Literatura hispanoamericana

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LITERATURA HISPANOAMERICANA: LÍRICA Y NARRATIVA

La prosa y el verso hispanoamericanos (siglos XIX y XX) Un recorrido fantástico

La poesía

            En la década de 1820­ 1830 se producen los procesos de independencia de la mayor parte de los países hispanoamericanos. Este proceso, que será difícil y agitado, tendrá consecuencias ineludibles en América y en España. El Romanticismo, ya presente más allá del Atlántico en las primeras décadas del siglo XIX, y de origen peninsular, británico y, sobre todo, francés, animará las corrientes políticas independentistas y será crucial en la elección de los primeros temas literarios decimonónicos en Hispanoamérica: en poesía, la exótica y esplendorosa naturaleza, las ansias de libertad personal y política, así como lo autóctono o lo indígena como temática fundamental de las obras en verso; en prosa, la novela indigenista o la de la revolución, aunque ambas deban más al Realismo, verdadero protagonista de la novela hispanoamericana hasta bien entrado el siglo XX.

            El Romanticismo en América tuvo, en poesía, un cultivo tardío, que sin embargo fue abundante en el ensayo y en la prensa, ambos campos más adecuados por su temática e inmediatez a las ansias independentistas que animan el continente. La dedicación romántica a lo local, individual y singular tienen su expresión en la elección de los tipos poéticos (el gaucho, el indio, etc.) y en el esmero por la descripción y exaltación de paisajes propios y nacionales (los Andes, las selvas, los océanos…).

            Habría que esperar al Modernismo para que, en poesía, se diese un fenómeno que décadas más tarde se repetiría en la prosa: la aparición de un movimiento propio, con voz nueva, que habría de dejarse sentir profundamente en Europa y, especialmente, en España. Rubén Darío y sus numerosos seguidores impondrían un estilo cosmopolita, colorista y también revolucionario en sus formas, temas y tonos. La voz americana comenzaba a dejar sentir su peso y su sentir en la antigua metrópoli, al tiempo que, recogida la herencia de Rubén, ésta comenzaba a granar en novedosos vanguardistas, como Vicente Huidobro, o se amplificaba en voces líricas como la de Alfonsina Storni y abría el camino para las grandes obras de César Vallejo y Pablo Neruda. La influencia de estos últimos en toda la poesía contemporánea se puede calificar, sin temor a equivocarse, como universal.

La prosa

            La prosa romántica es escasa, muy desigual en su valía, vinculada a los temas étnicos locales, las costumbres nacionales o a la revolución en el caso de Méjico. En general, siguió pronto los cauces del Realismo hasta bien entrado el siglo XX.

            En el siglo pasado la historia acelera su pulso en la antigua América española y las revoluciones, contrarrevoluciones, dictaduras militares, y hasta alguna monarquía se suceden en el continente de acento español. Mientras tanto, la prosa hispanoamericana irá perfilando lentamente su propia identidad. Se ha venido señalando la larga pervivencia del Realismo (casi hasta los años 40) en la novela, pero nadie sospechaba que la larga vida de esta corriente estuviera animando uno de los fenómenos literarios más espectaculares de la novela del siglo XX… y además en lengua española: el llamado boom de la novela hispanoamericana de los años sesenta catapultó a los prosistas de muy distintos países americanos a la primera escena literaria mundial, y demostró la enorme capacidad del continente para asumir los hallazgos técnicos de la novela de los primeros cuarenta años del siglo sin perder de vista la historia y los protagonistas locales.

            La novela hispanoamericana del boom tuvo la virtud de incorporar distintos elementos característicos de la novela contemporánea de Kafka, Joyce, Faulkner, etc. Así, junto al compromiso político, la incorporación del subjetivismo, la ruptura temporal, el peculiar punto de vista de la narración, son todas ellas técnicas que están en la base de esta nueva novela. A ello habría que sumar la incorporación de un lenguaje propio, que no desdeña el localismo ni las hablas peculiares de cada país, ensanchando el español estándar con un vocabulario rico y sorprendente para los lectores europeos y, sobre todo, para los hablantes del castellano peninsular. Lo real maravilloso, realismo mágico, etc., son expresiones acuñadas para dar cuenta de lo absolutamente peculiar de esta forma de novelar en la temática y en la forma, porque a los propios autores les parecía no encontrar otra forma de adjetivar esta prosa que habla de su paisaje, sus tradiciones y sus gentes.

Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, y tantos otros, son ejemplos de esta narrativa extraordinaria, novedosa y apasionante, pero que, como todas las grandes obras literarias, no olvida lo que debe a la tradición y a lo escrito anteriormente, pues su éxito se levanta sobre los grandes temas románticos y realistas hispanoamericanos para abrirse paso, finalmente, a través de las técnicas más sofisticadas de los autores más vanguardistas y revolucionarios del siglo XX.

LA POESÍA

Poesía romántica y modernista

            El Romanticismo en Hispanoamérica tiene raíces peninsulares, pero el influjo fundamental provino de Francia. Los temas fundamentales giran alrededor de los deseos independentistas y de la búsqueda de la identidad de los países recién creados, y tiende igualmente a un tratamiento específico de lo hispanoamericano: así sucederá con la visión de la naturaleza (las selvas y el paisaje agreste y exuberante), las crisis políticas de la zona (los procesos de independencia) o la toma de conciencia ante minorías étnicas o tipos característicos de zonas geográficas concretas (el negro o el gaucho). Esteban Echeevarría (Argentina) pasa por ser el pionero del movimiento poético romántico en América (Rimas, 1837), mientras que hubo que esperar al Martín Fierro (1872) de José Hernández (Argentina, ) para la aparición de géneros propios como la literatura gauchesca. Con todo, tuvieron que discurrir algunos años para la eclosión de una voz inequívocamente propia americana con el Modernismo.

Poesía modernista

            El movimiento poético más importante de Hispanoamérica a principios del siglo XX fue, sin duda, el Modernismo. De su máxima figura, el nicaragüense Rubén Darío, ya nos ocupamos más extensamente en otras unidades, así como de las características del nuevo movimiento lírico. No obstante, no fue el único representante de la nueva corriente poética que prendería también en Europa con enorme fuerza. Así, habría que destacar, entre otros, al mejicano Amado Nervo (1870­1919) y al argentino Leopoldo Lugones (1874­1938). Ambos parten de posiciones modernistas (temas y tonos sensuales e intimistas, insistencia en la sonoridad, etc.) para llegar a posiciones más personales marcadas por la evolución de cada uno de ellos.

            El Modernismo, brillante, cosmopolita y exitoso durante las dos primeras décadas del siglo, comenzó a dar señales de agotamiento por los mismos años en que en Europa también la poesía tomaba otros derroteros a los marcados por Rubén Darío. Un famoso verso del poeta mejicano Ernesto González Martínez (“Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”) anunciaba el cansancio que ya en 1911 el movimiento provocaba en América. Constituye el banderazo de salida que, hacia 1920, cristalizará en la aparición de nuevas corrientes y una nueva pluralidad de voces poéticas.

Poesía humana

Es una corriente poética a la que se adhirieron algunos autores que, formados inicialmente en el Modernismo, renunciaron al colorido, a la polimetría y al cosmopolitismo de Darío para encontrar una voz más intimista y local. Algunos estudiosos han preferido denominar esta corriente como sencillista o posmodernista, y en ella se encuadra la obra temprana de autores como Pablo Neruda o César Vallejo. Pero las grandes representantes del movimiento son tres excelentes poetisas americanas:

  • Alfonsina Storni (Argentina,1892­1938): es una de las voces más reivindicadas de la poesía americana al margen de los grandes nombres como Neruda o Vallejo. Su poesía es íntima, vital, de una gran ternura y carga lírica y amorosa (Ocre, 1925).
  • Juana de Ibarbourou (Uruguay, 1895­1979): iniciada en el Modernismo, su temática se orientó hacia lo local y la temática americana (La rosa de los vientos, 1930).
  • Gabriela Mistral (Chile, 1898­1957): toma del Modernismo un tono melancólico y triste que transforma en profundo amor hacia sus semejantes en general, y particularmente hacia los niños en línea con su vocación docente. Le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1945 (Desolación, 1922; Ternura, 1924).

En torno a los años treinta, y como consecuencia del mestizaje racial y cultural surge en países como Cuba una poesía que intenta reflejar en la métrica, en las formas y el ritmo la influencia africana sobre lo español o caribeño. Aparece así la poesía negrista, de la que Nicolás Guillén (Cuba, 1902­1989) es su máximo representante.

