Hernando de Acuña
Hernando de Acuña, nacido en Valladolid en 1518 y fallecido en Granada el 22 de junio de 1580, fue un destacado poeta y militar español del Renacimiento. Perteneciente a la primera generación de poetas petrarquistas en España, Acuña supo combinar con maestría su carrera militar con su pasión por la literatura.
Proveniente de una familia noble, Acuña se dedicó desde joven a la vida militar. Sirvió bajo las órdenes de importantes figuras de la época, como el marqués del Vasto, y participó en numerosas campañas militares por Italia, Alemania y Flandes. Su lealtad a la corona española lo llevó a combatir primero para Carlos V y luego para Felipe II, destacando su participación en la famosa batalla de San Quintín en 1557.
Paralelamente a su carrera militar, Acuña desarrolló una notable trayectoria literaria. Su obra poética abarca diversos géneros, incluyendo sonetos amorosos, églogas pastoriles, fábulas mitológicas y epístolas en tercetos. También se dedicó a la traducción de obras clásicas, destacando su versión de “El caballero determinado” de Olivier de la Marche, que realizó por encargo del propio Carlos V.
Entre sus obras más reconocidas se encuentran “La contienda de Áyax Telamonio y de Ulises sobre las armas de Achiles” y la “Fábula de Narciso”. Sus sonetos, como “Ya se acerca, señor, o ya es llegada” y “A la soledad”, son ejemplos notables de su dominio de la forma poética y su profundidad temática.
El estilo de Acuña se caracteriza por su adherencia a la corriente petrarquista, mostrando una clara influencia de autores clásicos latinos e italianos. En sus versos, explora temas como el amor cortés, la mitología grecolatina, reflexiones sobre el tiempo y la soledad, así como asuntos políticos y militares, reflejando tanto su experiencia personal como las preocupaciones de su época.
La importancia de Hernando de Acuña en la literatura española radica en su papel como figura de transición. Contribuyó significativamente a la evolución de la poesía castellana hacia formas y temas propios del Renacimiento. Su habilidad para fusionar la tradición española con las innovaciones italianas lo sitúa como uno de los poetas más relevantes de su generación.
La obra de Acuña fue publicada póstumamente por su viuda en 1591, bajo el título “Varias poesías”. Esta colección consolidó su legado literario, permitiendo que generaciones posteriores apreciaran la calidad y diversidad de su producción poética. Hoy en día, Hernando de Acuña es recordado como un poeta que supo equilibrar la vida militar con una sensibilidad artística refinada, dejando una huella indeleble en la poesía española del Siglo de Oro.
Sonetos
Al rey, nuestro señor
Este soneto, atribuido a Hernando de Acuña, es un poema de carácter político y religioso que celebra la llegada de una nueva era de unidad y poder. Se puede resumir en tres partes principales:
En los cuartetos, el poeta anuncia la llegada o proximidad de una edad gloriosa prometida por el cielo. Esta era se caracteriza por la unificación bajo un solo pastor (líder espiritual) y un solo rebaño (pueblo), así como por el establecimiento de un único monarca, imperio y fuerza militar.
El primer terceto sugiere que el mundo ya está experimentando parcialmente esta transformación y espera ansiosamente la completa realización de esta monarquía universal, conquistada a través de una guerra justa.
En el último terceto, el poeta afirma que Cristo ha otorgado su estandarte (símbolo de autoridad) al monarca en cuestión, y predice un futuro aún más glorioso en el que, después de haber vencido en el mar, también conquistará la tierra.
Este soneto refleja las aspiraciones imperiales y religiosas de la España del siglo XVI, presentando la visión de un imperio universal cristiano bajo el liderazgo de un monarca español, probablemente Felipe II. El poema combina elementos religiosos y políticos para justificar y celebrar la expansión del poder español tanto en Europa como en el Nuevo Mundo.
Ya se acerca, Señor, o ya es llegada
la edad gloriosa en que promete el cielo
un grey y un pastor solo en el suelo
por suerte a vuestros tiempos reservada;
ya tan alto principio, en tal jornada,
os muestra el fin de vuestro santo celo
y anuncia al mundo, para más consuelo,
un Monarca, un Imperio y una Espada;
ya el orbe de la tierra siente en parte
y espera con toda vuestra monarquía,
conquistada por vos en justa guerra,
que, a quien ha dado Cristo su estandarte,
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el mar, venza la tierra.
Faetón
Este soneto narra el mito griego de Faetón, hijo del dios sol Febo (también conocido como Apolo). En la primera parte del poema, Faetón insiste en conducir el carro del sol por un día, a pesar de que su padre sabe que no es una buena idea. Aun así, Febo accede a la petición de su hijo y le entrega el carro y los caballos, advirtiéndole sobre los peligros que conlleva esta responsabilidad.
