlibirloque, defensa de los valores estéticos y metafísicos del toreo, y Mangas y capirotes, original reflexión sobre la dramaturgia áurea, que Bergamín considera como una popularización poética de la España eterna.

 

            Célebre protagonista de la Vanguardia española fue Ernesto Giménez Caballero, un escritor intuitivo, con imaginación, de acento vehemente, que gusta de engarzar imágenes y expresiones caprichosas en Yo, inspector de alcantarillas, una muestra de arte surrealista; Julepe de menta, conjunto de artículos heterogéneos, y Hércules jugando a los dados, una exaltación del superhombre, encarnado en el atleta.

 

            En el terreno de la crítica literaria destaca la figura de Juan Chabás, autor de Literatura española contemporánea (1898-1950), extenso manual elaborado desde una óptica subjetiva; de poemas que publicaba en las revistas ultraístas, y de algunas novelas eminentemente líricas como  Sin velas, desvelada; Puerto de sombraAgor sin fin.

            Dentro del periodismo político destaca Luis Araquistaín, cuya capacidad dialéctica se evidencia en El pensamiento español contemporáneo. Otras veces se ocupa de temas literarios como en La batalla teatral, donde intenta analizar las causas de la crisis del arte escénico.

         El ensayo en los últimos años del siglo XX.

            En esta etapa de la historia cultural española el auge del ensayo es imparable, al ser cultivado por la mayoría de los autores del momento a uno y otro lado del Atlántico. Este desarrollo ha llevado a redefinirlo de forma más amplia e imprecisa, para dar cabida en él a todo escrito de extensión variable, de tema diverso, con desarrollo argumentativo y subjetivo, que esté destinado a un público amplio.

            Entre los nombres dignos de mención destacan los críticos de posguerra (caracterizados por la profesionalización en el ámbito de la enseñanza universitaria, para la que realizan sus ensayos) como  Martí de Riquer pero tampoco pueden obviarse los poetas críticos como Dámaso Alonso, Pedro Salinas y Jorge Guillén, además de aquellos que se acercan a este género desde disciplinas del conocimiento concretas como la Filosofía, la Estética, la Psicología, la Sociología y el estudio literario, como Francisco Ayala, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa.

 

Autora del documento: Isabel Roca