Poesía de vanguardia

La poesía de vanguardia tuvo su eco en Hispanoamérica a través de distintos autores que, lejos de repetir simplemente lo aprendido en sus viajes a París, crearon distintos movimientos que tuvieron una gran repercusión no sólo en el continente americano, sino incluso en Europa y especialmente en España. Así, Vicente Huidobro promociona en ambas orillas el creacionismo y Jorge Luis Borges el ultraísmo, ambos tratados en otro tema. Finalmente, y entre otros ismos, la corriente poética e intelectual que mayor calado tuvo en América y en Europa fue el surrealismo, sobre todo en los poetas de más larga trayectoria desde la década de los veinte: César Vallejo, Pablo Neruda y Octavio Paz, de los que nos ocuparemos a continuación.

César Vallejo

César Vallejo (Perú, 1892­1938): tras sus inicios modernistas (Los heraldos negros, 1918) aunque profundamente personales, irrumpe en la poesía de vanguardia con Trilce (1922). En él Vallejo rompe decididamente con las formas y temas tradicionales, innova el léxico y hasta la sintaxis. Después de su muerte se publicarán dos grandes obras del autor: Poemas humanos (1939) y, junto a este volumen, España, aparta de mí este cáliz, un conjunto de poemas escritos durante la guerra civil española. Ambos libros, pero sobre todo el primero, son de una grandeza impresionante: el poeta insistió en un lenguaje personal, propio, de una belleza deslumbrante, lleno de imágenes únicas, muy elaborado y trabajado pero sencillo en su tono. Junto a esto, las inquietudes sociales y políticas de Vallejo se muestran a cada instante, mezcladas con la angustia existencial de quien se sabe mortal y frágil, ser humano y hombre solo.

Pablo Neruda

Pablo Neruda (Chile, 1904­1973): es uno de los grandes poetas hispanoamericanos que más ha dejado sentir su influencia en escritores e intelectuales de todo el mundo. Formado en el Modernismo, pronto gira hacia posiciones cercanas a la poesía humana, para incorporarse de lleno a las vanguardias, especialmente al surrealismo. Tras esta etapa, vuelve hacia posiciones poéticas menos sofisticadas, con un lenguaje sencillo y, aparentemente, menos trascendente. Su compromiso político fue especialmente significativo tras su paso por España como cónsul de Chile ante la II República entre 1934 y 1938. Entre su obra, de gran extensión, destacaremos los siguientes títulos:

  • Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924): es una obra juvenil, dedicada a las mujeres que amó y le amaron (poco después citamos el el número 20, uno de los poemas de amor más leídos de la literatura escrita en castellano).
  • Residencia en la tierra (en dos partes, 1933 y 1935): es una obra hermosísima, llena de imágenes nuevas y audaces, pieza magistral del surrealismo, intensamente humana pero terriblemente angustiosa. Difícil en su lenguaje y en sus metáforas, es una obra maestra de la poesía contemporánea.
  • España en el corazón: publicada como una parte de Tercera residencia pero escrita durante la guerra civil, en ella muestra Neruda su compromiso absoluto con la causa republicana, así como, de forma general, con los más humildes y desposeídos.
  • Canto general (1950): se trata de un canto a América, y, en general, a los pueblos indígenas y tierras del continente. Se inicia el giro hacia un lenguaje más sencillo que cristalizará en Odas elementales (1954 a 1957).
  • Cien sonetos de amor (1959): seleccionamos ésta entre su variada obra posterior a la década de los cincuenta por ser un ejemplo de este viraje final que le lleva a ensalzar el amor, la vitalidad y la mujer como elementos fundamentales de la existencia.

Octavio Paz

Octavio Paz (Méjico, 1914­1998) ha sido, ante todo, un hondo humanista que ha dejado plasmada su enorme preocupación por todo lo humano en su extensa obra poética y ensayística. Su trayectoria quedó marcada por su implicación en la guerra civil española, durante la que manifestó sus simpatías y su apoyo a la II República, así como por su estancia en París después de la II Guerra mundial, años en los que tomó intenso contacto con el surrealismo. Su obra poética, siempre preocupada por la renovación de la palabra, la agrupó el autor en distintos volúmenes: Libertad bajo palabra (obra entre 1935 y 1957), Salamandra (entre 1958 y 1961) y Ladera Este (entre 1962 y 1968), esta última influenciada por el pensamiento oriental con el que contactó en su etapa como embajador en la India. Gran experimentador de la poesía, practicó también con posterioridad a estos años la poesía visual, la experimental en cuanto a la disposición tipográfica del poema, etc. Su extensa obra fue reconocida en 1990 con el Premio Nobel de Literatura.

