Índice de la entrada
El teatro
El teatro. Aproximación general
En el siglo XVII todas las clases sociales que formaban la sociedad barroca de los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) pugnaban por encontrar acomodo en los escasos pero concurridísimos teatros estables de la época. Son los tiempos de Lope de Vega, de Calderón… de los grandes genios de nuestro teatro clásico, capaces de redactar comedias a la misma velocidad que las devoraba con avidez el público asistente. El Rey disfrutaba de un teatro particular, instalado en el Palacio del Buen Retiro, y para el que escenografía y vestuario se diseñaban especialmente. Pero para llegar a esto los actores y actrices –estas últimas excepcionales en nuestro país frente a las prohibiciones dominantes en Europa- habían tenido que andar un largo camino.
Casi no ha quedado rastro de nuestro teatro medieval en castellano, y habrá que llegar al siglo XV para encontrar textos y testimonios escritos de su presencia. Posiblemente fue ocasional, religioso en la mayoría de las ocasiones y diseñado para los recintos sagrados, mientras que el teatro profano se remitía a las plazas públicas. El espectáculo, casi con seguridad, era una mezcla de recitado y espectáculo de variedades malabares y semicircenses, algo característico del trabajo de juglares y trotacaminos de la época. La Danza de la muerte (siglo XV), presente también en otras literaturas europeas, inaugura un período en el que los textos comienzan, mal que bien, a rodar por las imprentas y bibliotecas, y del que ya comenzamos a conocer nombres propios y títulos de distintas obras.
Durante el siglo XVI el teatro castellano no pierde el pulso clasicista europeo, y las adaptaciones de la teoría dramática clásica, bien que ajustándola al panorama español y al gusto de cada autor, dominan la escena. No hay que pensar aún tanto en teatros como en espacios de representación, que pueden ser las iglesias o los palacios de los nobles más cultos, y siguen sirviendo más para el acompañamiento litúrgico o la diversión ocasional de espectadores nobles y acomodados que para la diversión popular. No obstante, la dramática avanza imparable en su proceso de popularización y de llegar a nuevos públicos, más amplios, más generalizados, y escapa de los recintos religiosos y palaciegos para tomar las calles y los momentos de ocio. Los personajes de los autores de la primera mitad del XVI son ya reconocibles por las clases populares, se introducen cantares y dichos, abunda el verso para facilitar la memorización del texto, el entremés se adueña de los intermedios para que el espectador disfrute sin interrupción del espectáculo teatral y en algunas ciudades –como Valencia o Sevilla- se afianza la tradición dramática. En Madrid, mientras tanto, aparecen los corrales de comedias, el más antiguo antecedente de nuestros teatros actuales, con disposición fija y clasificación rigurosa del público según su sexo y pertenencia a una clase social u otra. Tan solo el teatro inglés ofrece un caso similar al español de fervor y público entregado, mientras que en Francia las representaciones se limitan a los ámbitos cortesanos.
También Cervantes, en las últimas décadas del XVI, recaló en el teatro, con tiento y acierto, pero fue la fórmula de la comedia nueva de Lope de Vega la que caló profundamente en la sociedad de la época, y supo aunar los deseos de ocio y entretenimiento de las gentes populares con un planteamiento social jerarquizado en el que gustaba mirarse la nobleza y los que aspiraban a formar parte de ella, al tiempo que ofrecía al pueblo llano la posibilidad de asomarse a un mundo que sólo intuía tras los muros de las casonas y las cortinillas de los lujosos coches de caballos, el de la alta sociedad y la corte. Todo el sistema social barroco está en las comedias del XVII: el respeto a ultranza a la monarquía, el temor religioso, la división rigurosa en clases sociales por nacimiento, los tópicos del honor, la honra y la limpieza de sangre, el deseo de aventura en Flandes o en América, la glorificación de la patria…
No todo fueron éxitos. Los moralistas y religiosos más ortodoxos encontraban en el teatro una fórmula pecaminosa y motivo de malos ejemplos, por lo que bajo el reinado de Felipe II se prohibió toda actividad dramática. Es ya Felipe III quien en 1600 vuelve a reponer las funciones, pero los intentos para acabar con tan escandaloso y popular pasatiempo no cejaron en todo el siglo, e incluso se alargaron hasta bien entrado el siglo XVIII. En lo que nos concierne aquí, estos intentos tropezaron con la presión de las Cofradías, que veían gravemente mermados sus ingresos económicos destinados a la beneficencia, obtenidos con parte del coste de las entradas, con el entusiasmo del pueblo por el espectáculo y por la afición de Felipe IV, en la época de Lope, por el teatro.
A pesar de la enorme presencia de las comedias en el panorama literario de la España del XVII nos ha llegado, en proporción, sólo una pequeña parte de la producción teatral. Las obras estaban destinadas a ser representadas, no leídas en privado, y generalmente sólo las más significativas y de los autores más reputados llegaban a la imprenta para ser difundidas. Incluso entre estos últimos autores también las ausencias son notables, y en el caso de Lope, el más nombrado, nos ha llegado aproximadamente una cuarta parte de su producción teatral.