A medida que avanza el relato, Faetón parte de la casa oriental, simbolizando el amanecer. Sin embargo, pronto pierde el control del carro, lo que provoca un caos en el cielo y en la tierra. La fuerza con la que se mueve es desordenada y peligrosa, lo que lleva a una serie de desastres.
Finalmente, Faetón cae sobre el río Po en Italia (Lombardía), causando un incendio devastador que abrasa las riberas, las aguas, los montes y las tierras circundantes. Este desenlace trágico sirve como una advertencia sobre los peligros de la ambición desmedida y la imprudencia juvenil, así como las consecuencias de no escuchar los consejos de los más experimentados.
Con tal instancia siempre demandaba
el gobierno del sol por solo un día,
que, aunque no convenirle conocía,
Febo al hijo Faetón se lo otorgaba.
Ya el carro y los caballos le entregaba
con que la luz al mundo repartía,
poniéndole delante el mal que habría
si en el camino o en el gobierno erraba.
Mas él, de la oriental casa salido,
fue el orbe y hemisferio traspasado
con furia y con desorden tan extraña,
que el carro, los caballos y él, perdido,
sobre el lombardo Po cayó, abrasando
riberas, aguas, montes y campaña.
Hernando de Acuña, Varias poesías, Edición de Luis F. Díaz Larios.
Ícaro
Este soneto narra el mito griego de Ícaro y Dédalo. En los primeros versos, se describe cómo Dédalo y su hijo Ícaro escapan de Creta volando con alas artificiales. Durante el vuelo, Dédalo advierte a Ícaro sobre los peligros de volar demasiado alto o demasiado bajo, explicando que el sol podría derretir la cera de las alas si se acerca mucho, y que la humedad del mar las dañaría si vuela muy bajo.
A pesar de las advertencias, Ícaro, descrito como un joven arrogante e inexperto, ignora los consejos de su padre y vuela hacia el cielo. Como consecuencia de su imprudencia, el calor del sol derrite la cera de sus alas, provocando que Ícaro caiga al mar y se ahogue.
El poema concluye mencionando que el mar que recibió a Ícaro en su caída le dio sepultura y nombre, probablemente refiriéndose al mar Icario. Este soneto sirve como una advertencia sobre los peligros de la imprudencia y la desobediencia, especialmente de los jóvenes hacia los consejos de sus mayores.
Con Ícaro, de Creta se escapaba
Dédalo, y ya las alas extendía,
y al hijo, que volando le seguía,
con amor maternal amonestaba:
Que si el vuelo más alto levantaba,
la cera con el sol se desharía,
y en el mismo peligro le pondría
el agua y su vapor, si más bajaba.
Mas el soberbio mozo, y poco experto,
enderezóse luego al alto cielo
y, ablandada la cera en la altura,
perdió las alas, y en el aire muerto,
recibiéndole el mar del alto vuelo,
por el nombre le dio la sepultura.
Oh, celos
Este soneto es una poderosa invectiva contra los celos, personificándolos como una fuerza destructiva y maligna. El poeta comienza describiendo los celos como un mal supremo, capaz de perturbar incluso las situaciones más tranquilas. Los compara con una enfermedad interna, poderosa y fuerte, que es peor que la muerte misma.
En la segunda estrofa, el autor profundiza en la metáfora, comparando los celos con una serpiente venenosa que crece en el propio seno de quien los alberga. Destaca cómo los celos pueden transformar la prosperidad en adversidad y el placer en veneno cruel.
Las dos últimas estrofas contienen una serie de preguntas retóricas que subrayan la naturaleza antinatural y dañina de los celos. El poeta se pregunta sobre el origen infernal de los celos, cuestionando qué furia podría haberlos creado, ya que la naturaleza no crea nada que no sea útil para el hombre. Finalmente, se interroga sobre la “constelación” bajo la cual nacieron los celos, enfatizando que no solo su presencia, sino incluso la mera mención de su nombre es suficiente para causar daño.
¡Oh, celos, mal de cien mil males lleno,
interior daño, poderoso y fuerte,
peor mil veces que rabiosa muerte,
pues bastas a turbar lo más sereno!
Ponzoñosa serpiente, que en el seno
te crías, donde vienes a hacerte
en próspero sujeto adversa suerte
y en sabroso manjar crüel veneno.
¿De cuál valle infernal fuiste salido?
¿Cuál furia te formó?, porque natura
nada formó que no sirviese al hombre.
¿En qué constelación fuiste nacido?
Porque no sólo mata tu figura,
pero basta a más mal sólo tu nombre.
