Contenidos del artículo
ToggleLa obra y el autor
Publicada en 1914, aunque escrita en 1907, Niebla se erige como una obra central en la trayectoria de Miguel de Unamuno y una pieza clave para entender la renovación de la novela en el siglo XX. Situada en su plena madurez intelectual, fue escrita poco después de su ensayo filosófico fundamental, Del sentimiento trágico de la vida (1913), y sirve como una encarnación narrativa de las angustias y contradicciones expuestas en él.
Niebla es la obra donde Unamuno define y ejemplifica de manera más perfecta su concepto de “nivola”. Con este término, acuñado dentro de la propia novela, el autor se rebela contra las convenciones de la novela realista decimonónica. La nivola prioriza el diálogo y el conflicto interior de los personajes —a quienes Unamuno llamaba “agonistas”, o luchadores— sobre la descripción detallada de ambientes y la lógica de una trama externa. Es una novela de ideas, en la que la acción principal es el pensamiento y la angustia existencial de sus criaturas.
La obra es fundamental porque lleva a sus últimas consecuencias la reflexión unamuniana sobre la existencia, la identidad y la borrosa frontera entre la realidad y la ficción. El tema central es la “niebla” vital, la incertidumbre que envuelve la condición humana. Augusto Pérez, el protagonista, no es un héroe de acción, sino un “paseante de la vida” cuya existencia es cuestionada hasta el punto de enfrentarse a su propio creador.
Esta colisión metaficcional entre personaje y autor, que culmina en el célebre capítulo XXXI, fue una innovación radical para su época, anticipando técnicas que serían exploradas décadas más tarde por el posmodernismo. En Niebla, Unamuno no solo narra una historia, sino que reflexiona sobre el acto mismo de crear y sobre la autonomía de los entes de ficción, convirtiendo la novela en un artefacto literario autoconsciente y filosóficamente denso.
Resumen General
La novela narra la historia de Augusto Pérez, un joven rico, intelectual y solitario que vive sumido en una profunda apatía existencial. Su vida es un deambular sin rumbo, una serie de monólogos y cavilaciones filosóficas, hasta que un día, de manera completamente azarosa, se siente atraído por los ojos de una joven pianista, Eugenia Domingo del Arco, y decide seguirla.
Este encuentro fortuito se convierte en el motor de su existencia. Augusto decide que el objetivo de su vida será conquistar a Eugenia, aunque pronto descubre que ella ya tiene un novio, el pragmático y holgazán Mauricio. La trama se desarrolla a través de los torpes intentos de Augusto por acercarse a Eugenia, las conversaciones con su amigo Víctor Goti, las reflexiones que comparte con su perro Orfeo, y la interacción con los peculiares tíos de la joven.
Augusto concibe su amor no tanto como una pasión genuina, sino como un experimento, una forma de dar un argumento a su vida nebulosa. A medida que avanza, su amor por Eugenia se expande y se convierte en un amor genérico por todas las mujeres, lo que lo lleva a involucrarse en situaciones confusas y tragicómicas.
El conflicto alcanza su punto culminante cuando Eugenia, tras manipular a Augusto para su propio beneficio, lo rechaza cruelmente. Devastado y sintiendo que su “argumento” vital se ha desmoronado, Augusto toma una decisión drástica: suicidarse. Sin embargo, antes de llevar a cabo su plan, decide realizar una consulta con el autor de un ensayo que ha estado leyendo, un tal Miguel de Unamuno, sin sospechar que este encuentro cambiará radicalmente su concepción de la realidad y de su propia existencia.
Fragmento Significativo
El tema central de este fragmento es la lucha por la existencia y la rebelión de la criatura contra su creador. Se explora la frontera difusa entre la realidad y la ficción, la autoridad del autor sobre su personaje y, en un nivel más profundo, la angustia humana ante un destino impuesto y la certeza de la muerte.
Unamuno utiliza esta confrontación para dramatizar varios de sus conceptos filosóficos clave:
El ansia de ser: Augusto, que antes contemplaba el suicidio, ahora se aferra desesperadamente a la vida en el momento en que se la quieren arrebatar. Su grito “¡quiero vivir, quiero ser yo!” es la máxima expresión de la voluntad de existir, el núcleo del “sentimiento trágico de la vida” unamuniano.
La metaficción: El fragmento rompe por completo la “cuarta pared”. El personaje no solo es consciente de su autor, sino que discute con él su propia naturaleza y su destino. La rebelión llega a su clímax cuando Augusto invierte los roles y condena a su creador a la misma finitud.
La identidad y la autoridad: Unamuno, como personaje, fundamenta su poder creador en su identidad (“¡soy español!”), mientras que Augusto lucha por forjar una identidad propia, independiente de la voluntad de su autor.
La universalidad de la ficción: En su discurso final, Augusto declara que tanto el autor como los lectores son “entes de ficción”, “nivolescos”, igual que él. Con esto, Unamuno sugiere que toda existencia, incluida la nuestra, podría ser una ficción soñada por una conciencia superior (Dios), y que todos compartimos el mismo destino mortal.
La confrontación.
—¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede tolerar! ¡Vienes a consultarme, a mí, y tú empiezas por discutirme mi propia existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de…
—No sea usted tan español, don Miguel…
—¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…
—Bien, ¿y qué? —me interrumpió, volviéndome a la realidad.
—Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
—Pero ¡por Dios!… —exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
—No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
—Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir…
—¿No pensabas matarte?
—¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro… Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir, vivir…
—¡Vaya una vida! —exclamé.
—Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir…
—No puede ser ya… no puede ser…
—Quiero vivir, vivir… y ser yo, yo, yo…
—Pero si tú no eres sino lo que yo quiera…
—¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! —y le lloraba la voz.
—No puede ser… no puede ser…
—Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera… Mire que usted no será usted… que se morirá.
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
—¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
—¡No puede ser, pobre Augusto —le dije cogiéndole una mano y levantándole—, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme…
—Pero si yo, don Miguel…
—No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.
—Pero ¿no quedamos en que…?
—No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida…
—Pero… por Dios…
—No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
—¿Conque no, eh? —me dijo—, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió…! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima…
—¿Víctima? —exclamé.
—¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.
Autor
-
Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías. Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!
Ver todas las entradas