La genialidad de Lope, sus comedias de acción sin fin, de infinitos enredos amorosos, fue continuada, bien que de manera mucho más intelectual, por Calderón de la Barca. Con él adquiere madurez y profundidad el teatro barroco, se hace más denso y reflexivo, siguiendo el ritmo de una España cada vez más anquilosada, cansada y exhausta de mantener un imperio imposible, una monarquía decadente. Así, y mientras los corrales de comedias de la Cruz y del Príncipe seguían ofreciendo incansables sus galanes, sus intrigas y enredos, sus comedias de capa y espada, sus autos sacramentales el día del Corpus Christi, el fracaso internacional de España se fraguaba en Flandes y los puertos americanos. El idioma de los poderosos dejaba, poco a poco, de ser el castellano.
EL TEATRO MEDIEVAL: LOS ORÍGENES DEL ESPECTÁCULO
El teatro, uno de los grandes espectáculos de la cultura grecolatina, quedó relegado durante siglos a los anaqueles de las viejas bibliotecas de los monasterios en que se guardaban los códices y manuscritos que probaban la existencia de aquel fenómeno ciudadano. Mientras los grandiosos teatros griegos y romanos se iban llenando de tierra y escombros, saqueadas sus piedras para las nuevas construcciones, el espectáculo dramático pervivió en la Edad Media sólo a través de las representaciones que se llevaban a cabo por motivos religiosos y de calendario, especialmente en Navidad y durante la Pascua. Para estas celebraciones, se representaban en las iglesias pequeñas obras –AUTOS- que recordaban motivos bíblicos y escenas de la vida de Cristo que tenían que ver con estas fechas litúrgicas. El decorado, la escenografía, el vestuario, etc., tuvieron que ser muy sencillos, casi inexistentes, aunque tampoco se tienen las suficientes noticias como para asegurar detalles.
El teatro profano, el no vinculado a celebraciones y lugares religiosos, posiblemente se limitaba a representaciones callejeras llevadas a cabo por juglares y artistas ambulantes, que representarían distintas escenas burlescas, cómicas, etc., dentro de lo que sería el gusto popular por un espectáculo variado en el que lo teatral estaría mezclado con la danza, la música o el recitado de obras misceláneas.
Este es el panorama general en que se mueven las representaciones teatrales durante los siglos X, XI y XII en toda Europa, con algunas características bien marcadas además de las ya indicadas. De un lado se va produciendo el progresivo trasvase de la lengua literaria, que pasa del latín a las distintas lenguas romances; de otro, el público ya no es sólo el de las iglesias, sino que poco a poco el teatro profano se irá adueñando de las plazas públicas, en las que carretas, plataformas elevadas y otros ingenios harían las veces de escenarios para asegurar una mejor visión del público asistente.
Los ejemplos en Castilla de este incipiente teatro se remontan a finales del siglo XII, en que encontramos el primer texto teatral conservado, tardío en comparación con otras literaturas europeas medievales, un fragmento de un Auto de los Reyes Magos. El texto pertenece a la Catedral de Toledo, y son 147 los versos los conservados de la obra original. Tiene como tema el conocido asunto de la adoración de los Reyes.
EL TEATRO DEL SIGLO XV
Se hace difícil en ocasiones distinguir, en una época en la que no existían recintos dedicados al teatro, lo que era literatura dramática y lo que no, qué se representaba en las calles o en las iglesias y qué simplemente se leía en voz alta por parte de un artista ambulante o por aficionados al género. Con todo, hay algún texto del que no es difícil dudar acerca de su vocación dramática, bien como espectáculo único -algo más improbable- bien como parte de una función más variada. Es el caso de una Danza de la muerte, de principios del siglo XV, un género frecuente en la literatura europea de la época. El argumento es sencillo: la muerte iguala a reyes y vasallos, ricos y pobres, religiosos o legos, pecadores o virtuosos, y nadie escapa de su ley. En el ejemplo castellano la Muerte va invitando a su siniestra danza a los distintos personajes de todos los estamentos, y ninguno de ellos puede esquivarla ni rechazar su llamada. Todos, como seres humanos, tienen que aceptar su invitación, todos acabarán bailando en el fúnebre corro, igualados por la muerte.
El tema no es caprichoso: las guerras y la peste que asolan Europa durante todo el siglo XIV hacen que el tema de la muerte sea cotidiano y de absoluta actualidad, si bien en las Danzas de las distintas literaturas europeas la muerte no conlleva una especial crítica social hacia los poderosos, puesto que la igualdad entre éstos y sus siervos sólo se llevará a cabo en la ultratumba, y para nada afecta al orden terreno:
Según avanza el siglo XV encontramos más textos teatrales en Castilla, un hecho que posiblemente vino motivado por la mayor sensibilidad y refinamiento de los nobles castellanos. Así, las obras del primer autor dramático de Castilla, Juan del Encina (1468-1529), se representan en el palacio de los duques de la localidad salmantina de Alba de Tormes. Se trataba, sobre todo, de ÉGLOGAS, un género pastoril que, inspirado en la literatura clásica, contaba sin embargo en el caso de Encima con pastores rústicos y humorísticos, humildes e ignorantes. Este tipo de personaje, llamado a tener gran importancia en nuestro teatro bajo distintas apariencias, es original de Encina, aunque posiblemente fuese tomado de la tradición del teatro religioso medieval.