En extrema pasión
Este soneto describe la evolución de un amor no correspondido y su eventual superación. Se puede resumir en tres partes principales:
En la primera parte (los dos primeros cuartetos), el poeta habla de su pasado enamoramiento. Describe cómo vivía contento en su extrema pasión por la dama, y cómo incluso una simple mirada de ella aliviaba su tormento amoroso. Sin embargo, en algún momento, la dama hizo algo que destruyó la esperanza del poeta, revelándole algo que él no había entendido hasta entonces.
La segunda parte (el primer terceto) narra las consecuencias de esta revelación. El poeta desarrolla un desdén que rápidamente deshace todo el amor que se había construido a lo largo de mucho tiempo.
En la última parte (el segundo terceto), el poeta se presenta a sí mismo como alguien que ha superado ese amor. Utiliza la metáfora de mirar desde el llano (un lugar seguro) el risco peligroso en el que antes se encontraba. Concluye afirmando que ahora está a salvo de los daños que ese amor le causaba.
Este soneto refleja el proceso de enamoramiento, desilusión y superación, mostrando cómo el poeta pasa de un estado de sufrimiento amoroso a uno de liberación y seguridad emocional.
En extrema pasión vivía contento
por vos, señora, y cuando más sentía,
sólo un mirarme o veros, deshacía
o, al menos, aliviaba mi tormento.
Hora quisistes que de fundamento
cayese en tierra la esperanza mía
con declararme lo que no entendía,
de torpe, hasta aquí mi entendimiento.
De esto nació un desdén por cuya mano
en término muy corto se ha deshecho
la fábrica que Amor hizo en mil años.
Yo miro, ya seguro desde el llano,
el risco en que me vi y el paso estrecho,
quedando ya seguro de mis daños.
Soneto sobre la red del amor
Este soneto, titulado “Soneto sobre la red de Amor” de Hernando de Acuña, plantea una serie de preguntas retóricas sobre la naturaleza del amor y sus representaciones mitológicas, particularmente enfocándose en Cupido. El poema se puede resumir en tres partes principales:
En los dos primeros cuartetos, el poeta cuestiona la naturaleza de la “red de Amor” y el arco de Cupido. Se pregunta cómo esta red puede atrapar a tanta gente sin romperse con el tiempo, y cómo el arco de Cupido es tan poderoso que ni el hierro ni el valor pueden defenderse de él. También se cuestiona sobre el origen de las flechas de plomo, plata y oro que Cupido utiliza.
En el primer terceto, el autor plantea dos paradojas sobre Cupido: cómo siendo un niño puede vencer a los gigantes, y cómo siendo ciego puede apuntar con tanta precisión.
Finalmente, en el último terceto, el poeta presenta una última contradicción: si Cupido tiene un arco en una mano y fuego en la otra, ¿cómo puede tender la red y disparar al mismo tiempo?
Dígame quién lo sabe: ¿cómo es hecha
la red de Amor, que tanta gente prende?
¿Y cómo, habiendo tanto que la tiende,
no está del tiempo ya rota o deshecha?
¿Y cómo es hecho el arco que Amor flecha,
pues hierro ni valor se le defiende?
¿Y cómo o dónde halla, o quién le vende,
de plomo, plata y oro tanta flecha?
Y si dicen que es niño, ¿cómo viene
a vencer los gigantes? Y si es ciego,
¿cómo toma al tirar cierta la mira?
Y si, como se escribe, siempre tiene
en una mano el arco, en otra el fuego,
¿cómo tiende la red y cómo tira?
Huir procuro
Este soneto reflexiona sobre el sufrimiento amoroso del poeta y su deseo de transmitirlo con sinceridad para que otros aprendan de su experiencia. En los cuartetos, el autor afirma que busca evitar exageraciones o adornos en sus versos, mostrando su dolor tal como lo siente. Su intención es que este sufrimiento, tan auténtico y profundo, sirva como advertencia y escarmiento para quienes lo lean.
En el primer terceto, el poeta expresa la esperanza de que al conocer sus pasiones y errores, otros puedan evitar seguir el mismo camino equivocado que él recorrió. Finalmente, en el último terceto, utiliza la metáfora de un puerto seguro para ilustrar cómo los demás pueden encontrar refugio y salvarse de las tormentas emocionales que él ha enfrentado.
El soneto combina la sinceridad en la expresión del dolor con un propósito moral: convertir su experiencia personal en una lección para quienes puedan enfrentarse a situaciones similares.
Huir procuro el encarecimiento,
no quiero que en mis versos haya engaño,
sino que muestren mi dolor tamaño
cual le siente en efeto el sentimiento.
Que mostrándole tal cual yo le siento
será tan nuevo al mundo y tan extraño
que la memoria sola de mi daño
a muchos pondrá aviso y escarmiento.
Así, leyendo o siéndoles contadas
mis pasiones, podrán luego apartarse
de seguir el error de mis pisadas
y a más seguro puerto enderezarse,
do puedan con sus naves despalmadas
en la tormenta deste mar salvarse.