Unamuno. San Manuel bueno, mártir

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By Víctor Villoria

La obra en Unamuno

San Manuel Bueno, mártir, publicada a principios de la década de los treinta, representa la culminación de las preocupaciones existenciales que definieron toda la obra de Miguel de Unamuno. Esta novela breve, que el propio autor consideró como una “nivola” —término acuñado para diferenciarse del realismo tradicional—, constituye su testamento espiritual más depurado. Unamuno confesó en el prólogo haber puesto en esta obra “todo mi sentimiento trágico de la vida cotidiana”, sintetizando las obsesiones centrales que lo acompañaron durante toda su trayectoria literaria: la fe, la muerte, la contradicción entre razón y sentimiento.

La obra se inscribe en la etapa final del pensamiento unamuniano, tras su regreso del exilio a comienzos de esa misma década. En ella, el autor no busca resolver la contradicción fundamental entre fe y razón, sino presentarla en su forma más pura y dolorosa a través del personaje de Don Manuel. El cura protagonista encarna la agonía unamuniana: la necesidad vital de creer enfrentada a la imposibilidad racional de la fe.

Esta novela representa la síntesis definitiva del concepto de “nivola” desarrollado por Unamuno. Las características fundamentales de este género literario se manifiestan plenamente en la obra: predominio de un tema único, escaso desarrollo descriptivo, concentración en las realidades íntimas de los personajes y gestación “vivípara” —es decir, creación rápida e intuitiva frente a la preparación documental del realismo—.

Resumen General

En la aldea de Valverde de Lucerna, situada entre una montaña y un lago donde según la leyenda yace sumergido un pueblo, vive Don Manuel Bueno, el párroco local. La historia es narrada por Ángela Carballino, quien relata la vida del sacerdote en el momento en que el obispo de la diócesis promueve su proceso de beatificación.

Don Manuel es venerado por todos los habitantes del pueblo como un santo vivo. Su bondad se manifiesta en múltiples acciones: consuela a los afligidos, arbitra en conflictos familiares, trabaja físicamente junto a los campesinos y su voz durante la misa conmueve profundamente a los feligreses. Su vida está dedicada completamente al bienestar espiritual y material de su comunidad.

El conflicto central surge cuando regresa al pueblo Lázaro, hermano de Ángela, procedente de América con ideas progresistas y anticlericales. Inicialmente opuesto a Don Manuel por representar lo que considera atraso clerical, Lázaro gradualmente se acerca al sacerdote, fascinado por su personalidad. Sin embargo, en lugar de una conversión tradicional, Lázaro descubre el secreto que atormenta a Don Manuel: el párroco no cree en la vida eterna ni en la resurrección.

Don Manuel revela a Lázaro que mantiene su ministerio no por fe personal, sino para preservar la felicidad y esperanza de su pueblo. Considera que “la verdad es algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella”. Su labor consiste en hacer que sus feligreses “se sueñen inmortales” aunque él mismo no comparta esa creencia.

Lázaro, comprendiendo la dimensión sacrificial de la misión de Don Manuel, decide colaborar con él, fingiendo su propia conversión para apoyar la obra del párroco. Ambos mantienen en secreto la verdad, compartida únicamente con Ángela, quien gradualmente se percata de la situación.

La novela culmina con la muerte de Don Manuel, venerado por el pueblo como un santo, seguida posteriormente por la muerte de Lázaro. Ángela, ya anciana, redacta estas memorias reflexionando sobre la naturaleza de la fe, la verdad y el sacrificio.

Fragmentos Significativos

El Secreto Revelado

El pasaje central donde Lázaro revela a Ángela el secreto de Don Manuel constituye el núcleo temático de la obra:

“—Mira, Angelita, ha llegado la hora de decirte la verdad, toda la verdad, y te la voy a decir, porque debo decírtela, porque a ti no puedo, no debo callártela y porque además habrías de adivinarla y a medias, que es lo peor, más tarde o más temprano.

Y entonces, serena y tranquilamente, a media voz, me contó una historia que me sumergió en un lago de tristeza. Cómo Don Manuel le había venido trabajando, sobre todo en aquellos paseos a las ruinas de la vieja abadía cisterciense, para que no escandalizase, para que diese buen ejemplo, para que se incorporase a la vida religiosa del pueblo, para que fingiese creer si no creía, para que ocultase sus ideas al respecto, mas sin intentar siquiera catequizarle, convertirle de otra manera.

—¿Pero es eso posible? —exclamé consternada.

—¡Y tan posible, hermana, y tan posible! Y cuando yo le decía: “¿Pero es usted, usted, el sacerdote, el que me aconseja que finja?”, él, balbuciente: “¿Fingir?, ¡fingir no!, ¡eso no es fingir! Toma agua bendita, que dijo alguien, y acabarás creyendo”. Y como yo, mirándole a los ojos, le dijese: “¿Y usted celebrando misa ha acabado por creer?”, él bajó la mirada al lago y se le llenaron los ojos de lágrimas. Y así es como le arranqué su secreto.”

La Filosofía de Don Manuel

El fragmento donde Don Manuel expone su concepción de la verdad y la religión:

“—Entonces —prosiguió mi hermano— comprendí sus móviles, y con esto comprendí su santidad; porque es un santo, hermana, todo un santo. No trataba al emprender ganarme para su santa causa —porque es una causa santa, santísima—, arrogarse un triunfo, sino que lo hacía por la paz, por la felicidad, por la ilusión si quieres, de los que le están encomendados; comprendí que si les engaña así —si es que esto es engaño— no es por medrar. Me rendí a sus razones, y he aquí mi conversión. Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: “Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo”, él, temblando, me susurró al oído —y eso que estábamos solos en medio del campo—: “¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella”. “¿Y por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?”, le dije. Y él: “Porque si no, me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerles vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío”. Jamás olvidaré estas sus palabras.”

La Última Comunión

El momento final de la última comunión que Don Manuel administra antes de su muerte:

 “¡Y la última comunión general que repartió nuestro santo! Cuando llegó a dársela a mi hermano, esta vez con mano segura, después del litúrgico “… in vitam aeternam”, se le inclinó al oído y le dijo: “No hay más vida eterna que esta… que la sueñen eterna… eterna de unos pocos años…”. Y cuando me la dio a mí me dijo: “Reza, hija mía, reza por nosotros”. Y luego, algo tan extraordinario que lo llevo en el corazón como el más grande misterio, y fue que me dijo con voz que parecía de otro mundo: “…y reza también por Nuestro Señor Jesucristo…””

Estos fragmentos condensan la problemática central de la obra: el conflicto entre la verdad individual y el bienestar colectivo, la tensión entre la honestidad intelectual y la responsabilidad pastoral, y la paradoja de un santo que alcanza la santidad precisamente a través de su falta de fe. La novela plantea interrogantes fundamentales sobre la naturaleza de la creencia, el papel de la religión en la sociedad y el precio del sacrificio personal por el bien común.

 

Autor

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    Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías. Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!

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