NARRATIVA HISPANOAMERICANA

La narrativa hispanoamericana sigue un camino cronológico distinto al de la lírica, y mientras que en poesía se acomete desde el principio del siglo pasado una profunda revisión formal y de contenidos con el Modernismo, la novela esperará algunos decenios para acometer una renovación que, una vez llevada a cabo, revolucionará el género con hallazgos impensables. Así, podemos distinguir las siguientes etapas con los autores más representativos:

Desde mediados del XIX hasta aproximadamente 1940:

  • Realismo de corte decimonónico europeo: Rómulo Gallegos.
  • Novela de la revolución: Mariano Azuela.
  • Novela regionalista: Rómulo Gallegos, Ricardo Güiraldes, José Eustasio Rivera.
  • Novela indigenista: Alcides Arguedas, Jorge Icaza.

Desde 1940 hasta 1960:

  • El realismo mágico o lo real maravilloso: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias.

Desde 1960:

  • El boom de la novela hispanoamericana: Ernesto Sábato, Gabriel García
  • Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes.

Desde mediados del XIX hasta 1940

El Realismo, generalmente costumbrista, es el movimiento literario predominante en la prosa americana del XIX y del que Ricardo Palma viene a ser reconocido como precursor. En Hispanoamérica reviste algunas características que lo hacen distinto al europeo, especialmente en lo que hace a los temas. Así, los personajes se mueven en medio de una naturaleza fogosa y exultante, son víctimas de dictadores o de una oligarquía opresiva y dominante o bien son marginados por su condición indígena.

Entre el conjunto de autores destacaríamos, sobre todo, a Rómulo Gallegos (Venezuela, 1884­1969) con Doña Bárbara (1929), novela que recoge la dura vida de los llanos venezolanos, y que contiene todos los elementos comentados anteriormente.

Lo real maravilloso. Desde 1940 a 1960

Desde poco antes de mediados del siglo XX se observan cambios importantes en la novelística hispanoamericana, que afectarán no tanto a un cambio de temática como a un tratamiento peculiar de ésta. Lo fantástico se entremezcla con los elementos reales, se considera que lo específicamente americano sólo tiene explicación desde una consideración fantástica, que roza, cuando no entra de lleno, en lo mágico y maravilloso. No desaparecen, en este sentido, las preocupaciones sociales, la ambientación naturalista ni las peculiaridades étnicas del territorio, sino que se amplía el territorio narrativo con la incorporación de lo urbano, la Naturaleza pasa a ser elemento crucial frente al decorado realista y se incorporan técnicas narrativas de vanguardia procedentes de Europa o de hallazgos propios (el desorden en la narración, el monólogo interior, elementos oníricos procedentes del surrealismo o un lenguaje propio y distinto que proporciona un ambiente peculiar a esta nueva novela).

Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges (Argentina, 1899­1986): vive su adolescencia en Europa, a donde se traslada con su familia. De carácter culturalmente enciclopédico se empapa de vanguardias para crear, con otros escritores, el ultraísmo, que lleva a Argentina en 1921. Después de sus inicios como ensayista y poeta, se revela como un maestro del cuento, que cultivará en adelante casi como género único. A pesar de la brevedad del género, los cuentos de Borges son auténticas obras maestras. Los temas son generalmente intelectuales, y se proponen al lector juegos mentales que tienen como cuestiones fundamentales el tiempo, la identidad del hombre, los libros, el sueño, los límites entre realidad y fantasía, los laberintos, etc. Sólo podemos citar algunos títulos: Ficciones (1944), El Aleph (1949), El informe de Brodie (1970)…

Miguel Ángel Asturias

Otro de los grandes escritores de este período, Miguel Ángel Asturias, (Guatemala, 1899­1974) responde también, como Borges, a una formación europea que se traducirá en un riguroso dominio de las técnicas narrativas de principio del siglo XX y, en su caso, a la influencia del esperpento de Valle Inclán. Su obra maestra es El Señor Presidente (1946), en la que desarrolla el tema ya conocido, pero con una estilística y léxico revolucionarios, de las dictaduras americanas. Fue Premio Nobel de Literatura en 1967.

