Cela. La colmena

La colmena, escrita por Camilo José Cela y publicada en 1951, es una de las novelas más importantes de la literatura española del siglo XX. Ambientada en el Madrid de la posguerra, específicamente en 1942, la obra ofrece un retrato crudo y realista de la sociedad española de la época.
La novela se caracteriza por su estructura fragmentada y su estilo innovador. Cela emplea una narrativa no lineal, dividiendo la obra en seis partes y 215 secciones, cada una enfocada en diferentes personajes y situaciones. Esta técnica, inspirada en obras como “Manhattan Transfer” de John Dos Passos, permite al autor crear un mosaico vívido de la vida urbana.
Con cerca de 300 personajes, La colmena no tiene un protagonista definido. En su lugar, presenta una amplia gama de individuos de diversas clases sociales, cuyas vidas se entrelazan en el transcurso de tres días. A través de estas historias interconectadas, Cela explora temas como la pobreza, el desempleo, la corrupción y la represión social y política de la posguerra.
El estilo de Cela es directo y a veces crudo, oscilando entre lo poético y lo vulgar para producir el efecto deseado en el lector. La novela no ofrece un desenlace claro para muchos de sus personajes, reflejando la naturaleza incierta de la vida real y enfatizando la continuidad de las luchas cotidianas.
La colmena es considerada una obra pionera de la novela social española de posguerra, enfrentándose a la realidad de la sociedad con una intención crítica. Su publicación inicial en Argentina se debió a problemas con la censura en España, lo que subraya su carácter controvertido y su importancia como documento histórico y social.

CAPÍTULO PRIMERO


—No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.

Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia «leñe» y «nos ha merengao». Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía.

—El padre de Navarrete, que era amigo del general don Miguel Primo de Rivera, lo fue a ver, se plantó de rodillas y le dijo: mi general, indulte usted a mi hijo, por amor de Dios; y don Miguel, aunque tenía un corazón de oro, le respondió: me es imposible, amigo Navarrete; su hijo tiene que expiar sus culpas en el garrote.

¡Qué tíos! —piensa—, ¡hay que tener riñones! Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y para abajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura.

Autor del audio: Víctor Villoria

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