LA PROSA BARROCA
El siglo XVII supone la liquidación de la prosa idealista que había triunfado durante el Renacimiento. Los libros de caballerías, la novela bizantina, pastoril o morisca pierden terreno ante nuevos géneros que reflejan las preocupaciones inmediatas de la época desde un punto de vista crítico.
La prosa de ficción se desarrolla en cuatro direcciones:
- Novela picaresca: Es el género narrativo de mayor éxito. Mantiene los rasgos esenciales que quedaron fijados en El Lazarillo (narración autobiográfica, origen humilde del protagonista, servicio a varios amos, lucha por la subsistencia) y los consolida. Sin embargo, a diferencia de Lázaro, que partía de la ingenuidad e iba corrompiéndose por las circunstancias, el pícaro barroco no es una víctima: obra mal, porque ésa es su naturaleza. Pasamos de la resignación al desengaño y al escepticismo: la fe en la bondad del hombre se ha perdido definitivamente. Las obras más destacadas son Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y El Buscón, de Quevedo.
- Novela corta: Suele presentarse en un ambiente cortesano y sus temas predilectos son el amor y el honor. Hay que recordar las Novelas amorosas y ejemplares, de María de Zayas y Sotomayor, muy apreciadas en su momento por su refinamiento y sensualidad, y las Novelas a Marcia Leonarda, de Lope de Vega.
- Novela dialogada: En la línea de La Celestina. Es el caso de La Dorotea, de Lope de Vega, una nostálgica evocación de sus años de juventud y sus amores con Elena Osorio.
- Relatos satíricos y costumbristas: Se trata de narraciones breves con una intención moralizante, que critican usos de la época a través de anécdotas grotescas, a menudo fantásticas. Las más importantes son El diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, y Los sueños, de Quevedo.
La prosa de ideas aborda temas muy diversos: literatura, moral, política, religión, filosofía. Los autores más representativos son Baltasar Gracián y Quevedo (La cuna y la sepultura).
LA NOVELA PICARESCA: GUZMÁN DE ALFARACHE Y EL BUSCÓN
La vida del pícaro Guzmán de Alfarache se publicó en dos partes, la primera en 1599 y la segunda en 1604. Su autor, el sevillano Mateo Alemán, estudió Medicina y Leyes en Salamanca y Alcalá, y trabajó durante años como funcionario de Hacienda. Acuciado por los problemas económicos, pasó por la cárcel en distintas ocasiones, hasta que, por fin, huyó con sus dos hijas y su amante a Méjico, donde murió. El protagonista de la novela, Guzmanillo, es hijo de un mercader genovés, tramposo y afeminado, y de una sevillana, a la que todo el mundo conoce por ser adúltera. Al quedar huérfano, decide trabajar para huir de la miseria y así se convierte en mozo de una venta, ayudante de cocinero, criado de un cardenal, sirviente del embajador de Francia. Con el paso de los años llega a ser un consumado ladrón, experto en todo tipo de trampas, estafas y fraudes. Detenido y condenado a galeras, se arrepiente y comienza a escribir su vida como ejemplo de lo que no debe hacerse.
La historia de la vida del Buscón llamado don Pablos apareció en el año 1626. Quevedo escoge como protagonista de su novela al hijo de un ladrón y de una bruja. Abandonado por sus padres, entra al servicio de un hidalgo, don Die-go Coronel, para estudiar en casa del licenciado Cabra, que mata de hambre a sus pupilos, por lo que deciden pasar a Alcalá, donde Pablos es objeto de las crueles burlas de los estudiantes. Permanece allí hasta que se entera de que su padre ha muerto ajusticiado, vuelve a Segovia para recoger su herencia y luego marcha a Madrid, donde aprende a vivir en la Corte a costa del prójimo, sacando partido de las apariencias. Contacta con una cofradía de pícaros dedica-dos a los timos y acaba en la cárcel, que visitará en varias ocasiones. Azotado y apaleado, recala en Toledo, trabaja una temporada como cómico, y luego llega a Sevilla, desde donde pretende pasar a las Indias, pero nunca mejora su estado, porque se limita a cambiar de lugar, pero no de vida ni de costumbres. La novela destaca por su estilo espontáneo y un humor amargo, combinado con un realismo crudo y violento. Los personajes aparecen deformados, caricaturizados en retratos donde brilla el estilo conceptista del autor.
BALTASAR GRACIÁN (1601-1658)
Lo primero que llama la atención cuando nos acercamos a Gracián es la enorme influencia que el jesuita aragonés ha tenido fuera de nuestras fronteras (“Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral”, escribe el filósofo alemán Nietzsche) y lo desapercibido que pasa en su patria. Estudia Teología en Toledo y enseña en los colegios de la Compañía de Jesús en Calatayud, Zaragoza y Tarragona. Pasa por Madrid y Valencia, don-de alcanza una enorme fama como predicador (en cierta ocasión, para atraer a la gente a sus sermones, anuncia que va a dar lectura a una carta remitida desde el Infierno, lo que le acarrea problemas con la censura). En 1646, participa como capellán en la batalla de Lérida contra los franceses. Continúa su vida de profesor y escritor, hasta que en 1658, el general de la Compañía le sanciona (los jesuitas tenían prohibido escribir sobre asuntos no religiosos) y ordena que se le encierre. Gracián solicita hacerse franciscano, pero muere ese mismo año.
Su obra, de carácter filosófico y moral, se centra en la formación humana y espiritual de la persona. Entre sus libros destacan:
- El héroe: expone mediante aforismos las virtudes que debe tener un gobernante.
- El discreto: DESCRIBE LA CUALIDADES QUE DEBEN ADORNAR AL PERFECTO HOMBRE DE MUNDO.
- Oráculo manual y arte de prudencia: es una colección de trescientas máximas en las que anima a observar la prudencia y actuar con sentido práctico.
- Agudeza y arte de ingenio: un tratado literario en el que se estudian las figuras y recursos expresivos que emplean los autores barrocos, aportando numerosos ejemplos.
- El criticón: es su obra maestra, una novela filosófica cuyo protagonista es Critilo, un hombre juicioso, que naufraga en las costas de Santa Elena, donde encuentra a Andrenio, criado en una caverna, en medio de la naturaleza, sin saber de sus padres ni de su origen; Critilo enseña y alecciona al joven poniéndole en guardia contra la maldad de los hombres y juntos emprenden el camino de la vida, la primavera de la niñez, el estío de la juventud, el otoño de la varonil edad y el invierno de la vejez, pasando por diversas tierras (España, Francia, Alemania e Italia), un viaje alegórico que sirve a Gracián para introducir consideraciones morales y criticar las costumbres.