Alejo Carpentier

Alejo Carpentier (Cuba, 1904­1980) es también un gran renovador de la novela hispanoamericana del siglo XX. Los pasos perdidos (1953), El acoso (1958) o El siglo de las luces (1962) son algunos de sus títulos en los que coexiste una profunda reflexión sobre la realidad y la identidad de América así como una preocupación social intensísima. Es uno de los principales responsables del nuevo tono, ambiente y estilística de la nueva prosa, y el autor de la definición de esta nueva forma de ver y describir el mundo como lo real maravilloso, reconociendo la incapacidad de lo real para explicar la cotidianeidad americana.

Juan Rulfo

Juan Rulfo (Méjico, 1918­1986), tras la publicación de El llano en llamas (1953), un extraordinario volumen de cuentos, revoluciona las técnicas de la narración con Pedro Páramo (1955). Se trata de la alucinada vuelta a los orígenes de Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo ­el cacique implacable de Comala, un pueblo imaginario del Jalisco mejicano. El lector asistirá asombrado a un diálogo de muertos que revive la historia mejicana desde el último tercio del XIX hasta los primeros decenios del XX. Ningún autor ha conseguido pasar a la historia de la literatura con tan pocas páginas escritas.

El boom de la narrativa hispanoamericana desde 1960

Los escritores que trataremos a continuación no forman un bloque independiente respecto a los anteriores, ni siquiera se puede asegurar que deban ser éstos, y no los primeros, los que deben figurar aquí. En todos ellos existe una continuidad temática y de estilo que forma el extraordinario viaje de la novela hispanoamericana del siglo XX. No obstante, los escritores de este segundo grupo llevan al extremo la capacidad narrativa (García Márquez), la experimentación y el compromiso político y social (Julio Cortázar) o la reflexión sobre la patria (Vargas Llosa) de un modo que merece ser destacado de forma independiente.

Ernesto Sabato

Así sucede con ERNESTO SÁBATO (Argentina, 1911), preocupado especialmente por la angustia del hombre contemporáneo, solo en medio de la multitud pero solidario al fin.

            Su novelística es ante todo intelectual, reflexiva, aunque no carente de propuestas formales innovadoras. Entre sus obras destacan El túnel (1948), inscrita en la filosofía del absurdo de la posguerra mundial, Sobre héroes y tumbas (1961) o Abaddón el exterminador (1974).

Carlos Fuentes

CARLOS FUENTES (Méjico, 1928) es un ejemplo de narrador comprometido ­como tantos escritores hispanoamericanos­ con la historia de su país y en La muerte de Artemio Cruz (1962) reconstruye la historia de uno de los muchos oportunistas surgidos al calor de la revolución mejicana. Abundan también en su obra las referencias a personajes urbanos, una de las características de este último grupo de novelistas.

Julio Cortázar

Julio Cortázar (Argentina, 1914­1984), aunque nacido en Bruselas, desarrolla su actividad literaria e intelectual entre Europa ­París sobre todo­ y Buenos Aires. Estas dos ciudades son igualmente el espacio vital en el que se mueven los personajes de su novela más significativa, Rayuela (1963). Es una obra revolucionaria en cuanto a la concepción narrativa, que admite literalmente distintas lecturas ­depende del orden en que se lean los capítulos del libro­. La ficción recae en la vida cotidiana de personajes urbanos, generalmente asediados por la soledad, angustiados por la falta de comunicación, y ocasionalmente salvados de su fracaso existencial por el amor y la amistad. En títulos posteriores Cortázar ha insistido en las novedades formales y estructurales, como en 62, modelo para armar (1968), El libro de Manuel (1973), etc.

Cortázar es igualmente conocido ­y reconocido mundialmente­ como un extraordinario narrador breve. Sus cuentos sorprenden enormemente porque parten de lo cotidiano, de lo real, para saltar casi sin transición a situaciones inesperadamente fantásticas pero inequívocamente reales y creíbles, muestra de las múltiples caras de la realidad. Es el caso de Bestiario (1951), Todos los fuegos, el fuego (1966), etc. Tampoco elude lo fantástico, pero cercano y reconocible.

Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) es otro de los grandes renovadores de la novela hispanoamericana. Su producción novelística, variada y numerosa, da sobradas muestras de la temática y técnicas presentes en otros novelistas, a lo que habría que sumar distintos aciertos propios. Su obra maestra es Conversación en La Catedral (1969), en la que analiza otra de las numerosas dictaduras militares que en el siglo XX han desangrado los jóvenes países hispanoamericanos. Vargas Llosa sorprendió a la crítica y a los lectores con su primera novela, La ciudad y los perros (1962), un complejo relato muy exigente técnicamente y que recoge el habla coloquial limeña a partir de la vida diaria en un colegio militar. Posteriormente publicó otras novelas, algunas de ellas de tono más divertido y lúdico, como Pantaleón y las visitadoras (1973) o La tía Julia y el escribidor (1977). El tema de las dictaduras militares lo retomó en La fiesta del chivo (2000), un ejemplo de la pervivencia del tema en la novelística hispanoamericana.

Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez (Colombia, 1928) es, ante todo, un gran narrador y contador de historias, tal y como él mismo ha dicho tantas veces. Se inició como periodista en distintos diarios colombianos, y no ha dejado de desempeñar este oficio junto con el de escritor, remarcando que la tarea de escribir es, junto a una íntima necesidad, un trabajo técnico riguroso que parte de la disciplina y el esfuerzo por encontrar nuevas fórmulas y aprender constantemente de los otros y de uno mismo. Nadie como García Márquez resume las cualidades de la narrativa hispanoamericana: imaginación poderosa, una gran habilidad narrativa, hallazgos técnicos sorprendentes, cultivo de un ambiente mágico y sobrenatural ­que debe mucho a la cultura caribeña­ pero profundamente real, literaturización de personajes históricos del Continente, el tratamiento de la naturaleza…

            Estamos, en fin, ante uno de los mejores narradores y novelistas de la novela en castellano de toda nuestra historia literaria. Se le concede el Premio Nobel en 1982. Sus aportaciones a los Congresos de la Lengua de las distintas Academias han amparado propuestas ortográficas revolucionarias y llenas de poesía y sentido común a partes iguales, pues ni siquiera en este tipo de foros parece poder abandonar el colombiano la calidad y calidez de su prosa.

La obra narrativa de García Márquez arranca con La hojarasca (1955) y con un relato periodístico, Relato de un náufrago (1955), seguidas de otras obras, como El coronel no tiene quien le escriba (1958), que la crítica ha solido ver como preámbulos de su gran obra maestra, Cien años de soledad (1967). La obra, ambientada en el pueblo imaginario de Macondo, que ya había aparecido en anteriores relatos, viene a ser una enorme y fantasiosa alegoría de los procesos históricos americanos, pues el pueblo fantástico atraviesa por algunas de las fases históricas más características de los países hispanoamericanos: fundación, colonización, guerra civil, dependencia del gran vecino del norte y, finalmente, decadencia.

Es la novela de una gran saga familiar, los Buendía, que, emparentados entre sí, viven temiendo la maldición del nacimiento de un hijo con cola de cerdo. Los personajes masculinos, repetidos como en una galería de espejos, siempre se llaman José Arcadio o Aureliano, así como las mujeres Úrsula, Amaranta o Remedios. El destino de unos y otros está escrito, preconfigurado en el tiempo. En la novela encontramos todos los temas que hemos venido tratando como característicos de la novela hispanoamericana, pero amplificados por la búsqueda de sus personajes del calor humano, del amor o del éxito económico. Todo ello está saturado de un cautivador entorno mágico que parece rodear al pueblo mítico de Macondo, y narrado de forma magistral con todo tipo de alternancias de puntos de vista. La estructura de la novela es prácticamente circular, pues vuelve al punto de partida, si bien la multiplicidad de acciones está encajada en una carpintería ­como llama García Márquez a la estructura de sus novelas­ extraordinariamente compleja.

Después de Cien años… García Márquez ha seguido practicando la novela extensa con enorme acierto ­El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989)­, así como la narración breve con algún ejemplo imperecedero, como la Crónica de una muerte anunciada (1981), cuya calidad técnica y léxica se ve potenciada por una estructura magistral y una acción que, aunque desvelada desde un principio, no pierde en nada su enorme intriga e interés.

Finalmente, García Márquez es también un celebrado cuentista, género que ha practicado con éxito ­Los funerales de Mamá Grande (1962) o Doce cuentos peregrinos (1992)­ siempre sin abandonar su estilo, su ambiente caribe o los inolvidables personajes que parecen debatirse contra destinos ya escritos y de los que intentan escapar amparándose en el amor y la solidaridad.